Que en una canción de Mecano digan mariconez resulta más tolerable que una ministra lo exponga en una grabación del comisario Villarejo.
Roberto Leal y María Villar, durante la gala del miércoles de 'Operación Triunfo'. GtresOnlinFue lo primero que leí la mañana del jueves, la entrevista de Isabel Coixet a Martin Scorsese, en la que el director advertía de que se “acabó el tiempo de lo superfluo e innecesario”.
¡Qué rotundo! Somnoliento confundí estas declaraciones con las de la Conferencia Episcopal, que promete cambiar su código de actuación en los casos de pederastia, promesas que luego se disuelven en el intrascendente café del desayuno.
Este eterno dilema entre lo que es superfluo e innecesario versus lo trascendente y válido debería formar parte de las clases de filosofía que, felizmente, regresan a las aulas de secundaria.
Yo plantearía que todo tiempo es a la vez intrascendente y profundo.
No existe lo innecesario porque todo es necesario.
Y así llegamos a este siglo donde, por un lado, asesinan a un periodista saudí con apellido de millonario de los ochenta, Khashoggi, en un consulado en Turquía, mientras en televisión se debate sobre si se puede usar el término mariconez en una canción de Mecano.
Y así como el príncipe heredero saudí niega cualquier vinculación con la desaparición del periodista, reconozco que jamás había reparado en esa mariconez de la canción de Mecano.
Siempre entendí que la palabra se empleaba refiriéndose a cursiladas.
Y hay que reconocer que cursis podemos serlo todos, seamos Isabel Coixet, Ana Torroja, Martin Scorsese o Boris Izaguirre.
Sin embargo, me parece interesante que la concursante millennial, María Villar, subraye la homofobia en el uso de esa palabra.
Habría que comentarle, en plan paternal y asumiendo el conflicto generacional, que el término homófobo se ha hecho mucho más popular en este siglo que en el pasado.
Y que en los años ochenta todos éramos un poquito de todo, con hincapié en la superficialidad, una filosofía que al final ha permitido que nuestros jóvenes entiendan que la homosexualidad no es dañina. Y eso no es superfluo.
Pero hay que reconocer que la polémica le ha venido mejor a Operación Triunfo que al Gobierno, que ha tenido que capear el despiste que el presidente Sánchez tuvo con el protocolo de la Casa del Rey, otro de esos ejemplos de conflicto generacional e institucional.
Es cierto que Pedro y Begoña deberían haberse estudiado más vídeos del besamanos del Día de la Fiesta Nacional, pero a lo mejor les resulta algo casi tan tedioso como las películas en plan trascendente.
Se ha discutido mucho si fue un error de protocolo de Zarzuela o de Moncloa, pero la vez que estuve en palacio,Protocolo se deshacía para que todo fuera fácil y mecánico.
Estuve allí invitado al almuerzo después de la entrega del Premio Cervantes a Juan Goytisolo y me hicieron sentir como un rey emplumado del Caribe.
Llegado mi turno de conversación con los monarcas, me sentí muy Isabel Coixet en la entrevista con Scorsese y quise ponerme trascendente, pero cuando los Reyes estuvieron cerca preferí preguntarles por el menú y la vajilla.
Sus respuestas se volvieron imborrables. “Usamos la vajilla que recibieron mis padres de regalo de bodas”, me dijo el Rey, “porque así le damos uso y no hacemos un gasto superfluo”.
En eso, Felipe VI coincide con Scorsese.
Nada superfluo.
Martin debería mudarse a España y quedarse en Barcelona.
Estuve allí para asistir al Premio Planeta, cuya velada es el único momento de tregua que experimenta la ciudad en estos tiempos tan crispados como trascendentes.
Los del Govern no acudieron y la verdad que tampoco se notó mucho.
Me encontré compartiendo photocall con Xavier García Albiol y al coincidir en la alfombra roja, nos dimos la mano.
Albiol me dijo: “Te sigo mucho” y le respondí: “Y yo también te sigo mucho”.
La cuestión independentista ha vuelto al Premio Planeta más intenso.
Si te lo pierdes, estas fuera de órbita. Este año se incorporó Manuel Valls, gallardamente sentado al lado de Susana Gallardo, una pareja de la que todo el mundo hablaba.
Unas mesas más allá estaba Ada Colau, cada vez más simpática y compartiendo mantel con Artur Mas y su esposa Helena Rakosnik. Por un momento todas estas coincidencias me hicieron ver la cena como esa fiesta en la casa de Scarlett O'Hara al principio de Lo que el viento se llevó.
Pero opté por guardarme esta impresión para no agregar más cosas superfluas e innecesarias a este mundo tan trascendente.
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