1819-2019
Dentro de la memoria colectiva
La pinacoteca conmemora su 200º aniversario con una exposición en la que el diálogo con la historia, la sociedad, las tendencias artísticas y la política patrimonial sirven para entender y contextualizar su propia evolución.El museo comienza la celebración de su bicentenario con una exposición que cruza su relato con el de España y subraya la influencia de la colección en los grandes artistas.
La exposición con la que el Prado
ha decidido darse un homenaje con motivo de su bicentenario propone un
recorrido por las historias paralelas del museo y de España, que, tras
la visita queda claro, vienen a ser la misma cosa.
También celebra el enorme poder de influencia de su colección en la modernidad de pintores propios (Picasso, Fortuny o Antonio Saura) y ajenos (Manet, Sargent o Pollock).
Y todos ellos han sido invitados a la fiesta para soplar las velas.
La propuesta es tanto una didáctica lección de historia del arte como una reivindicación de esa disciplina científica.
Ejerce de profesor el conservador Javier Portús, Jefe de Departamento de Pintura Española (hasta 1700), que ha troceado dos siglos en siete periodos, los mismos que salen de partir las habitaciones de la historia con los tabiques de otros tantos momentos estelares.
Hablamos, en el siglo XIX, de la fundación del museo abierto al público; la desamortización de 1835 (que provocó una riada de bienes artísticos propiedad de la Iglesia que acabaron en el antiguo convento de la Trinidad); el real decreto que hizo propietario de esos tesoros al Prado en 1872, hecho que de facto lo convirtió en pinacoteca nacional al obligarle a dispersar la mayor parte de los fondos por todo el país; o el año 1898, cuyo eco suena a desastre pero que en los estudios artísticos españoles se recuerda con el cariño de la llegada a la mayoría de edad.
Ya en el siglo XX se alude a la proclamación de la II República, el inicio del Franquismo y la consolidación de la democracia.
Subtitulada Un lugar de memoria, la muestra abrirá el lunes, día del 199º cumpleaños.
Entonces, la presencia de los Reyes marcará el arranque de una larga celebración que se prolongará hasta el 19 de noviembre de 2019, fecha exacta del aniversario.
Su traducción museográfica (a cargo de Juan Alberto García de Cubas) es un recorrido que conduce al visitante por un laberinto de ángulos rectos en el que va rebotando de una obra maestra en otra como la bola de un juego de pinball.
Tras el inevitable recibimiento de María Isabel de Braganza como fundadora del Museo del Prado (1829), de Bernardo López Piquer, aguarda el Cristo de Velázquez, la primera donación recibida.
Esta conduce a la Inmaculada de los Venerables, de Murillo, que compró el Louvre en 1835 por un fortunón y regresó en 1941 a Madrid gracias a un acuerdo de Estado.
Y así sucesivamente.
También celebra el enorme poder de influencia de su colección en la modernidad de pintores propios (Picasso, Fortuny o Antonio Saura) y ajenos (Manet, Sargent o Pollock).
Y todos ellos han sido invitados a la fiesta para soplar las velas.
La propuesta es tanto una didáctica lección de historia del arte como una reivindicación de esa disciplina científica.
Ejerce de profesor el conservador Javier Portús, Jefe de Departamento de Pintura Española (hasta 1700), que ha troceado dos siglos en siete periodos, los mismos que salen de partir las habitaciones de la historia con los tabiques de otros tantos momentos estelares.
Hablamos, en el siglo XIX, de la fundación del museo abierto al público; la desamortización de 1835 (que provocó una riada de bienes artísticos propiedad de la Iglesia que acabaron en el antiguo convento de la Trinidad); el real decreto que hizo propietario de esos tesoros al Prado en 1872, hecho que de facto lo convirtió en pinacoteca nacional al obligarle a dispersar la mayor parte de los fondos por todo el país; o el año 1898, cuyo eco suena a desastre pero que en los estudios artísticos españoles se recuerda con el cariño de la llegada a la mayoría de edad.
Ya en el siglo XX se alude a la proclamación de la II República, el inicio del Franquismo y la consolidación de la democracia.
Subtitulada Un lugar de memoria, la muestra abrirá el lunes, día del 199º cumpleaños.
Entonces, la presencia de los Reyes marcará el arranque de una larga celebración que se prolongará hasta el 19 de noviembre de 2019, fecha exacta del aniversario.
Su traducción museográfica (a cargo de Juan Alberto García de Cubas) es un recorrido que conduce al visitante por un laberinto de ángulos rectos en el que va rebotando de una obra maestra en otra como la bola de un juego de pinball.
Tras el inevitable recibimiento de María Isabel de Braganza como fundadora del Museo del Prado (1829), de Bernardo López Piquer, aguarda el Cristo de Velázquez, la primera donación recibida.
Esta conduce a la Inmaculada de los Venerables, de Murillo, que compró el Louvre en 1835 por un fortunón y regresó en 1941 a Madrid gracias a un acuerdo de Estado.
Y así sucesivamente.
Esta no es, con todo, una celebración de los grandes hitos de la colección.
Quedan fuera de la selección de cerca de 200 piezas (38 de ellas, prestadas), las joyas propiedad de los Reyes, que estaban ahí desde el principio y formaron y forman el núcleo duro del museo.
Por eso, dos artistas como El Greco y Goya gozan de un protagonismo especial.
El primero, porque las pinturas más importantes llegaron al Prado con este ya en marcha.
Y el segundo, porque murió nueve años después de la fundación de la pinacoteca, y la historia de su reconocimiento artístico corre paralela a la consolidación del museo.
También se suceden las vitrinas en la que los documentos —como el diario que recogió la noticia del nacimiento, un día en que “hermoseaba la capital del Reino”— se suman al mero contexto: así, se muestra Las palabras y las cosas (1966), ensayo de Foucault que “colocó Las meninas en el centro del debate de la cultura contemporánea”, según Portús, o el libro con las tres horas mejor aprovechadas de la historia de los museos, de Eugenio D’Ors.
La cosa llega lejos en la última sala, en la que se expone la Ley de Patrimonio de 1985, carteles de exposiciones temporales, pantallas digitales que invocan el concepto virtual del museo expandido y los retratos de Francesco Jodice de visitantes como homenaje al “público, verdadero protagonista de esta historia”.
Las tesis de la exposición se subrayan con vídeos y fotos: la yuxtaposición de dos famosas imágenes anónimas invoca la elocuencia de una elipsis cinematográfica.
A una foto de las misiones pedagógicas, museo circulante que llevó reproducciones de grandes obras a lugares remotos, sigue, separada por el fragmento de un proyectil caído cerca del museo en 1936, la vista de la sala IX vacía, tal y como quedó tras el desalojo de sus cuadros para protegerlos de la guerra.
Aquel viaje rumbo a Ginebra se reproduce en un mapa en paralelo con el periplo que condujo a Antonio Machado al exilio de Coilloure y a la muerte.
La venta de entradas y catálogos de la exposición suiza de los tesoros del Prado permitieron, al menos, la compra de un greco expuesto en la siguiente sala.
Más que un museo, una patria
También se han impreso en la parte alta de las paredes textos de autores como Manet o Ramón Gaya, quien a la altura del franquismo se consuela desde el exilio que el Prado parezca “más una patria que un museo”.El maestro del impresionismo mandó en 1865 una carta desde Madrid a Fantin-Latour:
“Cuánto me gustaría que estuviera aquí; qué alegría hubiera experimentado al ver a Velázquez, que por sí solo vale todo el viaje. Es el pintor de pintores”.
El sevillano es el icono más recurrente en los diálogos anacrónicos que se establecen entre artistas, con permiso de Picasso, que charla, además de con Las meninas, con Antonello da Messina o con La maja desnuda.
El de Manet no es el único asombro que el Prado provocó muy pronto en el extranjero.
Varias pinturas se encargan de mostrar el papel preeminente que la escuela española ocupó en los grandes museos europeos, una vez esta hubo salido del armario de la colección real para “entrar en el canon”.
Portús ofrece un entramado de eruditos guiños cruzados, que se detallan en un catálogo que es en sí mismo un ensayo.
Un ejemplo: un óleo del Salón Carré del Museo del Louvre encuentra su eco unas salas más adelante en el espacio titulado Donaciones y legados, en el que los cuadros debidos a la bondad de los extraños se amontonan en las paredes como en los viejos tiempos.
Miguel Falomir, director del Prado, definió ayer la muestra como “una reflexión sobre la propia historia de la institución”, “importante, visualmente atractiva, necesaria y emocionante”, antes de dar la palabra a Portús. El comisario habló durante más de una hora sin mirar papel alguno hasta que llegó, al final, el momento de recapitular los logros que se pretenden celebrar con el bicentenario: “El estado de salud de la pinacoteca y su historia casi siempre de progreso, su lugar cada vez más importante en el concierto internacional y el fortalecimiento de la conciencia patrimonial en España”.
Después, agradeció el esfuerzo de horas extra de los trabajadores implicados en el proyecto. Menos mal que no fueron los únicos; Portús se refirió también a las obras escogidas de la colección. “Las hemos sacado de sus rutinas habituales”, dijo “y las hemos puesto a trabajar de más para que nos cuenten nuestra propia historia”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario