Miralda en una de sus última exposiciones en el MACBA.
El jurado le ha destacado “por una trayectoria artística sólida y transdisciplinar, desde los años 60 a la actualidad, que evidencia el carácter político y crítico de su obra”.
Antoni Miralda ha sido galardonado este lunes con el Premio Velázquez de Artes Plásticas 2018.
El jurado le ha destacado “por una trayectoria artística sólida y transdisciplinar, desde los años 60 a la actualidad, en la que ahonda en el concepto de ritual y fiesta, con un sentido lúdico y participativo que evidencia el carácter político y crítico de su obra”.
Y ha añadido en su motivación que “sus acciones colectivas, que involucran gran parte de la población, tanto a audiencias vinculadas al mundo artístico como también agentes de la vida cotidiana, exaltan en particular su capacidad de seducción estética, el carácter organizativo de su práctica, y su incansable trayectoria”.
Se recompensa así la meritoria labor del galardonado a través de la concesión de un premio dirigido a destacar su aportación sobresaliente a la cultura española e iberoamericana por la totalidad de su obra.
Está dotado con 100.000 euros.
Formado desde comienzos de 1960 en los más prestigiosos y diversos centros artísticos de Barcelona, París, Londres y Nueva York, Miralda es quizás el creador español más versátil, de los últimos 40 años.
Permanentemente involucrado en el arte participativo, es autor de una obra de carácter público y lúdico.
El estudio de la memoria inmaterial es uno de sus ejes temáticos más significativos, resaltando la comunicación como un aspecto de gran importancia en toda su trayectoria.
Ha trabajado con objetos, mixed-media, happenings (siempre relacionados con la idea de la fiesta, las liturgias ceremoniales, los ritos florales, las procesiones…) para dedicarse ya en 1967-1968 a la alquimia de las metamorfosis con sus “objetos comestibles”, como paisajes o banderas que recrea desde entonces en su obra, mostrando una precoz preocupación antropológica por el ritual. Este lenguaje le permite reflexionar sobre la capacidad de transformación que el arte posee más allá de los recintos museográficos cerrados.
Antoni Miralda es, pues, autor de una obra arriesgada, consolidada a lo largo de más de cuarenta años, fruto de un lenguaje muy personal en permanente investigación.
A lo largo de su trayectoria, la comida se ha mantenido como referencia permanente por su condición de elemento esencial de cohesión comunitaria.
También ha realizado numerosas instalaciones que han significado
auténticos retos y que le han permitido llevar su proceso creativo a numerosos emplazamientos del ámbito internacional.
Su obra forma parte de importantes colecciones, ha expuesto en numerosos museos y ha estado presente regularmente en galerías de todo el país así como en las principales citas artísticas internacionales.
Su obra y su participación se han podido ver en Venecia, Hannover, París, Londres, Nueva York, Miami, Shanghái, Milán, Caracas, Lima, Bogotá, Ciudad de México, La Habana,
Montevideo, Buenos Aires, Atenas, Ámsterdam, Berlín, Bruselas, Copenhague, Dublín, Estocolmo, Helsinki, Lisboa, Luxemburgo, Roma, Viena y, por supuesto, en muchas ciudades españolas.
Dentro de sus primeros trabajos, Soldats Soldés (1967-72), se conocen como objetos “assemblages” partiendo de la acumulación de soldados de plástico blanco.
Vive en el París de los sesenta, donde empieza a realizar proyectos introduciendo el ceremonial de la comida como elemento creativo a partir del color y su simbolismo.
Reside en Nueva York de los setenta a los noventa, donde trabaja incidiendo en el espacio público y participativo alrededor de lo comestible.
Cabe destacar Fest für Leda, Documenta 6, Kassel (1977); Wheat & Steak, Kansas City (1981); Santa Comida, Nueva York, Miami, Paris (1984-89); la creación junto con Montse Guillén del reconocido restaurante El Internacional en Tribeca, Nueva York (1984-1986) y el proyecto Honeymoon (1986-92), que celebra la boda imaginaria de la Estatua de la Libertad con el Monumento a Colón de Barcelona, explorando así la fusión cultural entre el Nuevo y Viejo Mundo con intervenciones en Nueva York, Barcelona, Venecia, Tokio, París, Miami o Las Vegas.
A mediados de los años 90, partiendo del concepto “comida como cultura”, crea el FoodCulturaMuseum, un “museo sin paredes”, con el objetivo de explorar, coleccionar, preservar, documentar y difundir las conexiones entre comida, cultura popular y arte.
El proyecto cuenta con una amplia trayectoria de actividades y exposiciones, entre las cuales se encuentran la creación del Food Pavilion para la Expo 2000 de Hannover, los proyectos Power Food y Sabores y Lenguas, que proponen reflexionar en torno al poder y la energía de la comida, la memoria culinaria, los intercambios y la riqueza gastro-cultural de diversas ciudades latinoamericanas, europeas y asiáticas.
En 2010, el Reina Sofía presenta De gustibus non disputandum, una retrospectiva de su obra en el Palacio Velázquez del Parque del Retiro, en Madrid.
En Expo Milano 2015 realiza para el pabellón español la instalación El viaje del sabor.
En 2017 presenta en MACBA MiraldaMadeinUSA.
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