La actriz, que decidió abandonar el cine hace una década, acaba de recibir el premio a toda una carrera en el Festival de Locarno y se muestra dispuestas a volver para contar las mismas historias pero con una mirada feminista.
- Han pasado 10 años desde que se estrenara The Women, la última película de Meg Ryan (Connecticut, Estados Unidos, 1961) en
salas de cine.
Harta de ser la "novia de América" y de su vida en Los Ángeles, California, decidió entonces ser una madre neoyorquina en vez de una estrella de cine.
Ella insiste en que nunca buscó ser actriz.
Estudiaba Periodismo cuando se vio a sí misma rodando Ricas y famosas (1981) a las órdenes de nada menos que George Cukor (Historias de Filadelfia, My Fair Lady).
Terminó abandonando la universidad.
"Cukor tenía 82 años y se pasaba todo el tiempo quitándose la dentadura postiza y gritándonos: ¡Deja de actuar! ¡Nada de actuar!", recuerda Ryan en un hotel de Locarno (Suiza), imitando el habla de un hombre sin dientes.
Mientras hace aspavientos, puede verse en su brazo izquierdo un tatuaje que dice "Life is short" (la vida es corta).
El festival de la ciudad le entregó el viernes 3 de agosto el Leopard Club Award 2018 por su trayectoria. "Años después entendí que era el mejor consejo que le podías dar a un actor. Tienes que ser el personaje en vez de interpretarlo". Cukor falleció un año después.
Algo para recordar (1993), de Nora Ephron
Pero también rodó un puñado de comedias románticas programadas para contentar al mayor número de espectadores posible.
La fama y ese título de "novia de América" empezaron a generarle urticaria, explica ahora: "Entendí que estaba encasillada.
Con una etiqueta aparentemente amable, pero encasillada igualmente".
En su lucha por desprenderse de ese sello, llegó En carne viva (2003), un thriller psicológico de elevada carga sexual y escasa repercusión en taquilla.
El mismo proyecto fue capaz de lanzar la carrera de su protagonista masculino, Mark Ruffalo, y destruir la de Meg Ryan.
La actriz está de acuerdo en que fue el principio del fin, aunque no en el sentido que se ha dado hasta ahora.
Su encuentro en esa película con la directora Jane Campion (El Piano, Top of the Lake) lo cambió todo: "Apareció con su enorme melena gris, como si fuera un caballo desbocado, y me hizo sentir una artista de verdad.
Decía que nuestro proyecto era como un restaurante con un solo plato en la carta: o lo tomas o lo dejas.
No importaban ni el presupuesto ni la opinión del estudio.
Y quería que yo interpretara a una mujer que no esperaba a que un príncipe viniera a rescatarla.
Fue una experiencia tan liberadora que empecé a perder el interés por las propuestas que me llegaban".
Ahora que se encuentra más cómoda con la fama, Ryan acepta este premio en Locarno mientras busca regresar a la industria. Esta vez desde el otro lado de la cámara, como directora y productora. Ya ha vendido a NBC una sitcom sobre la mediana edad titulada The Obsolescents y tiene en mente la idea de una comedia romántica que "prescinda de todos los vicios del pasado y encaje en la revolución del #MeToo", cuenta en Suiza.
Una imagen de En carne viva (2003), de Jane Campion
"Nora Ephron me enseñó a que estas películas solo funcionan si representan el momento en el que han sido rodadas.
Y si, secretamente, tratan de otra cosa que vaya más allá de una simple historia de amor.
Tanto ella como Rob Reiner sabían que los diálogos ágiles eran imprescindibles", comenta.
Su hijo, Jack Quaid, hijo de su matrimonio durante una década (de 1991 a 2001) con el también actor Dennis Quaid, empieza a despuntar como actor, en la saga Los juegos del hambre y en la serie Vinyl, de Martin Scorsese.
Ryan le advierte sobre dónde se está metiendo: "Me arrepiento de no haber probado suerte antes como escritora, productora, directora…
Le recomiendo que no se conforme con ser actor si quiere controlar el negocio en vez de que el negocio lo controle a él".
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