El chiringuito Pelayo, escenario del anuncio de Estrella Damm de este verano, concentra todo lo esencial de la isla balear.
“Dejó atrás sus faltas terrenales, el concepto en que la gente le
tenía, y se halló en condiciones totalmente nuevas para que en ellas
pudiera encontrar ancho campo su facultad imaginativa”.
Eso que escribía Conrad en Lord Jim de la marcha de su personaje a la legendaria Patusán, la remota comarca malaya a la que Jim arribaba huyendo de sí mismo con una edición de Shakespeare, un revólver descargado y ansias de redención, es lo que yo siento al regresar cada año al Pelayo, el chiringuito más auténtico de Formentera, en la playa de Migjorn, refugio final de los que escapan del norte masificado, de las cuentas disparatadas, de los yates elefantiásicos y del postureo generalizado.
. El personal, a juego con el sitio, es una mezcla mestiza de propietario local con gran familia latinoamericana adobada con personalidades larger tan life como El Bolígrafos, de Jaén –desterrado del Ministre-, y algún entrañable Calibán.
Gente que ha encontrado aquí un hogar estacional y que merecería una serie.
Paradójicamente, se prescindió de ellos al rodar en el chiringuito
este abril, buscando la mayor autenticidad de Formentera, el arranque
del melifluo anuncio de Estrella Damm.
Eso que escribía Conrad en Lord Jim de la marcha de su personaje a la legendaria Patusán, la remota comarca malaya a la que Jim arribaba huyendo de sí mismo con una edición de Shakespeare, un revólver descargado y ansias de redención, es lo que yo siento al regresar cada año al Pelayo, el chiringuito más auténtico de Formentera, en la playa de Migjorn, refugio final de los que escapan del norte masificado, de las cuentas disparatadas, de los yates elefantiásicos y del postureo generalizado.
. El personal, a juego con el sitio, es una mezcla mestiza de propietario local con gran familia latinoamericana adobada con personalidades larger tan life como El Bolígrafos, de Jaén –desterrado del Ministre-, y algún entrañable Calibán.
Gente que ha encontrado aquí un hogar estacional y que merecería una serie.
Los sustituyeron por guapos jóvenes que parecían salidos del Soho
House.
“Lo filmaron con un enorme dron desde el mar, hacía frío y los
actores en bañador estaban erizados, les repartieron mantas, pero las
raciones de comida parecían escasas”, me explicaron los camareros con la
mezcla de asombro y perplejidad que da ver desembarcar en tu territorio
virgen al gran circo del cine y la publicidad
El
Pelayo es la otra Formentera, la de los cuerpos ensimismados sobre la
playa larga y salvaje, casi vacía, el mar infinito destellante y libre,
el silencio.
Un lugar de vacaciones silvestres y descalzas en el que abandonarse al sueño de una vida sin más horizontes que la despreocupada felicidad del momento.
Desde el agua, donde nadas sin trabas envuelto en una inmensidad translúcida y vacía, alfombrada por la posidonia y punteada por las rayas, la costa, con su pequeño acantilado ocre y su larga extensión de arena blanca, parece inexplicablemente desnuda y no cuesta nada sentirte un Robinson Crusoe, un Ariel o el otro Jim, el del tesoro y los piratas.
El Pelayo es la capital que merece ese reino de agua, cielo y arena. Lugar desordenado, destartalado, caótico, indómito, el chiringuito consiste en una barra, unas mesas, unos bancos largos y sillas, y poco más, bajo unos parasoles y un techado de palma que le da un aire extravagantemente polinesio, a lo Haleakaloha, como si fuera a aparecer en cualquier momento el Michael Guns Donovan de La taberna del irlandés.
No guardan rencor por haber sido apartados para el spot.
Saben que siguen aquí y que todos los que conocemos bien el Pelayo los echamos en falta en el anuncio, a ellos y a la multitudinaria paella cocinada los domingos con tanto sudor. También nos parece alucinante y falto de la más mínima credibilidad, oigan, que en un travelín sobre la playa no salga nadie en pelotas.
Esto no es el Beso, señores.
Curiosamente, el destino quiso que una de estas noches con Tito y Roser cenáramos en el Pelayo con Elsa, familia de los productores (¡y veterinaria de animales exóticos!), que nos relató otros pormenores de la filmación.
Pusimos en los móviles el anuncio y revisamos entre risas las imágenes bajo las omnipresentes estrellas, felicitándonos porque todo aquel jaleo no haya alterado finalmente en nada la vida tranquila y esquinada de nuestro querido Patusán.
Un lugar de vacaciones silvestres y descalzas en el que abandonarse al sueño de una vida sin más horizontes que la despreocupada felicidad del momento.
Desde el agua, donde nadas sin trabas envuelto en una inmensidad translúcida y vacía, alfombrada por la posidonia y punteada por las rayas, la costa, con su pequeño acantilado ocre y su larga extensión de arena blanca, parece inexplicablemente desnuda y no cuesta nada sentirte un Robinson Crusoe, un Ariel o el otro Jim, el del tesoro y los piratas.
El Pelayo es la capital que merece ese reino de agua, cielo y arena. Lugar desordenado, destartalado, caótico, indómito, el chiringuito consiste en una barra, unas mesas, unos bancos largos y sillas, y poco más, bajo unos parasoles y un techado de palma que le da un aire extravagantemente polinesio, a lo Haleakaloha, como si fuera a aparecer en cualquier momento el Michael Guns Donovan de La taberna del irlandés.
No guardan rencor por haber sido apartados para el spot.
Saben que siguen aquí y que todos los que conocemos bien el Pelayo los echamos en falta en el anuncio, a ellos y a la multitudinaria paella cocinada los domingos con tanto sudor. También nos parece alucinante y falto de la más mínima credibilidad, oigan, que en un travelín sobre la playa no salga nadie en pelotas.
Esto no es el Beso, señores.
Curiosamente, el destino quiso que una de estas noches con Tito y Roser cenáramos en el Pelayo con Elsa, familia de los productores (¡y veterinaria de animales exóticos!), que nos relató otros pormenores de la filmación.
Pusimos en los móviles el anuncio y revisamos entre risas las imágenes bajo las omnipresentes estrellas, felicitándonos porque todo aquel jaleo no haya alterado finalmente en nada la vida tranquila y esquinada de nuestro querido Patusán.
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