Culta, socialista sin caspa, llena de savia y fecundidad, frutal. Carmen Alborch fue exactamente lo que necesita este país.
“No hi havia a València una llum com la teua, car de llums com la teua, a tot arreu i ara, en son parides ben poques” (No había en Valencia una luz como la tuya, porque luces como la tuya, en todas partes y ahora, son paridas muy pocas).
Carmen Alborch era una verbena, pero una verbena muy seria. Llegaba, estallaba, iluminaba, escuchaba, decidía, animaba.
Y era profunda. Luminosa y profunda.
De sus tiempos como ministra de Cultura recuerdo, sobre todo, el profundo contraste establecido con su sucesora en el cargo, Esperanza Aguirre, ética y estéticamente, pero sobre todo éticamente.
Era, para qué os lo voy a decir, todo lo contrario.
Culta, socialista sin caspa, llena de savia y fecundidad, frutal. Pienso en ella y solo se me ocurren imágenes relacionadas con la madre tierra y con el mar.
La tierra que ahora la acoge y que será mejor porque ella la abona. Carmen Alborch fue exactamente lo que necesita este país: lo contrario de Bernarda Alba (que sería Aznar, si también me lo permiten). Era agua muy clara.
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