Siempre entre las nubes hay esos huequitos de Sol que te dan valor.
Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
3 sept 2018
En la mente de Vincent Van Gogh............... Tommaso Koch
Julian
Schnabel filma en ‘At Eternity’s Gate’ un viaje a los tormentos del
pintor. László Nemes recupera el estilo de ‘El hijo de Saúl’ para su
segundo filme, ‘Tramonto’.
Willem Dafoe, como Vincent Van Gogh.
La primera frase de At Eternity’s Gate ya lo deja todo
claro. Habla un genio absoluto, uno de los mayores creadores de la
historia. Sin embargo, dice: “Quería ser como ellos”. Es decir, como
todos los demás. Porque Vincent Van Gogh
manejaba con maestría el arte de la pincelada; pero solo suspendía en
el de vivir, por más que lo intentara. Así, al menos, lo ve el cineasta y
pintor Julian Schnabel, que ha filmado un viaje muy personal a la
atormentada mente del holandés, proyectado hoy en la competición oficial
de Venecia. A la vez, La Mostra ha presentado otro periplo tumultuoso: László Nemes, autor de El hijo de Saúl, una ópera prima sensacional sobre el horror nazi, afronta esta vez la víspera de la Primera Guerra Mundial. En Tramonto,
pasea por la Budapest de 1913, hervidero de culturas, ideologías y
violencia: una bomba a punto de explotar. Ambas películas –que se verán
en España- comparten también un resultado irregular: luces brillantes,
sombras igual de notables. Contradicciones, como en la mente de Van
Gogh.
Para
retratar al pintor, Schnabel recurrió a un amigo y artista de la
actuación. Un tipo capaz de ser Jesucristo, Pasolini, un conserje o la
némesis de Spiderman. Poco importa que Willem Dafoe interprete con 63
años a un hombre en la treintena: la veteranía le ha dado aún más
talento, y en la pantalla parece estar el mismísimo Van Gogh. Él, y su
universo interior: la fragilidad y el entusiasmo de un niño; los brotes
salvajes e incomprensibles; la creatividad arrolladora, que nadie
entendía ni mucho menos compraba. “Pinto para dejar de pensar”, afirma
el artista en la película. At Eternity’s Gate muestra a una criatura indefensa, que ve acercarse el abismo y no entiende cómo evitarlo. “Cualquiera cree saberlo todo de Van Gogh,
así que parecía absurdo hacer otra película sobre él”, reconoció ante
la prensa Schnabel, que lucía una camisa sin mangas, con manchas de
pintura y un descosido en el hombro izquierdo. Pero, tras observar sus
cuadros en el museo d’Orsay, quiso recrear las sensaciones que dejan. Y
ofrecer su propia visión de su vida: la película baila entre realidad y
ficción y sugiere, por ejemplo, que Van Gogh no se suicidó sino que fue
asesinado. “En el filme, tenía que pintar. A medida que Julian me enseñó
a hacerlo, he ido expresando mi punto de vista. Ha sido la clave para
entender más lo que hacía”, agregó Dafoe.
Julian Schnabel y Willem Dafoe atienden a los fotógrafos en su posado en Venecia.ALBERTO PIZZOLIAFP
“Nos avergüenza tanto lo sucedido con Van Gogh que el resto de la historia del arte es una compensación por su abandono”, se decía al principio de Basquiat, el anterior perfil de un artista destructivo e incomprendido que Schnabel había filmado.
De aquella obra, el cineasta también ha arrastrado los defectos: se
centra tanto en el creador que casi ni pinta el mundo a su alrededor.
Los eventos más célebres de la vida de Van Gogh ocurren fuera de la
pantalla; apenas queda película, más allá de su protagonista.
Para László Nemes, en cambio, encerrarse en su personaje principal fue una genialidad. En El hijo de Saúl,
contagiaba los escalofríos de un campo de concentración sin enseñarlo:
la cámara solo enfocaba mirada y emociones de su protagonista. Dejó una
impronta tal que, en un festival lleno de grandes nombres, la proyección
de Tramonto acogió ayer algo casi inédito: aplausos previos, en cuanto apareció el nombre de Nemes.
László Nemes, a la izquierda, junto a los actores Juli Jakab y Vlad Ivanov, en Venecia.ALBERTO PIZZOLIAFP
En su segundo filme, el húngaro repite el estilo,
aunque algo menos integrista. El problema es que cambia el contexto, y
como el Holocausto no hay nada. Cámara y espectador siguen a la joven
modista Irisz mientras busca raíces y causas que den sentido a una vida
donde lo ha perdido todo. En torno a ella, se cruzan tensiones, ideas,
misterios y balas. El caos sube, impresiona, atrapa. Pero no contagia
las conciencias, ni las sacude. Como Van Gogh, Irisz también va hacia el
precipicio, y toda Europa con ella. Antes del estallido, sin embargo,
Nemes ha dispuesto una mecha larga y enredada. “Quería
intentar entender cómo sociedades sofisticadas cayeron en la
autodestrucción, pasando de progreso y confianza sin límites en la
tecnología al asesinato industrial”, explicó el cineasta. Desveló que
este proyecto nació antes que El hijo de Saúl
y sostuvo que ese pasado no dista tanto del presente: “Entonces existía
cierta expectación de que algo pasaría. Ahora también estamos ante una
encrucijada. Amamos cada vez más la tecnología, nuestros cerebros
confían en las maquinas y el futuro se vuelve virtual, se vacía de
experiencias subjetivas”. “Me interesan muchos las preguntas. Le pido al público que confíe en su personalidad, quiero invitarle
conmigo a participar en viajes distintos”, agregó Nemes. Los actores
relataron el desafío que suponen sus rodajes, entre coreografías al
milímetro y secuencias de extrema dificultad. El director fue más
directo: “Es un método suicida. No lo recomiendo a nadie”. Salvo al
espectador.
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