Siempre entre las nubes hay esos huequitos de Sol que te dan valor.
Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
1 nov 2018
El asesino múltiple más escalofriante de Argentina ya tiene película
Raquel Garzón
Carlos Eduardo Robledo Puch, custodiado por policías argentinos durante la reconstrucción en 1972 de uno de sus 11 asesinatos.
El 4 de febrero de 1972, la policía argentina detenía a Carlos Eduardo Robledo Puch.
Acababa de cumplir 20 años, era guapo, tenía mirada de ángel y había asesinado a 11 personas.
Un país entero respiraba tranquilo y un criminal irredento iniciaba una vida en prisión que, 46 años después, perdura. El director Luis Ortega y el actor Lorenzo Ferro han reconstruido su historia en la película
El ángel.
SUEÑA QUE VUELVE a ser joven y sale de la cárcel donde vive desde hace 46 años.
Roba una motocicleta y cruza todos los semáforos en rojo mientras el viento le despeina la melena.
Sueña, una y otra vez (se lo ha contado a su biógrafo, Rodolfo Palacios), que lo liberan y estalla una guerra nuclear.
Entonces,
Carlos Eduardo Robledo Puch
se despierta en la misma celda de siempre.
El asesino múltiple más escalofriante de Argentina es el decano de los reclusos de Sierra Chica, una prisión de máxima seguridad a 350 kilómetros al suroeste de la ciudad de Buenos Aires.
Apresado a los 20, dice haber confesado bajo tortura los crímenes que le valieron la condena a reclusión perpetua. Y mientras espera una excarcelación denegada varias veces,
ya tiene película propia
.
El ángel
, que se estrena en España el miércoles 31, fue coproducida por El Deseo.
Representa a Argentina en la carrera hacia el Oscar y recrea la leyenda devoradora de Robledo Puch: la del criminal inesperado, a contramano de cualquier estereotipo.
Un chico de clase media, con
baby face
de serafín, ojos claros y sensibilidad para la música, que en 1971 y a lo largo de 11 meses de fiebre y furia mató a sangre fría, por la espalda o durmiendo, a 11 personas.
Lo más probable es que el verdadero Robledo y el que compone el actor debutante Lorenzo Ferro, “salvo la apariencia, no tengan mucho que ver”, como subraya Luis Ortega, director de la cinta.
Pero el hecho es que la base de la película es la historia de ese sociópata inescrutable al que la prensa llamó “chacal”, “ángel negro”, “monstruo humano”, “asesino unisex” y “ángel de la muerte”.
Un personaje oscuro que se metió tanto en la cultura popular que a los nenes que se portaban mal en aquella época les decían que se los iba a llevar “el hombre de la bolsa o Robledo Puch”.
El actor Lorenzo Ferro da vida al asesino en serie en la película 'El ángel', de Luis Ortega.
“Colorado” lo llamaban de manera provocativa los muchachos del barrio, mofándose de sus rizos, su belleza a lo Marilyn, sus maneras casi femeninas y su ropa cara. Hijo único de Aída, una inmigrante alemana, química de oficio que nunca ejerció, y de Víctor, un inspector viajante de la General Motors, Robledo fue un chico difícil.
Admitió haber robado por primera vez a los 11 años y estuvo internado en un reformatorio.
Los delitos que se le imputan los cometió a los 19.
Al final lo pescaron por un descuido: olvidó en la escena del crimen la cédula de identidad de su última víctima, Héctor Somoza, su cómplice.
Tras matar al sereno de la ferretería que querían desvalijar, Robledo asesinó a Somoza por diferencias sobre el reparto del botín y le quemó la cara con el mismo soplete usado para abrir la caja fuerte del negocio.
Cuando lo apresaron, horas después, las crónicas registraron una preocupación distinta de la culpa:
“Qué va a pensar mi novia cuando se entere”. Hasta ese momento, las fuerzas de seguridad del Gobierno militar de Agustín Lanusse, totalmente desorientadas, especulaban con que los serenos que aparecían acribillados en discotecas, supermercados, joyerías, armerías y casas de repuestos de coches podían ser víctimas de la guerrilla; probablemente montoneros que buscaban recolectar fondos.
Luis Ortega (Buenos Aires, 1980), uno de los cineastas más personales de su generación, cuenta así cómo vivió las ganas de convertir esa historia en película.
“Cuando el juez le preguntó por qué los mataba mientras dormían, Robledo contestó: ‘¿Y qué quiere, que los despierte?’.
Esa respuesta es suficiente para construir un personaje de ficción”, afirma el director, que ya había ahondado en este tipo de asuntos con Historia de un clan, una miniserie basada en los Puccio, una familia de secuestradores argentinos de clase media alta de los años ochenta [también retratada por el director argentino Pablo Trapero en la película
El clan
].
“Más que el dinero, el verdadero móvil consistía en tener a un rehén en la casa.
Todo funcionaba bien siempre y cuando hubiera alguien secuestrado en el baño o en el sótano.
Sin ese rehén se sentían vacíos”, explica Ortega.
Robledo Puch durante una de las vistas orales contra él en Buenos Aires.
JUAN CARLOS BAIRO (CLARÍN)
El enfoque dramático para componer El ángel es parecido. “Carlitos comienza robando solo, de niño, sin más motivo que el de sentir la vida lo más cerca posible.
Cree que Dios lo está observando.
Baila y roba para Él, en un estado de gracia absoluta.
El botín es saberse vivo.
Luego se enamora de Ramón, el personaje que interpreta Chino Darín, inspirado en Jorge Ibáñez, el primer cómplice de Robledo: un ladrón más ortodoxo, que roba por dinero.
En ese enamoramiento está implícita la desilusión, el desencanto y la sensación de que Dios lo ha abandonado.
Y su conclusión es que si Dios no existe, todo está permitido”.
Hincha fanático del River, Robledo tocaba el piano, estudiaba idiomas e iba a misa los domingos.
Carlitos, como le decían sus padres y como lo conocen todavía en la cárcel de Sierra Chica, fue condenado por 36 delitos, que incluyen robos, 2 violaciones y 11 muertes. “Nadie sabe por qué mataba.
‘Su maldad viene de lejos’, me dijo Osvaldo Raffo, un criminólogo que lo examinó 25 veces.
Yo me inclino por la idea de un asesino múltiple que mató porque era parte de su vivir sin freno”, cuenta el periodista Rodolfo Palacios, coguionista y autor de
El ángel negro
, el libro que convenció a Ortega de que en esa historia se escondía una película.
“Todo lo que se le cruzaba, más si era de noche, lo eliminaba.
Eso parece haberle sucedido a Ibáñez, su amigo y primer cómplice, con quien había hecho el pacto de robar sin dejar nunca testigos.
A él —se cree— lo mató chocando el auto en el que ambos viajaban”.
Su caso desorientó a la sociedad. “Robledo Puch desnuda la apetencia arribista de algunos jóvenes cuyos únicos valores son los símbolos del éxito:
‘Un joven de 20 años no puede vivir sin plata y sin coche’, ha dicho el acusado.
Él tuvo lo que buscaba: dinero, autos, vértigo; para ello tuvo que matar una y otra vez, entrar en un torbellino que lo envolvió hasta devorarlo.
Cuando mató al primer hombre, Robledo Puch ya se había aniquilado a sí mismo”, analizaba el escritor
Osvaldo Soriano en el suplemento cultural del periódico
La Opinión
el 27 de febrero de 1972
.
Realidad y cine corren por cuerdas paralelas. “Luis encontró una poética en medio del horror.
La película construye otro Carlitos: es como si, al matar, el personaje desarrollara una performance, un hecho artístico, un ritual”, matiza por su parte Rodolfo Palacios.
El rostro de Robledo en la película es el de Lorenzo Ferro, un veinteañero de sorprendente parecido físico con el asesino en serie
. A Ferro le llevó seis meses de entrenamiento diario (clases de piano incluidas) convertirse en Carlitos.
Verlo bailar
El extraño del pelo largo
, cantado por Roque Narvaja, un tema que bien puede tomarse como leitmotiv de la película, provoca un subidón de adrenalina.
“Antes de los ensayos entrábamos en calor bailando esa canción e incluso cuando yo llegaba a mi casa la bailaba frente al espejo con unos aros de mi abuela”, recuerda el actor.
“El día que filmamos esa escena había mucha gente. Le pedí a Luis que sacara a todos.
Nos quedamos solos el cámara y yo.
Me trajo un vaso de whisky y de a poco fui abriendo las alas de un bailarín y terminé volando.
Esa escena me encanta”, cuenta.
La verdad es que debutar como un serial killer no le quitó el sueño: “Tuve suerte”, dice.
El rostro de Robledo en la película es el de Lorenzo Ferro, un veinteañero de sorprendente parecido físico con el asesino en serie.
A Ferro le llevó seis meses de entrenamiento diario (clases de piano incluidas) convertirse en Carlitos.
Verlo bailar
El extraño del pelo largo
, cantado por Roque Narvaja, un tema que bien puede tomarse como leitmotiv de la película, provoca un subidón de adrenalina.
“Antes de los ensayos entrábamos en calor bailando esa canción e incluso cuando yo llegaba a mi casa la bailaba frente al espejo con unos aros de mi abuela”, recuerda el actor.
“El día que filmamos esa escena había mucha gente. Le pedí a Luis que sacara a todos.
Nos quedamos solos el cámara y yo. Me trajo un vaso de whisky y de a poco fui abriendo las alas de un bailarín y terminé volando.
Esa escena me encanta”, cuenta.
La verdad es que debutar como un serial killer no le quitó el sueño: “Tuve suerte”, dice.
Ortega se mete en la cabeza de su protagonista: “Carlitos mata pero le quita significado.
Es solo un acto mecánico. Desafía el sentido común, pero también demuestra su ingenuidad en cuanto a las consecuencias”.
Para transmitir ese filo infantil y letal necesitaba una cara que no fuera familiar.
“Que Lorenzo nunca hubiera pisado una clase de teatro me permitió meter la cuchara en una zona que los actores creen tener resuelta: el hecho de haber perdido la inocencia.
Arrancamos desde cero y él entendió algo esencial: la puesta en escena de la vida es algo absurdo, irreal.
Carlitos es, a la vez, un personaje influenciado por el cine: actúa como una estrella aun cuando está solo, con cierta autoridad.
Eso también lo vuelve singular, esa confianza en sí mismos que transmitían los actores de esa época.
La elegancia como una forma de fe, de misterio”.
Arriba, Lorenzo Ferro en el papel de Robledo Puch en un fotograma de 'El ángel'. Debajo, armas encontradas por la policía argentina en la casa del asesino en serie.
BTEAM PICTURES / JUAN CARLOS BAIRO (CLARÍN)
Cuando lo apresaron el 4 de febrero de 1972, Robledo Puch decía ganarse la vida como mecánico de motos. Picana mediante confesó, pero esa aberrante práctica policial de la época no explica los detalles que brindó. Guardaba el dinero del último robo en la casa de su abuela. Dentro del piano encontraron siete revólveres y 2.300.000 pesos (unos 222.000 dólares de entonces).
Se le consideró un “psicópata desalmado”, carente de afectividad o empatía (al investigar las escenas de sus crímenes se constató incluso un balazo en una cuna: el bebé que dormía en ella se salvó de milagro).
Hoy asume los robos.
De las muertes culpa a sus cómplices, que están bajo tierra.
Asegura que su causa fue “armada” para tapar la situación política.
“Me inventaron porque no había un Charles Manson criollo”, ha dicho.
Durante mucho tiempo, sin embargo, se negó a pedir la excarcelación, aunque después de 35 años su pena estaba cumplida.
Aterrado por la vida que podría esperarle fuera de la prisión, intentó algo que parece uno más de sus frecuentes delirios: que le dejen construir una casa dentro del penal.
Se le consideró un “psicópata desalmado”, carente de afectividad o empatía (al investigar las escenas de sus crímenes se constató incluso un balazo en una cuna: el bebé que dormía en ella se salvó de milagro).
Hoy asume los robos. .
Aterrado por la vida que podría esperarle fuera de la prisión, intentó algo que parece uno más de sus frecuentes delirios: que le dejen construir una casa dentro del penal.
Una de las numerosas víctimas de Carlos Eduardo Robledo Puch. El mayor asesino en serie de la historia de Argentina casi siempre mataba disparando por la espalda.
BTEAM PICTURES
Ese criminal que soñaba con convencer a Scorsese de filmar su historia y ser representado por Leonardo DiCaprio se enoja cuando dudan de su heterosexualidad, pero vive en el pabellón de homosexuales de Sierra Chica. “Lo pidió él mismo como estrategia de supervivencia”, apunta Palacios, quien entrevistó a Robledo Puch una decena de veces en 2008 y fue el destinatario de 45 cartas suyas, una de ellas firmada “Jesucristo”.
“Quisieron lincharlo, pasó por torturas, por motines, por vejámenes; se escapó, fue recapturado y se salvó por muy poco de que le condenaran a la pena de muerte, que existía para el secuestro, pero no para el rapto, figura con fines sexuales que se empleó para encuadrar a dos de sus víctimas, violadas por Ibáñez.
Quizá su verdadera y mayor condena sea seguir vivo en medio de ese infierno”, resume.
La tragedia hundió a la familia. Su madre, Aída, intentó pegarse un tiro.
Sus padres se separaron y Víctor perdió el trabajo en la General Motors.
Tiempo después, en una carta, su hijo amenazó con matarlo.
Se vieron por última vez en un psiquiátrico al que Robledo fue llevado en 2002, tras creerse Batman e intentar quemar un taller penitenciario.
“La cárcel no reforma a nadie”, concluye Palacios. “Robledo es un delirante que debería estar internado. Sorprende su silencio: solo sabemos una parte de la verdad, ¿qué pasó por la cabeza de ese chico de 19 años, que tenía todo para no hacer lo que hizo y sin embargo eligió arruinarse la vida?”.
Durante uno de sus encuentros, Rodolfo Palacios descubrió el tatuaje carcelario que
El ángel
se grabó en el pecho: un corazón con el nombre de su novia de adolescencia, Mónica.
La chica se hizo monja. Carmelita descalza.
Al actor Lorenzo Ferro tiene un gran parecido físico con el personaje real.
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