Pese al espectacular aumento del precio del alquiler, algunos propietarios deciden no subir la renta para vivir más tranquilos y luchar contra la llegada de otra burbuja.
“Nosotros no alquilamos para hacernos ricos”, dice Mar, propietaria junto a su marido de un piso en Lavapiés.
Su inmueble, de 60 metros cuadrados útiles y dos habitaciones, se alquila por 830 euros mensuales en un barrio en el que podrían pedir unos cuantos cientos más y encontrar inquilinos con facilidad. “No nos gusta la situación de subida desmesurada de los alquileres que estamos viviendo”, continua Mar, que prefiere no dar su apellido, al igual que el resto de entrevistados para este reportaje. “Este es un tema con el que estamos sensibilizados, ya que nosotros también hemos sido arrendatarios durante varios años, y vivimos esta situación desde ambas partes.
No queremos contribuir a una nueva burbuja inmobiliaria”.
La burbuja del precio del alquiler es una preocupación que está afectando a los centros —y también a periferias— de muchas ciudades en España. Y particularmente en las más grandes, como Madrid. La subida media en los precios, a final del segundo cuatrimestre, había sido de un 10,3% respecto al año anterior, fijando un nuevo máximo.
Las mayores subidas interanuales se dieron en Carabanchel (15,8%), Villa de Vallecas (16%) y Puente de Vallecas (19%).
En distrito Centro fue del 5,1%, todo según datos del portal inmobiliario Idealista.
A esto hay que añadir la subida de los precios de los alimentos y de la factura de la luz.
Y el estancamiento de los salarios.
A pesar de todo, hay arrendadores que, pudiendo sacar mayores beneficios, optan por no subir el precio o hacerlo moderadamente, sin subirse a la ola de la rentabilidad creciente.
Sus motivos son variados: desde el compromiso ético a la búsqueda de estabilidad.
Rosa, residente en Alicante, administra el piso de su tía, por la zona de Acacias, compartido por cuatro personas de diferentes nacionalidades con las que se comunica mediante un grupo de WhatsApp.
“Son personas que trabajan o que están estudiando y debido a una situación económica precaria no pueden vivir de forma independiente.
En este piso pueden vivir de una manera digna: no vamos a andar asfixiando a la gente”, dice la administradora.
Incluso, en ocasiones de apuro, les ha bajado un poco el alquiler. Ellos mismos son los que, cuando queda una habitación libre, hacen las entrevistas y la selección.
“En los inquilinos busco estabilidad y tranquilidad”, explica Rosa, “y procuro que la gente esté bien si tú estás bien con ellos”.
Una de las inquilinas es Ofelie, joven francesa de 22 años, que se mudó a Madrid a estudiar hace un año y ahora trabaja en el sector del cine.
Paga 280 euros mensuales por una habitación, más los gastos.
“Lo que estaba encontrando eran habitaciones pequeñísimas que ni siquiera tenían ventanas y costaban 500 euros”, dice.
“Mi habitación actual está bien y el precio es razonable”.
En París, de donde procede, también hay problemas con la vivienda.
“Yo tuve que decir que estaba casada con mi mejor amigo, que es gay, porque no les gustaba que compartiéramos piso”, relata.
Hay presión social.
“La gente me decía que por qué tenía un piso a 500 euros si podía pedir más de 700. Me animaba a que lo subiera”, dice Juan, propietario de un inmueble de dos habitaciones en la plaza de Cascorro.
Ahora lo alquila por 640 euros mensuales, un precio más que razonable dada la zona.
“Cuando lo pongo en alquiler, veo cómo está la cosa: viene muchísima gente, se puede alquilar muy rápido”.
¿Ha valorado la posibilidad de utilizarlo como piso de alquiler turístico? “No me interesa, tengo un vínculo sentimental muy fuerte con el centro de Madrid y no me gusta que se convierta en un parque temático para el turismo.
Tampoco queremos dar problemas a una comunidad de vecinos con la que hemos convivido”. contesta Juan. Busca inquilinos que no estén de paso, que quieran quedarse en Madrid.
“Ahora nos quieren meter a todos en la cabeza que somos inversores, pero yo no tengo esa mentalidad. No pretendo que el alquiler me saque de pobre”, dice el propietario.
Eduardo es arrendador, junto con su madre, de dos inmuebles, uno en Delicias y otro en San Fermín (Usera), que alquila a un precio razonable, alrededor de 600 euros.
“Considero que a los particulares no nos interesa que se cree otra burbuja, ya que un pinchazo perjudicaría finalmente a todos: demasiado pan para hoy es hambre para mañana, por eso creo que mantener precios razonables no es decisión política o ética, sino más bien lógica”, opina.
Estos propietarios también prefieren inquilinos de largo recorrido. “Gente que se puede encariñar con la casa, considerarla en cierto modo suya, mimarla un poco.
Eso solo es posible si están contentos con el precio y el lugar en el que viven”, dice Eduardo.
Y añade: “Es importante pensar que uno está recibiendo un dinero pero también dando un servicio.
Y es importante no comprar cosas que parecen un piso pero que no lo son, aunque se alquilen bien, como esos sótanos sin ventanas que se ven en las inmobiliarias”.
Su inmueble, de 60 metros cuadrados útiles y dos habitaciones, se alquila por 830 euros mensuales en un barrio en el que podrían pedir unos cuantos cientos más y encontrar inquilinos con facilidad. “No nos gusta la situación de subida desmesurada de los alquileres que estamos viviendo”, continua Mar, que prefiere no dar su apellido, al igual que el resto de entrevistados para este reportaje. “Este es un tema con el que estamos sensibilizados, ya que nosotros también hemos sido arrendatarios durante varios años, y vivimos esta situación desde ambas partes.
No queremos contribuir a una nueva burbuja inmobiliaria”.
La burbuja del precio del alquiler es una preocupación que está afectando a los centros —y también a periferias— de muchas ciudades en España. Y particularmente en las más grandes, como Madrid. La subida media en los precios, a final del segundo cuatrimestre, había sido de un 10,3% respecto al año anterior, fijando un nuevo máximo.
Las mayores subidas interanuales se dieron en Carabanchel (15,8%), Villa de Vallecas (16%) y Puente de Vallecas (19%).
En distrito Centro fue del 5,1%, todo según datos del portal inmobiliario Idealista.
A esto hay que añadir la subida de los precios de los alimentos y de la factura de la luz.
Y el estancamiento de los salarios.
A pesar de todo, hay arrendadores que, pudiendo sacar mayores beneficios, optan por no subir el precio o hacerlo moderadamente, sin subirse a la ola de la rentabilidad creciente.
Sus motivos son variados: desde el compromiso ético a la búsqueda de estabilidad.
Rosa, residente en Alicante, administra el piso de su tía, por la zona de Acacias, compartido por cuatro personas de diferentes nacionalidades con las que se comunica mediante un grupo de WhatsApp.
“Son personas que trabajan o que están estudiando y debido a una situación económica precaria no pueden vivir de forma independiente.
En este piso pueden vivir de una manera digna: no vamos a andar asfixiando a la gente”, dice la administradora.
Incluso, en ocasiones de apuro, les ha bajado un poco el alquiler. Ellos mismos son los que, cuando queda una habitación libre, hacen las entrevistas y la selección.
“En los inquilinos busco estabilidad y tranquilidad”, explica Rosa, “y procuro que la gente esté bien si tú estás bien con ellos”.
Una de las inquilinas es Ofelie, joven francesa de 22 años, que se mudó a Madrid a estudiar hace un año y ahora trabaja en el sector del cine.
Paga 280 euros mensuales por una habitación, más los gastos.
“Lo que estaba encontrando eran habitaciones pequeñísimas que ni siquiera tenían ventanas y costaban 500 euros”, dice.
“Mi habitación actual está bien y el precio es razonable”.
En París, de donde procede, también hay problemas con la vivienda.
“Yo tuve que decir que estaba casada con mi mejor amigo, que es gay, porque no les gustaba que compartiéramos piso”, relata.
Hay presión social.
“La gente me decía que por qué tenía un piso a 500 euros si podía pedir más de 700. Me animaba a que lo subiera”, dice Juan, propietario de un inmueble de dos habitaciones en la plaza de Cascorro.
Ahora lo alquila por 640 euros mensuales, un precio más que razonable dada la zona.
“Cuando lo pongo en alquiler, veo cómo está la cosa: viene muchísima gente, se puede alquilar muy rápido”.
¿Ha valorado la posibilidad de utilizarlo como piso de alquiler turístico? “No me interesa, tengo un vínculo sentimental muy fuerte con el centro de Madrid y no me gusta que se convierta en un parque temático para el turismo.
Tampoco queremos dar problemas a una comunidad de vecinos con la que hemos convivido”. contesta Juan. Busca inquilinos que no estén de paso, que quieran quedarse en Madrid.
“Ahora nos quieren meter a todos en la cabeza que somos inversores, pero yo no tengo esa mentalidad. No pretendo que el alquiler me saque de pobre”, dice el propietario.
Eduardo es arrendador, junto con su madre, de dos inmuebles, uno en Delicias y otro en San Fermín (Usera), que alquila a un precio razonable, alrededor de 600 euros.
“Considero que a los particulares no nos interesa que se cree otra burbuja, ya que un pinchazo perjudicaría finalmente a todos: demasiado pan para hoy es hambre para mañana, por eso creo que mantener precios razonables no es decisión política o ética, sino más bien lógica”, opina.
Estos propietarios también prefieren inquilinos de largo recorrido. “Gente que se puede encariñar con la casa, considerarla en cierto modo suya, mimarla un poco.
Eso solo es posible si están contentos con el precio y el lugar en el que viven”, dice Eduardo.
Y añade: “Es importante pensar que uno está recibiendo un dinero pero también dando un servicio.
Y es importante no comprar cosas que parecen un piso pero que no lo son, aunque se alquilen bien, como esos sótanos sin ventanas que se ven en las inmobiliarias”.
Extrañas relaciones
La fiebre de subida de alquileres está produciendo efectos notables
para los vecinos.
Por ejemplo, en Lavapiés varios bloques de viviendas han sido comprados por diferentes empresas y fondos de inversión y sus vecinos, expulsados al término de sus contratos.
Las empresas planean poner pisos de lujo o apartamentos turísticos.
Un ejemplo notorio es el de la calle de Argumosa 11, donde el Sindicato de Inquilinos e Inquilinas (nacido al calor de estos conflictos) ya ha parado varios desahucios.
Varios de estos inmuebles se han unido en la asamblea Bloques en Lucha.
Las relaciones entre inquilinos y caseros toman otro cariz dada la coyuntura.
“Tengo el aire acondicionado estropeado hace meses y no me atrevo a llamar al dueño del piso, no vaya a aprovechar para subirme el alquiler”, dice Rebeca, que vive cerca de Gran Vía. A Diego, inquilino en Carabanchel, su casera le envía por WhatsApp con frecuencia links con ofertas de pisos del portal Idealista, sobre todo cuando toca subir el IPC.
“Son pisos en mi barrio más pequeños y más caros.
Como no le respondo nunca, no sé si me está amenazando o demostrándome lo buena casera que es”, dice.
Por ejemplo, en Lavapiés varios bloques de viviendas han sido comprados por diferentes empresas y fondos de inversión y sus vecinos, expulsados al término de sus contratos.
Las empresas planean poner pisos de lujo o apartamentos turísticos.
Un ejemplo notorio es el de la calle de Argumosa 11, donde el Sindicato de Inquilinos e Inquilinas (nacido al calor de estos conflictos) ya ha parado varios desahucios.
Varios de estos inmuebles se han unido en la asamblea Bloques en Lucha.
Las relaciones entre inquilinos y caseros toman otro cariz dada la coyuntura.
“Tengo el aire acondicionado estropeado hace meses y no me atrevo a llamar al dueño del piso, no vaya a aprovechar para subirme el alquiler”, dice Rebeca, que vive cerca de Gran Vía. A Diego, inquilino en Carabanchel, su casera le envía por WhatsApp con frecuencia links con ofertas de pisos del portal Idealista, sobre todo cuando toca subir el IPC.
“Son pisos en mi barrio más pequeños y más caros.
Como no le respondo nunca, no sé si me está amenazando o demostrándome lo buena casera que es”, dice.
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