Siempre entre las nubes hay esos huequitos de Sol que te dan valor.
Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
20 nov 2018
El Prado se da un homenaje histórico.................. Iker Seisdedos..
1819-2019
Dentro de la memoria colectiva
La pinacoteca conmemora su 200º aniversario con una exposición en la
que el diálogo con la historia, la sociedad, las tendencias artísticas y
la política patrimonial sirven para entender y contextualizar su propia
evolución.
El museo
comienza la celebración de su bicentenario con una exposición que cruza
su relato con el de España y subraya la influencia de la colección en
los grandes artistas.
La exposición con la que el Prado
ha decidido darse un homenaje con motivo de su bicentenario propone un
recorrido por las historias paralelas del museo y de España, que, tras
la visita queda claro, vienen a ser la misma cosa. También celebra el
enorme poder de influencia de su colección en la modernidad de pintores
propios (Picasso, Fortuny o Antonio Saura) y ajenos (Manet, Sargent o
Pollock). Y todos ellos han sido invitados a la fiesta para soplar las
velas. La propuesta es tanto una didáctica lección de historia del arte como
una reivindicación de esa disciplina científica. Ejerce de profesor el
conservador Javier Portús, Jefe de Departamento de Pintura Española (hasta 1700),
que ha troceado dos siglos en siete periodos, los mismos que salen de
partir las habitaciones de la historia con los tabiques de otros tantos
momentos estelares. Hablamos, en el siglo XIX, de la fundación del museo
abierto al público; la desamortización de 1835 (que provocó una riada
de bienes artísticos propiedad de la Iglesia que acabaron en el antiguo
convento de la Trinidad); el real decreto que hizo propietario de esos
tesoros al Prado en 1872, hecho que de facto lo convirtió en pinacoteca
nacional al obligarle a dispersar la mayor parte de los fondos por todo
el país; o el año 1898, cuyo eco suena a desastre pero que en los
estudios artísticos españoles se recuerda con el cariño de la llegada a
la mayoría de edad. Ya en el siglo XX se alude a la proclamación de la
II República, el inicio del Franquismo y la consolidación de la
democracia.
Subtitulada Un lugar de memoria, la muestra abrirá el lunes,
día del 199º cumpleaños. Entonces, la presencia de los Reyes marcará el
arranque de una larga celebración que se prolongará hasta el 19 de
noviembre de 2019, fecha exacta del aniversario. Su traducción museográfica (a cargo de Juan Alberto García de Cubas)
es un recorrido que conduce al visitante por un laberinto de ángulos
rectos en el que va rebotando de una obra maestra en otra como la bola
de un juego de pinball. Tras el inevitable recibimiento de María Isabel de Braganza como fundadora del Museo del Prado (1829), de Bernardo López Piquer, aguarda el Cristo de Velázquez, la primera donación recibida. Esta conduce a la Inmaculada
de los Venerables, de Murillo, que compró el Louvre en 1835 por un
fortunón y regresó en 1941 a Madrid gracias a un acuerdo de Estado. Y
así sucesivamente.
El 'San Andrés' (1631), de José de Ribera (en el centro) inspiró los dos lienzos de Mariano Fortuny.Carlos RosilloEL PAÍS
Esta no es, con todo, una celebración de los grandes hitos de la
colección. Quedan fuera de la selección de cerca de 200 piezas (38 de
ellas, prestadas), las joyas propiedad de los Reyes, que estaban ahí
desde el principio y formaron y forman el núcleo duro del museo. Por
eso, dos artistas como El Greco y Goya gozan de un protagonismo
especial. El primero, porque las pinturas más importantes llegaron al
Prado con este ya en marcha. Y el segundo, porque murió nueve años
después de la fundación de la pinacoteca, y la historia de su
reconocimiento artístico corre paralela a la consolidación del museo. También se suceden las vitrinas en la que los documentos —como el diario
que recogió la noticia del nacimiento, un día en que “hermoseaba la
capital del Reino”— se suman al mero contexto: así, se muestra Las palabras y las cosas (1966), ensayo de Foucault que “colocó Las meninas
en el centro del debate de la cultura contemporánea”, según Portús, o
el libro con las tres horas mejor aprovechadas de la historia de los
museos, de Eugenio D’Ors. La cosa llega lejos en la última sala, en la
que se expone la Ley de Patrimonio de 1985, carteles de exposiciones
temporales, pantallas digitales que invocan el concepto virtual del
museo expandido y los retratos de Francesco Jodice de visitantes como
homenaje al “público, verdadero protagonista de esta historia”. Las tesis de la exposición se subrayan con vídeos y fotos: la
yuxtaposición de dos famosas imágenes anónimas invoca la elocuencia de
una elipsis cinematográfica. A una foto de las misiones pedagógicas,
museo circulante que llevó reproducciones de grandes obras a lugares
remotos, sigue, separada por el fragmento de un proyectil caído cerca
del museo en 1936, la vista de la sala IX vacía, tal y como quedó tras
el desalojo de sus cuadros para protegerlos de la guerra. Aquel viaje
rumbo a Ginebra se reproduce en un mapa en paralelo con el periplo que
condujo a Antonio Machado al exilio de Coilloure y a la muerte. La venta
de entradas y catálogos de la exposición suiza de los tesoros del Prado
permitieron, al menos, la compra de un greco expuesto en la siguiente sala.
Proyectil recogido en 1936 en las inmediaciones del Prado.Carlos RosilloEL PAÍS
Más que un museo, una patria
También se han impreso en la parte alta de las paredes textos de
autores como Manet o Ramón Gaya, quien a la altura del franquismo se
consuela desde el exilio que el Prado parezca “más una patria que un
museo”. El maestro del impresionismo mandó en 1865 una carta desde
Madrid a Fantin-Latour: “Cuánto me gustaría que estuviera aquí; qué
alegría hubiera experimentado al ver a Velázquez, que por sí solo vale
todo el viaje. Es el pintor de pintores”. El sevillano es el icono más
recurrente en los diálogos anacrónicos que se establecen entre artistas,
con permiso de Picasso, que charla, además de con Las meninas, con Antonello da Messina o con La maja desnuda. El de Manet no es el único asombro que el Prado provocó muy pronto en
el extranjero. Varias pinturas se encargan de mostrar el papel
preeminente que la escuela española ocupó en los grandes museos
europeos, una vez esta hubo salido del armario de la colección real para
“entrar en el canon”. Portús ofrece un entramado de eruditos guiños
cruzados, que se detallan en un catálogo que es en sí mismo un ensayo. Un ejemplo: un óleo del Salón Carré del Museo del Louvre encuentra su
eco unas salas más adelante en el espacio titulado Donaciones y legados, en el que los cuadros debidos a la bondad de los extraños se amontonan en las paredes como en los viejos tiempos.
Miguel Falomir, director del Prado,
definió ayer la muestra como “una reflexión sobre la propia historia de
la institución”, “importante, visualmente atractiva, necesaria y
emocionante”, antes de dar la palabra a Portús. El comisario habló
durante más de una hora sin mirar papel alguno hasta que llegó, al
final, el momento de recapitular los logros que se pretenden celebrar
con el bicentenario: “El estado de salud de la pinacoteca y su historia
casi siempre de progreso, su lugar cada vez más importante en el
concierto internacional y el fortalecimiento de la conciencia
patrimonial en España”. Después, agradeció el esfuerzo de horas extra de los trabajadores
implicados en el proyecto. Menos mal que no fueron los únicos; Portús se
refirió también a las obras escogidas de la colección. “Las hemos
sacado de sus rutinas habituales”, dijo “y las hemos puesto a trabajar
de más para que nos cuenten nuestra propia historia”.
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