Escritora
No es el
patrón de Madrid, pero Jesús de Medinaceli siempre ha despertado mucha
más devoción que el castizo San Isidro.
Claro, dicen los devotos que
quienes han probado a pedirle los tres deseos que marca la tradición, de
los cuales, aseguran, uno siempre se cumple, repiten cada año.
A veces
vuelven sólo con la sana intención de darle las gracias por el favor
recibido, y otras, para cumplir fielmente con la promesa que hicieron si
el milagro que solicitaron se ha visto cumplido. Seguramente, la
mayoría, aparte de mostrarse agradecidos y de cumplir con lo pactado,
volverán, ya que están, a pedir otros tres deseos, que la vida está muy
dura y no parece que corran tiempos para resignarse uno con lo que
tiene.
Lo cierto es que en la capital, el besapié del Nazareno madrileño el primer viernes de marzo se ha convertido en una de esas tradiciones que, pasen los años que pasen y aunque las cosas cambien como si se las volviera del revés, en vez de decaer con las nuevas costumbres o el trascurso del tiempo, se ven incrementadas cada año, tanto en el número de personas que acuden a la basílica del barrio de las Letras como en la fe para esperar que se cumpla el deseo. Hay personas que continúan con una tradición de sus antepasados, como el caso de la Familia Real, de la que un miembro siempre acude al céntrico templo en la fecha señalada, y otras que llegaron a esta imagen venerada mientras batallaban en estado de desesperación contra alguna desgracia. Y ya se sabe que no hay momento más adecuado para acercarse a la fe perdida que aquel en el que uno reconoce no poder hacer nada más y se pone en manos de quien parece que todo lo puede. Momentos en los que la tragedia golpea tan fuerte, que uno sólo puede creer y abandonarse a lo que venga.
Jesús de Medinaceli ha acompañado a los madrileños durante siglos, a pesar de que la talla que se venera es una de las más viajeras y ha pasado largas temporadas fuera de la capital, como cuando fue trasladada por los capuchinos al norte de África hacia la segunda mitad del siglo XVII, de donde tuvo que ser rescatada, o cuando viajó hasta Ginebra para resguardarse de la Guerra Civil. Desde que regresó en 1939 las colas de fieles que aguardan para besar los pies de Jesús ha ido creciendo.
Hace
ya algunos años que los devotos empiezan a guardar cola días antes del
señalado y duermen, con el frío aún invernal de Marzo, a las puertas de
la iglesia.
Como Manoli, toda una institución.
Lleva 40 años cumpliendo
con el rito y dicen que no se empieza a dar números para la fila hasta
que ella aparece, convenientemente equipada con los objetos necesarios
para hacer más dulce la espera, aunque la buena mujer asegura que es la
fe la que consigue que los rigores de pasar tantos días con sus noches
en la calle, sean una alegría y no un calvario, como podrían pensar los
que no llevan esa santa energía dentro.
Mañana, Manoli volverá a ser de
las primeras en entrar y postrarse a los pies de Jesús para pedirle los
tres deseos que, según dice, han de guardarse en absoluto secreto porque
si no, no se cumplen.
Este año de crisis, con el paro marcando indeseables recorridos en las vidas de muchos ciudadanos, se espera que la cola sea más grande que nunca.
Han calculado que podría llegar a medio millón de personas.
Pero
para aquellos que, aún en la desesperación, no encuentran consuelo en
los rezos, esta semana la estación de Atocha alberga la VI edición de la
Feria esotérica y alternativa, que este año se promociona, cómo no, con
toda clase de rituales, conjuros o remedios para hacer frente al
desastre económico.
Porque hay ocasiones en los que una ayudita hace
falta.
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