Puede que la sed de iconos la produzca la necesidad de tener noticias buenas entre tantos disgustos y tanta crispación hueca, como la que flota en el Congreso.
Mientras en el Congreso se presencian enfrentamientos estratégicos y
ruidosos, en la vida el ruido de las fiestas crece y en ellas se hacen
tributos o nacen nuevos iconos.
No alcanzan los días de la semana para acudir a todas.
El nivel de solapamiento social llega a quebrar los nervios.
En un mismo día, James Costos, exembajador de Estados Unidos, presenta su libro escrito junto a Santiago Roncagliolo en Casa de América rodeados de la aristocracia empresarial y al mismo tiempo, en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Naty Abascal, es homenajeada por la revista Telva.
Un tributo con cena, champagne y una exposición de sus mejores trajes, libros y cuadros.
Intenté acudir a las dos convocatorias porque nací con el síndrome de temer perderme fiestas buenas.
Cuando leía absorto los diarios de Andy Warhol, me maravillaba su capacidad de poder brincar de una fiesta a otra
. En esos diarios anotaba el coste y la propina de cada transporte para justificar gastos ante Hacienda.
Yo intento llevar un control de mis taxis y también de los Cabify. Uso ambos sistemas porque estoy convencido que debería ser un ejemplo de convivencia urbana sana.
Los taxis han mejorado y los AVT no paran de ofrecerte agua y hasta una aplicación para comprar chuches entre fiesta y fiesta.
Si Warhol viviera habría disfrutado mucho con todo esto.
Por eso me agradó que en el homenaje para Naty Abascal, ella misma decidiera colocarme en la mesa que llamo Warhol. ¡No hay nadie como Naty Abascal, eso es la base de su condición icónica! Empecé a fijarme en ella en su etapa duquesa de Feria, porque sonaba tan original en inglés: ¡Duchess of Feria! Después conocí a infinidad de drag queens latinos que intentaban emularla, con su perfil tan acentuado, esos cardados aristocratísimos y su despreocupada afición por los vestidos pouf que marcaron aquellos años.
En la exposición de esos trajes en la Real Academia de San Fernando, la gran mayoría están firmados por Oscar de la Renta y Valentino.
También hay varios que diseñó Jacqueline de Ribes, otra de las grandes damas del estilo y que comparte con Naty esa maravillosa nariz que desafía las convenciones y convierte sus rostros en monedas clásicas.
Perfiles de acusada elegancia.
Más o menos ahí radica el secreto de Naty para ser un icono: extravagancia y rigor, una mezcla en la que caben muchos adjetivos, tan folk como viscontiniana y que finalmente es natiabascaliana.
Después de su cena, decorada con arreglos de flores rebosantes de colorido y los platos de su colección de vajillas, Miguel Bosé sorprendió interpretando Sevilla a la homenajeada.
Tras la canción, Bosé ensalzó a Naty recordando una pragmática frase de Diana Vreeland:
“La elegancia es bajar bien las escaleras”.
Yo lo practico a diario, siguiendo la escuela originada por Esperanza Roy y Bibiana Fernández, con quien me tocó bajar las estrechas y empinadas escaleras de la Real Fabrica de Tapices.
No alcanzan los días de la semana para acudir a todas.
El nivel de solapamiento social llega a quebrar los nervios.
En un mismo día, James Costos, exembajador de Estados Unidos, presenta su libro escrito junto a Santiago Roncagliolo en Casa de América rodeados de la aristocracia empresarial y al mismo tiempo, en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Naty Abascal, es homenajeada por la revista Telva.
Un tributo con cena, champagne y una exposición de sus mejores trajes, libros y cuadros.
Intenté acudir a las dos convocatorias porque nací con el síndrome de temer perderme fiestas buenas.
Cuando leía absorto los diarios de Andy Warhol, me maravillaba su capacidad de poder brincar de una fiesta a otra
. En esos diarios anotaba el coste y la propina de cada transporte para justificar gastos ante Hacienda.
Yo intento llevar un control de mis taxis y también de los Cabify. Uso ambos sistemas porque estoy convencido que debería ser un ejemplo de convivencia urbana sana.
Los taxis han mejorado y los AVT no paran de ofrecerte agua y hasta una aplicación para comprar chuches entre fiesta y fiesta.
Si Warhol viviera habría disfrutado mucho con todo esto.
Por eso me agradó que en el homenaje para Naty Abascal, ella misma decidiera colocarme en la mesa que llamo Warhol. ¡No hay nadie como Naty Abascal, eso es la base de su condición icónica! Empecé a fijarme en ella en su etapa duquesa de Feria, porque sonaba tan original en inglés: ¡Duchess of Feria! Después conocí a infinidad de drag queens latinos que intentaban emularla, con su perfil tan acentuado, esos cardados aristocratísimos y su despreocupada afición por los vestidos pouf que marcaron aquellos años.
En la exposición de esos trajes en la Real Academia de San Fernando, la gran mayoría están firmados por Oscar de la Renta y Valentino.
También hay varios que diseñó Jacqueline de Ribes, otra de las grandes damas del estilo y que comparte con Naty esa maravillosa nariz que desafía las convenciones y convierte sus rostros en monedas clásicas.
Perfiles de acusada elegancia.
Más o menos ahí radica el secreto de Naty para ser un icono: extravagancia y rigor, una mezcla en la que caben muchos adjetivos, tan folk como viscontiniana y que finalmente es natiabascaliana.
Después de su cena, decorada con arreglos de flores rebosantes de colorido y los platos de su colección de vajillas, Miguel Bosé sorprendió interpretando Sevilla a la homenajeada.
Tras la canción, Bosé ensalzó a Naty recordando una pragmática frase de Diana Vreeland:
“La elegancia es bajar bien las escaleras”.
Allí se celebraron los premios ICON, fiesta donde los millennials se mezclan con los menos millennials,
en eso que Luz Sánchez Mellado llamó: “cruce generacional”.
Después de
conocer al diseñador Dries Van Noten y antes de saludar a Rosalía,
cantante y estrella emergente de la velada, Bibiana se sujetaba del
pasamanos mientras, en el angostísimo cruce, Pedro Almodóvar trataba de
ascender.
Bibiana salvó la situación organizando un selfie, posando
con habilidad iconográfica a pesar de los tacones que llevaba y la
fragilidad de su vestido.
En ese momento vertiginoso pensé que en Madrid
habitan la mayor cantidad de iconos de Europa.
Es probable que esta sed de iconos la produzcan la necesidad de tener
noticias buenas entre tantos disgustos y tanta crispación hueca, como
la que flota en el Congreso.
Sumido en esta reflexión, decidí acompañar a Isabel Preysler a desvelar su figura en el Museo de Cera.
Es uno de los museos más visitados del país y una institución que muchas veces se adelanta a la justicia y expulsa a ese miembro que en la vida real se porta mal.
Preysler es la antítesis de lo equivocado.
El hecho de que estuviera junto a su figura demostraba que en el museo también hacen las cosas bien.
Le preguntaron si le gustaría que la pusieran al lado de Vargas Llosa y contestó:
“En el museo estamos cada uno donde tiene que estar”.
Agregando la sonrisa Preysler que todos queremos imitar para ser un poquito más iconos.
Sumido en esta reflexión, decidí acompañar a Isabel Preysler a desvelar su figura en el Museo de Cera.
Es uno de los museos más visitados del país y una institución que muchas veces se adelanta a la justicia y expulsa a ese miembro que en la vida real se porta mal.
Preysler es la antítesis de lo equivocado.
El hecho de que estuviera junto a su figura demostraba que en el museo también hacen las cosas bien.
Le preguntaron si le gustaría que la pusieran al lado de Vargas Llosa y contestó:
“En el museo estamos cada uno donde tiene que estar”.
Agregando la sonrisa Preysler que todos queremos imitar para ser un poquito más iconos.
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