El distrito de Embajadores tiene dos velocidades: la de los alquileres por las nubes y las terrazas caras; y la de poseer la menor renta por hogar de todo el centro.
Hoteles, restaurantes, bares, salas de teatro, huertos urbanos, efervescentes centros culturales… Esta es una de las caras de Lavapiés (en el barrio de Embajadores, distrito Centro).
Y es poderosa: la zona acaba de ser escogida como el barrio más cool del mundo. Cool entendido como molón, guay. Lo ha dicho la publicación Time Out, especializada en ocio urbano. Para sacar esa conclusión, ha realizado una encuesta (con más de 15.000 entrevistados).
Pero esa faceta tan molona y brillante convive con otras imágenes del barrio más complejas: gentrificación, botellón, empobrecimiento, plagas de chinches o un draconiano mercado de la vivienda.
Dos cifras ejemplifican la disparidad de Embajadores: es una de las zonas donde más ha subido el precio de la vivienda (más del 21% interanual en todo el distrito Centro) y a la vez es el barrio con menor renta por hogar de toda la almendra central (poco más de 23.800 euros anuales, según datos del Ayuntamiento).
Lavapiés tiene dos velocidades.La de calle Argumosa, donde se concentran terrazas con precios desorbitados y tapas alternativas, pero cuquis.
Y la de la calle del Oso, donde el pasado mes de marzo falleció un mantero senegalés a causa de un paro cardiaco.
Gran parte de los manteros de la ciudad viven allí por lo que la muerte de Mame Mbaye, de 35 años, desató una oleada de protestas –se prendió fuego a contenedores y vehículos- y un gran despliegue policial para apaciguar el barrio.
“Cuando llegué a Lavapiés como estudiante, a finales de los años setenta, todos veníamos de provincias”, contaba la fotógrafa Mariví Ibarrola con motivo de su exposición De Lavapiés a la Cabeza.
En esta selección de imágenes, Ibarrola, que sigue siendo vecina de la zona, retrataba el barrio en los años ochenta, cuando la droga campaba a sus anchas por sus callejas.
En los noventa, el barrio se tornó en un enorme bazar chino, con tiendas al por mayor que expulsaron a gran parte del comercio de cercanía.
Y en los dosmiles, sus bajos precios y su buena ubicación, lo convirtieron en el puerto de Madrid, en el epítome de lo multicultural: entonces la población extranjera representaba el 35%.
Actualmente, uno de cada cuatro vecinos es de fuera, originarios de Bangladesh, Marruecos o Senegal, pero también de Italia, Francia o Estados Unidos.
Ibarrola explicaba con sus imágenes que en Lavapiés “convivían las costumbres más conservadoras con las vanguardias”.
Actualmente, uno de cada cuatro vecinos es de fuera, originarios de Bangladesh, Marruecos o Senegal, pero también de Italia, Francia o Estados Unidos.
Ibarrola explicaba con sus imágenes que en Lavapiés “convivían las costumbres más conservadoras con las vanguardias”. Ese crisol -de nacionalidades, de expresiones culturales, de inquietudes…– y los alquileres asequibles (debido a los problemas derivados del mercado de la droga, de la delincuencia y a la alta presencia de población migrante) también atrajeron a actores, directores de cine, periodistas, o agentes sociales (ONG, movimientos políticos alternativos, las primeras casas okupas...).
Todos ellos dejaron su huella en el barrio. Lo dotaron de un halo de modernidad
“La crisis detuvo un poco el proceso de gentrificación de Lavapiés, pero desde 2013, se ha vuelto a acelerar.
Las consecuencias directas son la transformación de la zona; la expulsión de parte de la población original y la revalorización del suelo y de los inmuebles”, explica.
Ana B., de 35 años, tuvo que dejar su casa hace poco más de un año, en el verano de 2017:
“Pagaba 750 euros al mes y me tocaba renovar el contrato, pero mi casero me dijo que me fuera.
Él es el dueño de todo el edificio.
Algunos meses antes, los vecinos de al lado se fueron, el dueño remodeló la casa -mucho más pequeña que la mía- y la comenzó alquilar por 1.100 euros al mes”, recuerda.
Buscó piso en el barrio y le fue imposible por lo que acabó alejándose un poco de una zona en la que llevaba viviendo casi una década.
“Si das dinero para rehabilitar y no pones una cláusula para que no se pueda vender en 20 años, fomentas la especulación”.
El Consistorio acaba de excluir la zona de Embajadores como “área preferente de impulso a la regeneración urbana”, es decir, de las ayudas para la renovación de edificios.
Las asociaciones vecinales vivieron con estupefacción esta decisión porque, aunque consideran que el barrio ha mejorado, destacan que mantiene “unas condiciones socioeconómicas complicadas” y gran presencia de “vivienda antigua e infravivienda”.
“Cuando se pone la etiqueta de cool a una zona de una ciudad, el barrio se convierte en una marca”, continúa el sociólogo Gil, “es una construcción simbólica, que no está relacionada con elementos objetivos de calidad de vida, pero que acaba generando un discurso legitimador de las expulsiones urbanas”.
Con estas ideas, permean otras:
“Como el sitio es tan molón, parece normal que la gente tenga que irse", agrega Gil, "parece que no todo el mundo tenga derecho a vivir en esa zona”.
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