Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

3 nov 2018

Los últimos versos de Leonard Cohen.................. Diego A. Manrique

El músico dejó previsto un libro de poemas antes de morir hace dos años. 

Una suerte de autobiografía póstuma que acompañó de letras de canciones, dibujos y apuntes sueltos. Babelia publica parte de ese material inédito en español.

Leonard Cohen, en 2001.
Leonard Cohen, en 2001.
En el prólogo explica Adam Cohen que, hacia el final, su padre se concentró en la poesía:
 “Era lo que lo mantenía vivo, su único objetivo vital”. 
Preparaba un libro al que finalmente bautizó su hijo y que fue completado por sus editores, los profesores Robert Faggen y Alexandra Pleshoyano.
 Pero, insisten, la estructura es la establecida por Leonard: una primera parte para la que eligió 63 poemas, una segunda que recogía las letras de sus tres discos finales (más las correspondientes a Blue Alert, el álbum de 2006 que grabó con su amada Anjani Thomas) y un tercer bloque extraído de sus cuadernos de notas, rematado con el discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias.

Los cuadernos

Los últimos versos de Leonard Cohen

Dejad que diga a los jóvenes

dejad que diga a los jóvenes:
no soy sabio, rabino, roshi, gurú
soy un Mal Ejemplo.
a las personas con experiencia
que han caracterizado el trabajo de mi vida
como algo barato, superficial, pretencioso, insignificante:
no sabéis
la Razón que tenéis
entre las putas
hay algunas
que preferimos hacer bien el amor
y entre (aquéllas) éstas
algunas
lo hacen gratis
Yo soy una puta
y un yonqui.
si alguna de mis canciones
te hizo más fácil
algún momento,
por favor, recuerda esto.

La verdad menos el 7%

Sólo te besó
en la mejilla
y sólo te tocó la mano
dices que no pasó nada
y yo me voy a tragar tu historia
Que ese “no pasó nada” te mandó
un ramo grande (¿enorme?) de rosas
pero te agradezco que me dijeras
la verdad
La verdad menos el siete
Por ciento


Los últimos versos de Leonard Cohen
 

 

Hay algún añadido —un intercambio de correos con su amigo Peter Dale Scott—, pero podemos confirmar que estamos ante un libro querido y meditado por su autor.
 Para aumentar el lastre, insistió en enriquecer sus páginas con abundantes ilustraciones, autorretratos-del-poeta-envejecido o bosquejos de bellas mujeres.
Los deterioros de la edad, la sombra de la mortalidad, la atracción erótica son ansiedades constantes en La llama. 
 Cohen repasa con precisión sus 82 años de vida, comenzando con ‘Días escolares’: “Ondean las banderas y estandartes. / El equipo visitante está perdido. / Y ahí estoy yo en un mal asiento / enfadado por nuestra victoria. / No puedo apartar los ojos / del aleteo de su falda corta. / Estoy hablando de la animadora / que se llamaba Peggy. / Hace cuarenta y siete años de eso. / El Pasado. / Nunca pienso en El Pasado / pero a veces / El Pasado piensa en mí / y se sienta / siempre muy suavemente en mi cara”.
Nos lleva de la mano por sus grandes revelaciones, como la existencia en el Egeo: “No podía desaparecer / sin decirte / que morí en Grecia / me enterraron allí / donde el burro / está atado al olivo / siempre estaré ahí”. 
Aquel poeta que cantaba para sus amigos expatriados en la taberna de Hidra decidió componer y se fue a Nueva York para vender sus ocurrencias. 
Típicamente, allí se enamoró de la hierática vocalista de los inicios de Velvet Underground: 
“Canté para ti, Nico / tu rostro estaba en mi canción / Yo sabía lo que era la belleza / las arrugas de la luna / en tu boca / mientras yo penetraba mi canción”. No fue correspondido. 

Era el más improbable de los cantautores: tenía 33 años y pulcra vestimenta cuando ocurrió el terremoto cultural de 1968.
 Salió indemne de la experiencia: “Y entonces se oye / la voz / que es más profunda que el mundo / quizá necesites ácido para oírla, o marihuana / a mí nunca me funcionó / y eso que me tomé / (quizá) un centenar de tripis / por lo menos”.
Su nuevo oficio le proporcionó vivencias memorables. Aquí rememora el final de un concierto en España:
 “Se oyó un susurro unánime / que yo no supe entender. / El promotor me dijo que estaban coreando: / to-re-ro, to-re-ro / Una joven me llevó de vuelta al hotel, / la flor y nata de la raza. / No hablamos / y ni siquiera se planteó la cuestión / de que ella entrara en el vestíbulo, o subiera a mi habitación. / Hace poco / recordé aquel paseo de antaño, / y desde entonces, / necesito sentirme ingrávido / Pero nunca lo consigo.”

Siempre humilde, Cohen insiste en relativizar su talento musical. Durante un sueño, se imagina compartiendo escenario con Tom Waits
“Empieza su música — es muy / hermosa, original / y sofisticada — mucho mejor / que la mía — una especie de mezcla / de aspereza y dulzura / — moderna y sentimental / a la vez — incluso kitsch pero / con mucha destreza — ojalá / pudiera hacerlo yo — entonces / empieza a cantar — maravilloso —.”
Ese cortante final ayuda a recordar que Cohen no siempre fue ese entrevistado afable que brillaba en sus visitas promocionales. Cohen sabía que dejaba un mundo envenenado tras el 11-S: 
“No te va a gustar / lo que viene después de América”.
 Nada risueña es su evocación de Mount Baldy, el monasterio budista que le acogió en los años noventa, o el último encuentro con Roshi, su maestro zen, acusado de abusos sexuales.
 Gotas agrias contra el inevitable sentimentalismo provocado por estos mensajes póstumos.

Si no hubiera pinturas

Si no hubiera pinturas en el mundo,
Las mías serían muy importantes.
Igual con mis canciones.
Ya que no es el caso, corramos a ponernos en la fila,
Bien atrás.
A veces veía una mujer en una revista
Humillada por el deslumbramiento del tecnicolor.
Yo intentaba ubicarla
En unas circunstancias más felices.
Otras veces era un hombre.
Y otras eran seres vivos sentados frente a mí.
Podría decirles otra vez:
Gracias por venir a mi habitación.
También me gustaban los objetos sobre la mesa
Como palmatorias y ceniceros
Y la misma mesa.
Desde un espejo sobre mi escritorio
Muy temprano en la mañana
He copiado
Cientos de autorretratos
Que me recordaban una cosa u otra.
El comisario ha titulado esa exposición
Dibujos en Palabras.
Yo llamo a mi trabajo
Adornos Aceptables.
‘La llama’. Leonard Cohen. Traducción de Alberto Manzano Lizandra con Terry Berne. Salamandra, 2018. 288 páginas. 20 euros.

En ‘Espejos de ascensores’, una cantante atractiva, aspirante a profesionalizarse, le pide un contacto en su discográfica: “Yo no soy nadie para decir / Quién puede o no ser cantante / Dios sabe que mis propias credenciales / No eran gran cosa / Fue por Buena Suerte / Como siempre lo es el éxito / Y punto / (Una persona adorable / Que no he de presentar / A nadie en Sony).”
Junto a la mordacidad de un poema sobre Kanye West encontramos una loa de Enrique Morente: “Cuando escucho a Morente / La coartada de mi garganta es rechazada / La coartada de mi talento es depuesta / Con seis impecables hebras de desprecio / Mi guitarra se aparta de mí / Y quiero devolverlo todo / Pero nadie lo quiere / Cuando escucho a Morente”.

 

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