Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

5 sept 2018

Freddie Mercury En este vídeo de apenas dos minutos Freddie Mercury paró el mundo

En esta grabación de un concierto de Wembley están resumidos los poderes del líder de Queen, que hoy cumpliría 72 años.

  

"Nunca he visto a un hombre atrapar el mundo entero en la palma de su mano de esa forma". 
Así describe Peter Freestone, asistente personal de Freddie Mercury (Tanzania, 1946 – Londres, 1991) todo lo que sucedió el 12 de julio de 1986 en el estadio de Wembley, de Londres. 
El concierto pasaría a la historia de la música y de la cultura popular: el mundo dejó de girar durante tres horas y toda una generación asociaría para siempre al líder de Queen con esa chaqueta amarilla, ese mostacho y ese éxtasis musical casi religioso.
Lo más fascinante de aquel espectáculo es que se puede percibir cómo el cantante es perfectamente consciente de que está haciendo historia. Tanto, que ni siquiera le hizo falta una canción de verdad para despertar el fervor de 70.000 creyentes: le bastó con una improvisación de apenas 2 minutos.
 Hoy esa aparentemente intrascendente improvisación condensa todo lo que convirtió a Freddie Mercury, que hoy cumpliría 72 años, en una leyenda. 

Así se domina con chulería y elegancia un escenario

Era el escenario más grande construido hasta el momento, y se le quedaba pequeño. 
Mercury se pasea como un animal que sabe que conquista inmediatamente el terreno que pisa, y en ningún momento parece intimidado ante la responsabilidad de seducir a 70.000 personas. Resulta tan chulesco como entrañable.
 Sus posturas triunfales mientras improvisa, a medio camino entre la ópera y la verbena de pueblo, generaron una corriente eléctrica que consiguió que el público no sintiese que estaba repitiendo cantos tiroleses, sino que formaba parte de la historia de la música.

Siempre cantando como si fuera la última vez en su vida

"No puedo llegar tan alto, vamos a bajar otra vez", reconoce el cantante en el vídeo.
 Pero enseguida vuelve a elevar su voz con una magnitud que no cabía en Wembley. 
A pesar de que el rango vocal de Mercury llegaba a la estratosfera como pocos cantantes masculinos han logrado, daba la sensación de que su vigor no nacía de la técnica, sino de las entrañas. 
El público respondió entusiasmado a sus gorgoritos, porque Freddie se lo estaba tomando tan en serio como si se tratase de la última canción de su vida.

Mercury se arrodilla ante Brian May en el concierto de Wembley de 1986.
Mercury se arrodilla ante Brian May en el concierto de Wembley de 1986. Getty

Líder de masas

El flautista de Hamelin era un aficionado al lado de Mercury. Aquella masa entregada había pagado 17 euros por la entrada, en la que sin duda es la mejor inversión de toda su vida. Y se dejaron llevar por la euforia de Queen. 
La indumentaria de Mercury le hace parecer un líder militar sacado de un sueño, y sostiene su característico micrófono con la actitud épica de quien ostenta un cetro. 
Le falta la corona, pero ya se encarga él de comportarse como si fuera el rey del mundo.
 El público estaba tan a sus pies que si al terminar el concierto Freddie llega a proponer invadir Polonia, esas 70000 personas le habrían seguido sin pensarlo dos veces.

Un anfitrión divertido que invita a todo el mundo a la fiesta

Despedir el numerito con ese "que os jodan" y recibir una ovación como respuesta es algo que solo pueden permitirse las estrellas de verdad.
 Mercury se ha metido a Wembley entero en el bolsillo, y lo ha conseguido porque la arrogancia solo es carismática cuando nace de la positividad y no de la prepotencia.
 El cantante arranca su improvisación con un mini/cachi/maceta en la mano, que le haría parecer el borracho de turno de la fiesta si no fuera porque su presencia es majestuosa. 
Él es el primero en sorprenderse por lo receptivo que está el público, y parece querer poner a prueba la obediencia de sus fieles, pero no lo hace con superioridad (aunque la disfruta), sino invitando a todo el mundo a la fiesta.

Despreocupadamente atractivo

Freddie Mercury no era guapo, pero exhibía el bigote como pocos. Sus pantalones ajustados, su apego por las camisetas de tirantes y lo empapado que terminaba en cada actuación resultaba asombrosamente atractivo, precisamente gracias a que no le preocupaba lo más mínimo.

 

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