El hijo pequeño de Carmina Ordónez vive su mes más contradictorio: estrena sección en TVE, le desahucian de su casa por impago y sigue sin hablarse con sus hermanos, Francisco y Cayetano Rivera.
Es alto, grande, de físico rotundo, pero en sus ojos se atisba esa mirada de los animales abandonados, dolidos y ansiosos de caricias pero al mismo tiempo temerosos de volver a ser golpeados por la vida o por la traición.
Es solo una impresión, pero Julián Contreras transmite por igual la tristeza más profunda y la rabia que se autoimpone en su lucha por sacar de una vez la cabeza para poder reír por fin abiertamente.
Julián nació en 1986 del matrimonio formado por Carmen Ordóñez, en aquel tiempo reina del papel cuché, y de su segundo marido, Julián Contreras.
Ella era una de las dos hijas de Antonio Ordóñez, rondeño, torero y ganadero, un diestro purista entronizado como uno de los más importantes del siglo XX.
También era la primera mujer de otro torero grande, Francisco Rivera ‘Paquirri’, convertido en mito por obra y gracia de Avispado, un toro que segó su vida en la plaza de Pozoblanco solo un año y cinco meses después de haberse casado con la cantante Isabel Pantoja y haber tenido con ella a su tercer hijo, Kiko Rivera. Carmen era guapa a rabiar, caprichosa y con un hambre de vida que le hizo estar en todos sitios y quizá demasiado rápido.
Su padre –Julián como él– es hijo de un profesor de Instituto, que estudió para aparejador porque no le dejaron dedicarse a la música y que en cuanto pudo abandonó su trabajo junto a un arquitecto sevillano para probar suerte en su pasión.
Alto, como el hijo, más abiertamente simpático y atractivo, enseguida se movió con soltura en la noche sevillana y fue en El Rocío donde conoció a Carmen Ordóñez, que hacía cuatro años se había separado de Paquirri.
Cuando el eterno aspirante a cantante se divorció en 1994, diez años después de su boda con ella, resumió en un frase su trayectoria:
“No me han respetado como persona ni como artista. Para la gente yo solo era el marido de Carmen Ordoñez”.
Esta mezcla explosiva de apellidos, divorcios, sueños, caídas y adicciones ha sido el líquido amniótico que ha alimentado a Julián Contreras desde niño.
Aderezado con una exposición mediática que ha dado cuenta puntual de cada paso de su variopinta familia para bien y para mal.
También con momentos de dispendios absolutos, como la época en la que vivió en Marruecos con sus padres, y necesidades perentorias, como la que atraviesa ahora mismo cuando le han desahuciado por segunda vez de la casa donde vive con su padre por no pagar el alquiler.
A quienes se han cruzado con él en los platós de televisión no se les oye una mala palabra para juzgarle como persona, pero sus propias decisiones y las de su familia siguen siendo su mayor condena.
Él fue quien sujetó a su madre en sus últimos años cuando la adicción se apoderó de la existencia de Carmina.
Porque era el pequeño y el que estaba con ella.
Sus dos hermanos mayores Francisco y Cayetano Rivera tenían su propia vida, adoraban a la madre, ayudaron al hermano, pero vivían lejos y atareados.
También ha sido Julián el que se ha enfrentado a su propia depresión y a las reiteradas caídas en la misma enfermedad de su padre que nunca ha terminado de encontrar su sitio porque la música le negó un hueco en ella y los negocios fueron un fiasco con los que llegaron las deudas.
La escuela de las exclusivas, aprendida por vía materna, ha hecho el resto.
Las ideas y venidas de un grupo familiar que mezcla los apellidos, Ordoñez, Rivera y Pantoja, tiene un precio.
Y cuando la situación económica se vuelve perentoria, sentarse en un plató a contar verdades y miserias puede resultar una idea aceptable aunque sea con intervenciones contenidas.
Así lo ha hecho Julián Contreras en no muchas, pero sí en suficientes ocasiones.
Para defender a su madre, para relatar su lucha contra la depresión o para quejarse de ser Cenicienta en el Olimpo de sus hermanos.
Y la prisa con la que Julián padre e hijo abandonaron la boda de Cayetano Rivera con Eva González para sentarse en un plató a contar que les habían tratado como segundones en una celebración a la que acudieron con ilusión de reconciliación definitiva, terminó por abrir la brecha que ya existía.
Tampoco ha debido ayudar que los Rivera prestaran dinero a su hermano y éste no se lo haya devuelto, como él mismo ha reconocido.
Algunas frases de Contreras resumen la situación: "No tengo nada que reprochar a mis hermanos". "La ausencia de relación no significa que haya mala relación".
"Mis hermanos están dolidos conmigo y no quieren retomar el contacto y yo lo tengo que aceptar". "Quiero tener con ellos una conversación para pedirles perdón".
Unos y otros tendrán razones que apoyen sus posturas, pero resulta inevitable que el niño viejo convertido en hombre sin suerte despierte esa empatía que nos acerca a los perdedores que tratan de salir una y otra vez del agujero.
Julián Contreras Jr. ha pedido ayuda en su cuenta de Instagram para encontrar un piso tras ser desahuciado de la casa en la que vive junto a su padre.
Y su silencio en los medios puede anunciar una nueva exclusiva que le saque momentáneamente del agujero.
Pero él está ilusionado porque ha interiorizado sus enseñanzas de coach, porque tiene espacio televisivo en el que se enfrenta a retos semanales que le dan adrenalina y porque dice haber encontrado su camino.
Queda por ver si los vericuetos que se vaya encontrando no le hacen desviarse de sus buenas intenciones y si es capaz de volver a encontrarse a lo largo de él con sus dos hermanos.
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