Esta es una crónica sentimental de unos años
irrepetibles.
Ahora se llama hotel InterContinental Madrid (paseo de la Castellana, 49), pero en aquellos años de glamour,
lujo y desvarío hollywoodiense fue bautizado como Castellana Hilton.
Sucede que hoy también es mi cumpleaños y quiero brindar con Ava, y con
todos los fantasmas que aún pululan por el hotel, con un vodka dry bien mezclado con sus lágrimas de Noilly Prat.
Pero antes de visitar el bar hago un quiebro para subir a la habitación
que siempre ocupaba Ava y en la que residió por primera vez en cuanto
pisó Madrid.
Allí me planto, frente a la suite presidencial 716, también
llamada suite Miró.
Me acompañan dos amables empleadas del
hotel que se ofrecen a mostrarme la estancia en la que tantas historias
sucedieron, confundidas la mayoría por la fantasía y la leyenda.
Cuando
abren la puerta disimulo como puedo la descarga de emoción que me
atraviesa el pecho.
El sueño de un mitómano. Vuelan los aires de furia
de Frank Sinatra frente a su Ava desmelenada, con su media sonrisa, tan
bella en su rímel corrido de ira.
El hotel ha sufrido varias modificaciones desde el momento en que el Hilton cambió de manos, pero la suite
716 apenas ha sido retocada y sigue teniendo la misma estructura
elegante y distinguida.
Al entrar se halla una gran sala de estar, y de
frente, una cristalera que da acceso a una terraza privada que ocupa el
chaflán del ático del edificio, con vistas al paseo de la Castellana.
Y a
la derecha, su dormitorio, con dosel recogido sobre una cama grandiosa;
y allí también un gran baño, una cocina y varios armarios.
Y en la
parte opuesta, un discreto escritorio de añejo castaño oscuro.
Una
magnífica habitación de 140 metros cuadrados cuya tarifa en la
actualidad supera los 1.000 euros por noche.
Repaso con la vista cada
uno de sus rincones, abro de par en par las puertas de la terraza y pido
a mis acompañantes que me permitan estar a solas un rato allí dentro.
Ante mí, por el amplio salón de estar de la 716, pasa Frank Sinatra
con su orgullo italiano y 20 peluquines en uno de sus maletines de
viaje.
Su colección de bisoñés superaba los 60, pero Franky no lo
ocultaba.
Era uno de esos casos de hombres que se avergonzaban de su
calvicie, pero no de sus peluquines.
Dicen que solo una vez se dejó ver
sin peluquín en público, el día del funeral de su amigo Gary Cooper,
en señal de respeto.
El año 1953 tocaba a su fin y Frank apareció en el
Castellana Hilton al enterarse de la relación de su amada Ava con el
torero Luis Miguel Dominguín.
Apenas llevaban dos años casados y ya se
habían distanciado, pero Frank no pudo soportar el desplante con el
torero y reaccionó como un loco, destrozando el mobiliario y lanzándole a
la cara a Ava un fajo de billetes de 100 dólares: “Aquí tienes los
19.000 dólares que me dejaste”.
Pero el idilio de Ava con
el torero lastimó el corazón de Frank.
La leyenda dice que cuando Ava y Luis Miguel acabaron de hacer el amor en esa suite
del Hilton, él se levantó y comenzó a vestirse. “¿Adónde vas?”, le
preguntó ella. “A contarlo”, contestó él. Aunque, como suele ocurrir, se
funde la realidad con la fantasía en todos los sucesos de fuste.
Carlos Abella tiene escrito que cuando le preguntó a Luis Miguel por ese
episodio, este le dijo: “¿Tú crees que yo hice eso? No, hombre, no.
Me
quedé en la habitación con ella, pero luego, cuando estuve con los
amigos, me pareció ingenioso contarlo de esa manera”.
Cierto es que Ava Gardner bebía por los codos, iba rebotando de un bar a otro, de un tablao a otro, y luego remataba la faena con quien le daba la gana.
Se cuenta que una noche, en plena Puerta del Sol, se descalzó,
paró un camión de la basura y pidió al conductor que le llevara al
hotel. Pero el gran productor Tedy Villalba comentó en su momento que
“no era follar por follar, lo que le ocurría era que le aterraba
quedarse sola por las noches”.
A Ava le gustaba bañarse con leche en su suite e iluminarse tan solo con velas. En una ocasión, durante el rodaje de 55 días en Pekín, se encaprichó de un botones del hotel, un joven chicarrón de casi dos metros de altura, y le invitó a entrar a su suite.
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