No puedo dejar de asociar el retorno de Mary Poppins con el empoderamiento femenino.
Mary Poppins regresa a los cines y yo regreso a Manhattan.
La primera impresión es que en la ciudad hay muchas menos luces navideñas.
Al contrario que Vigo, cuyo amado alcalde presume de que en su ciudad hay muchas más luces que en Nueva York.
Y así es: en Nueva York se ha impuesto un razonamiento ecológico y ahora en la ciudad de los rascacielos te encuentras de vez en cuando con una solitaria estrella de Belén extraviada en alguna esquina.
La razón para visitarla fue la entrega de la Medalla Páez de las Artes al escritor Bob Colacello y al músico venezolano Gustavo Dudamel.
La luz se apoderó del acto en una de las salas anexas al Lincoln Center, cuando Carolina Herrera subió al escenario para entregar la medalla al polémico músico venezolano.
El brillante director vio cómo su carrera se convertía en un fenómeno mientras Hugo Chávez parecía convertirse en su mentor. Después, Dudamel tuvo que retribuir esas atenciones asistiendo al funeral del líder chavista al tiempo que se hacía cargo de la dirección de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles.
Parece una película, pero aún no lo es. Rodeado de un silencio atento, Dudamel leyó un discurso donde expresó que en Venezuela se había llegado a un nivel de deterioro político y económico insoportable .
“No tolero ni voy a tolerar más abusos sobre mi país ni sobre su gente”.
Pese a la emoción de sus palabras, el aplauso fue tímido. En la gala, de 500 dólares el cubierto, había gente que no le perdona sus antiguos vínculos chavistas.
En mi mesa, una exaspirante al reality Esposas de Nueva York, terminó levantándose para aplaudir.
“¡Dirigir la sinfónica de Los Ángeles no es una herencia! Llegas por tu talento, te ayude quien te ayude”, sentenció.
En Nueva York no todo llama la atención. Pero mi forma de vestir despertó la admiración de la población afroneoyorkina.
Los “so cool” y ohhs y ahhs me acompañaron tanto en el atiborrado metro, como en la fila de la cafetería de The New York Times, mi lugar favorito para un almuerzo rápido, o en la exposición que el Museo Whitney dedica a Andy Warhol.
“Me encanta su abrigo”, dijeron en el periódico.
Y “sus botas, todo su estilo”, en el museo. “Cuando publiques en África, te forras”, proclamó mi amiga Lia Miller.
A Lorca lo que más le fascinó de Nueva York fueron los negros, como se les decía entonces.
Cayó cautivo del jazz, de sus bailes y su manera de desplazarse por la ciudad como gatos en la oscuridad.
A mí en cambio siempre me ha fascinado por la obra de un hombre rubio, Andy Warhol.
La exposición en el Whitney es la más extensa sobre el pintor desde su muerte .
“Vivo en el Whitney”, bromea Bob Colacello, el célebre periodista de Vanity Fair que dirigió Interview, la revista creada por Warhol. Colacello visitó España para escribir un artículo sobre el rey Juan Carlos para Vanity Fair USA.
“Carolina Herrera —me dijo— pregunta por Pedro J. Ramírez y Boris Izaguirre”. Y así nos conocimos.
Como el retorno de Mary Poppins: no puedo dejar de asociarlo al empoderamiento femenino y me convenzo de que Mary Poppins es Jesucristo en versión mujer.
Alguien que baja del cielo a resolver tus problemas.
Pero Mary Poppins no está sola en las carteleras de Broadway. También esta King Kong, en un musical perfecto donde el monstruo se convierte en obra de arte y protagonista.
Fue una sugerencia de Santiago Segura y tiene sorpresa.
La protagonista femenina es afroamericana.
“Una respuesta a la era Trump”, me explica un humorista judío.
“En el sueño americano, todo es posible.
Que King Kong se enamore de una afroamericana guapa y que los negros se quieran vestir como tú”.
“La gente se queda boquiabierta cuando recuerdo el precio de los retratos que hicieron de Andy una especie de iluminador de la celebridad.
Se podían comprar de una sola pieza o de cuatro, para asegurar la idea de la repetición tan asociada a Warhol.
Explico que cada cuadro costaba 25.000 dólares y se ríen.
Hoy pueden valer cinco veces más, siendo discretos”.
En la exposición valoras que Warhol nunca se casó con otra persona que no fuera él mismo y que en su visión del mundo, el sueño americano no es para un pueblo, sino para el individuo que sepa convertir la realidad en sueño.
La primera impresión es que en la ciudad hay muchas menos luces navideñas.
Al contrario que Vigo, cuyo amado alcalde presume de que en su ciudad hay muchas más luces que en Nueva York.
Y así es: en Nueva York se ha impuesto un razonamiento ecológico y ahora en la ciudad de los rascacielos te encuentras de vez en cuando con una solitaria estrella de Belén extraviada en alguna esquina.
La razón para visitarla fue la entrega de la Medalla Páez de las Artes al escritor Bob Colacello y al músico venezolano Gustavo Dudamel.
La luz se apoderó del acto en una de las salas anexas al Lincoln Center, cuando Carolina Herrera subió al escenario para entregar la medalla al polémico músico venezolano.
El brillante director vio cómo su carrera se convertía en un fenómeno mientras Hugo Chávez parecía convertirse en su mentor. Después, Dudamel tuvo que retribuir esas atenciones asistiendo al funeral del líder chavista al tiempo que se hacía cargo de la dirección de la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles.
Parece una película, pero aún no lo es. Rodeado de un silencio atento, Dudamel leyó un discurso donde expresó que en Venezuela se había llegado a un nivel de deterioro político y económico insoportable .
“No tolero ni voy a tolerar más abusos sobre mi país ni sobre su gente”.
Pese a la emoción de sus palabras, el aplauso fue tímido. En la gala, de 500 dólares el cubierto, había gente que no le perdona sus antiguos vínculos chavistas.
En mi mesa, una exaspirante al reality Esposas de Nueva York, terminó levantándose para aplaudir.
“¡Dirigir la sinfónica de Los Ángeles no es una herencia! Llegas por tu talento, te ayude quien te ayude”, sentenció.
Los “so cool” y ohhs y ahhs me acompañaron tanto en el atiborrado metro, como en la fila de la cafetería de The New York Times, mi lugar favorito para un almuerzo rápido, o en la exposición que el Museo Whitney dedica a Andy Warhol.
“Me encanta su abrigo”, dijeron en el periódico.
Y “sus botas, todo su estilo”, en el museo. “Cuando publiques en África, te forras”, proclamó mi amiga Lia Miller.
A Lorca lo que más le fascinó de Nueva York fueron los negros, como se les decía entonces.
Cayó cautivo del jazz, de sus bailes y su manera de desplazarse por la ciudad como gatos en la oscuridad.
A mí en cambio siempre me ha fascinado por la obra de un hombre rubio, Andy Warhol.
La exposición en el Whitney es la más extensa sobre el pintor desde su muerte .
“Vivo en el Whitney”, bromea Bob Colacello, el célebre periodista de Vanity Fair que dirigió Interview, la revista creada por Warhol. Colacello visitó España para escribir un artículo sobre el rey Juan Carlos para Vanity Fair USA.
“Carolina Herrera —me dijo— pregunta por Pedro J. Ramírez y Boris Izaguirre”. Y así nos conocimos.
Como el retorno de Mary Poppins: no puedo dejar de asociarlo al empoderamiento femenino y me convenzo de que Mary Poppins es Jesucristo en versión mujer.
Alguien que baja del cielo a resolver tus problemas.
Pero Mary Poppins no está sola en las carteleras de Broadway. También esta King Kong, en un musical perfecto donde el monstruo se convierte en obra de arte y protagonista.
Fue una sugerencia de Santiago Segura y tiene sorpresa.
La protagonista femenina es afroamericana.
“Una respuesta a la era Trump”, me explica un humorista judío.
“En el sueño americano, todo es posible.
Que King Kong se enamore de una afroamericana guapa y que los negros se quieran vestir como tú”.
“La gente se queda boquiabierta cuando recuerdo el precio de los retratos que hicieron de Andy una especie de iluminador de la celebridad.
Se podían comprar de una sola pieza o de cuatro, para asegurar la idea de la repetición tan asociada a Warhol.
Explico que cada cuadro costaba 25.000 dólares y se ríen.
Hoy pueden valer cinco veces más, siendo discretos”.
En la exposición valoras que Warhol nunca se casó con otra persona que no fuera él mismo y que en su visión del mundo, el sueño americano no es para un pueblo, sino para el individuo que sepa convertir la realidad en sueño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario