Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

10 oct 2018

‘Gran Hermano VIP’: ¡Dios mío! ¿Dónde están los límites?

Inducción al abuso, malos tratos, impagos… Los concursantes del 'reality' salen para declarar ante los juzgados mientras Jorge Javier finge impostado que se están pasando: ¿será para azuzarlos?



GH VIP
Jorge Javier Vázquez, durante una gala de 'Gran Hermano VIP', con tres de los tertulianos GTRES



Ya no es que anden con los pies encima de la cama o hablen como lerdos con muletillas de cuarta y vocabulario de trena. 
Ya no se trata de si se lo montan bajo los edredones azuzando la imaginación como por vía rayos infrarrojos del espectador y con el morbo que da hacerlo ante la mirada de sus familiares en plató. 
No es que se saquen los ojos entre los ex y a trío en torno a Carlos Lozano, que se escupan y entren los técnicos a separar grescas y peleas por doquier y por el mero hecho de buscarlas.
 No es que espante ya la calaña y la catadura o haga más o menos gracia el grado de frikismo caduco que exuda Aramis Fuster sin bragas o demás competencia siliconada con sus contrincantes en alianza y guerra junto a los maromos de la casa…
Hay atasco en las alcantarillas.
 Lo más decente de Gran Hermano VIP son las cabras, los burros y las avestruces. Lo pudimos comprobar el primer día.
 El grado de urbanidad viene más de la granja que de los dormitorios.
 Pero madre mía, ¡qué audiencia! En torno al 30% y sin bajar. ¿Cómo vas a moderar el tono? ¿Será por asombro o por sentirnos identificados?
 ¿Será porque, una vez más, los cerebros del invento –productora y cadena en sincronía sociológica y sociopática mediante- han dado en el clavo? 

¿Por qué? Puede que el programa se haya convertido en una barricada para que cada cual exprese en el salón de su casa una pequeña rebelión contra la epidemia de corrección política que nos invade.
 Consuela pensar que no andemos a la altura de tanta exigencia ética: al fin y al cabo, la miseria, acompaña.
No es cuestión de moralizar.
 Líbrenos Dios y el diablo. Pero cabe preguntarse esta vez dónde andarán los límites.
 Si un día, el tal Omar –ex de Chabelita- alienta a Asraf Eno a sacar ventaja de una concursante y lo fríen en las redes por alentar el abuso, otro embargan el sueldo de Aramis Fuster por impago de alquiler o el siniestro Ángel Garó abandona la casa con cascos para declarar en un juzgado de Málaga, acusado de maltratar a su expareja. 
Ya no es sólo que entren y salgan de la casa cloaca pervirtiendo el formato, es que las razones de sus ausencias medidas rozan el coqueteo con la delincuencia.

Lo dicho. Puede que un sector de la población azorada por el alto grado de exigencia ética celebre así su medida mortal regodeándose –o identificándose, que sería algo peor- con la calaña.
 Pero, coño, por más que miras alrededor, ni al más retorcido se le puede ocurrir tanto. 
 Cuecen habas por todas partes, pero en este país, al menos, empatan héroes discretos con villanos adictos al escándalo.


Una escena del programa.
Una escena del programa.
  Por tanto, canta el desequilibrio y si lo que buscan es basura, al menos, que se ahorren el cinismo.
 Esos aspavientos, esas broncas impostadas de Jorge Javier, no cuelan. 
Aunque puede que estén cargadas de doble sentido y que cuando el presentador echa en cara a los concursantes que no están a la altura de las pruebas, lo que realmente ande queriendo decir es que espera más carnaza.
 No lo olviden, el amigo es la encarnación perfecta de Belcebú.
 Y por eso, en gran medida, también mola. ¿Quién quiere santos dominando la parrilla con un 30% de share

 

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