Este verano, una española de origen ruso quitó lazos amarillos en
Barcelona y un hombre le propinó un puñetazo. Pero el feminismo no se ha
pronunciado.
ESTE VERANO han sucedido dos cosas que me han llevado a desconfiar de la
sinceridad de otros tantos “colectivos”.
Y uno de ellos, lo lamento, es
el feminismo actual, o, como gustan de llamarlo algunas de sus
militantes, “la cuarta ola” de ese movimiento, que en las tres
anteriores anduvo sobrado de razón, fue digno, estimulante,
argumentativo, a menudo inteligente y rara vez contradictorio.
Por ello
mereció el apoyo de gran parte de la sociedad, que celebró sus éxitos
como conquistas de todos.
Los hechos no están muy claros, pero sí alguno.
Como recordarán, cerca
de la Ciutadella de Barcelona, una mujer española de origen ruso, casada
con un militante de Ciudadanos (que la acompañaba en aquel momento
junto a los hijos pequeños de ambos), quitó lazos amarillos anudados a la verja del parque,
ya saben que Cataluña está inundada, los activistas muy activos.
Un
hombre la increpó, se produjo la discusión consiguiente y a continuación
el individuo le propinó un puñetazo en la cara que la tumbó al suelo.
No le bastó con eso, sino que, al tratar de incorporarse la mujer, se
abalanzó sobre ella y le dio más puñetazos en la cara y en otras partes
del cuerpo.
El marido intentó quitarle al agresor de encima, con escaso
éxito, y el atacante se dio a la fuga tras el forcejeo.
Esta es la
versión de la mujer, que añadió un dato: al dirigirse a sus críos en
ruso, el independentista le espetó: “Extranjera de mierda, vete a tu
país y no vengas aquí a joder la marrana”.
La versión del varón, identificado y detenido al cabo de unos días,
naturalmente difiere.
Según él, la recriminó “sólo por su incivismo”.
“No que quitara los lazos sino que ensuciase la ciudad porque los tiraba
de malos modos al suelo”.
Entonces ella le dio una patada en los
testículos “y después ambos cayeron al suelo peleándose, hasta que
fueron separados”.
Como en todo caso de palabra contra palabra, las dos
narraciones pueden ser ciertas, o, mejor dicho, lo será una tan sólo,
pero no podremos saber cuál hasta que los testigos corroboren una (y
siempre que sean veraces).
En principio, sin embargo, la segunda suena
bastante inverosímil. Si cada vez que alguien enguarra las calles
tirando cosas al suelo en vez de a una papelera (bolsas de patatas,
botes de refrescos) reaccionáramos como ese sujeto, tendríamos un
permanente paisaje de peleas y riñas a puñetazos y patadas, o aun con
armas.
Cuesta creer que el motivo de la increpación fuera el incivismo,
ya que en todas las ciudades españolas —en Madrid en la que más—, esa
clase de incivismo es incesante.
Me juego la paga de este artículo a que si la señora de origen ruso
hubiera arrojado una docena de kleenex usados al suelo, ese guardián de
la limpieza no se habría irritado hasta semejante punto. El agresor, por
cierto, al salir más bien libre del juzgado, se tapó la cara con una
toalla —oh casualidad— amarilla.
Lo que sí es seguro es que la mujer recibió atención sanitaria por
una “desviación del tabique nasal, con dolor intenso a la palpación” y
“presencia de contusión maxilar”, como consta en el parte médico.
De los
testículos del varón no hay noticia, pero puedo atestiguar desde niño
que si uno encaja un golpe en ellos, queda inmovilizado de dolor durante
un par de minutos por lo menos, e incapacitado para abalanzarse sobre
nadie mientras ese dolor no remita.
Así pues, de lo que no cabe duda es
de que un hombre pegó a una mujer en plena calle y en presencia de sus
hijos.
Para las feministas de la “cuarta ola”, tan dadas a la susceptibilidad y
a la condena sin pruebas, eso debería haber bastado para poner el grito
en el cielo, independientemente de que la mujer hubiera respondido o no
a los golpes.
Y sin embargo no he visto manifestaciones de apoyo a la
hispano-rusa, ni he leído artículos indignados de escritoras, ni sé de
campañas de linchamiento en las redes como las que han sufrido muchos
otros sin haber llegado nunca a las manos.
A partir de ahora no podré creerme una palabra de lo que digan,
reclamen, protesten o acusen muchas hipócritas feministas actuales,
sobre todo catalanas.
Me pregunto qué se ha hecho de la plataforma
anónima Dones i Cultura, que ha logrado la dimisión del director Lluís
Pasqual “por malos tratos verbales” a una actriz hace años. Verbales,
insisto: no puñetazos.
Me pregunto por el silencio o la “prudencia” de
las políticas Colau, Artadi, Rovira, Gabriel, Boya, Borràs y otras, de
las periodistas Terribas y Chaparro y otras, de la neófita y gurú
Dolera, todas ellas catalanas y muy o superfeministas.
Algunas saltan
por nada, y en cambio no han dado un brinquito por este caso. Si este
feminismo tan jaleado resulta ser selectivo, su sinceridad está en tela
de juicio. Si una mujer es antiindependentista y de origen ruso, ya no
es tan mujer, por lo visto.
Si el varón que le pega es secesionista y
xenófobo (una pelea así es casi siempre desigual por sexo, todavía),
entonces es menos agresor y quizá no condenable.
No hay que “precipitarse” a juzgarlo, pobrecillo: no merece la misma vía
rápida e irreflexiva que Woody Allen, Dustin Hoffman y tantos otros con
los que no ha habido contemplaciones.
Está blindado, si es de los
nuestros. Del otro “colectivo” decepcionante, deberé ocuparme un domingo
futuro.
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