El cine y
el espectáculo han contribuido de forma decisiva a la evolución de los
roles de género y los cambios en las ideas y conductas sobre la
sexualidad.
Hace veinticinco años ya del estreno de la comedia Mrs. Doubtfire. El desaparecido Robin Williams se consagró con esta película (en España le pusieron un título que sonaba bien extraño, Señora Doubtfire, papá de por vida).
Antes, Williams ya había interpretado a personajes travestidos, como el protagonista de El mundo según Garp (George Roy Hill, 1982), en un registro muy diferente, dramático y rodeado de personajes al límite, como el del transexual que encarnaba John Lithgow.
Esta, en cambio, era una película sensiblera; en ella, el actor
desplegaba sus ilimitados recursos de comediante.
Daba vida también a un
actor, esta vez de doblaje y en baja forma, que no quería renunciar a
sus hijos tras perder la custodia en el divorcio. Para ello, se transformaba en
su improbable niñera, la excéntrica señora de avanzada edad.
Con ese
disfraz los equívocos y las situaciones cómicas se sucedían, hasta la
revelación de quién era quién en el embrollo.
Williams y el director Chris Columbus hicieron su propia lectura de la figura drag, excesiva en las maneras ,y de nuevo, empeñados en la ridiculización de la mujer de la tercera edad.
Desde luego, una labor no tan arriesgada como el personaje que Dustin Hoffman llevó al éxito en la década de los ochenta: su Dorothy Michaels, de Tootsie (Sydney Pollack,
1982);
de nuevo, el actor veterano y en paro que decide travestirse de
mujer para conseguir trabajo en una serie, con idénticos enredos y
confusiones. Aquí, sin embargo, venían acompañados de una reflexión muy
dura sobre las exigencias del mundo de la imagen y el abuso de poder
sobre la mujer en los espacios de trabajo.
Ese mismo año, Julie Andrews protagonizaba un memorable remake de la comedia alemana Victor Victoria (Blake Edwards), con trama parecida, la cantante en paro que es convertida en actor travesti para conseguir un puesto en un musical.
Publicado por
Grace Morales
El cine y
el espectáculo han contribuido de forma decisiva a la evolución de los
roles de género y los cambios en las ideas y conductas sobre la
sexualidad.
Hace veinticinco años ya del estreno de la comedia Mrs. Doubtfire. El desaparecido Robin Williams se consagró con esta película (en España le pusieron un título que sonaba bien extraño, Señora Doubtfire, papá de por vida).
Antes, Williams ya había interpretado a personajes travestidos, como el protagonista de El mundo según Garp (George Roy Hill, 1982), en un registro muy diferente, dramático y rodeado de personajes al límite, como el del transexual que encarnaba John Lithgow.
Esta, en cambio, era una película sensiblera; en ella, el actor
desplegaba sus ilimitados recursos de comediante.
Daba vida también a un
actor, esta vez de doblaje y en baja forma, que no quería renunciar a
sus hijos tras perder la custodia en el divorcio. Para ello, se transformaba en
su improbable niñera, la excéntrica señora de avanzada edad.
Con ese
disfraz los equívocos y las situaciones cómicas se sucedían, hasta la
revelación de quién era quién en el embrollo.
Williams y el director Chris Columbus hicieron su propia lectura de la figura drag, excesiva en las maneras ,y de nuevo, empeñados en la ridiculización de la mujer de la tercera edad.
Desde luego, una labor no tan arriesgada como el personaje que Dustin Hoffman llevó al éxito en la década de los ochenta: su Dorothy Michaels, de Tootsie (Sydney Pollack,
1982);
de nuevo, el actor veterano y en paro que decide travestirse de
mujer para conseguir trabajo en una serie, con idénticos enredos y
confusiones. Aquí, sin embargo, venían acompañados de una reflexión muy
dura sobre las exigencias del mundo de la imagen y el abuso de poder
sobre la mujer en los espacios de trabajo.
Ese mismo año, Julie Andrews protagonizaba un memorable remake de la comedia alemana Victor Victoria (Blake Edwards), con trama parecida, la cantante en paro que es convertida en actor travesti para conseguir un puesto en un musical.
Tiempo
atrás, dos actores daban vida a un par de músicos, testigos accidentales
de la famosa matanza de San Valentín, que para salvar la vida decidían
ocultarse en una orquesta de hot jazz femenino, comportándose como si fuesen dos mujeres más.
Era Con faldas y a lo loco y nunca fue tan radical la sátira de Billy Wilder
y el cambio de roles de género en el vodevil: a falta de uno, eran dos
los hombres que actuaban como mujeres dentro de un universo femenino,
que a su vez rompía las reglas establecidas en 1959: la orquesta de
señoritas se comportaba como una orquesta masculina, pues viajaban solas
y vivían de la música.
Wilder ponía patas arriba la construcción de la
identidad de género, cuando Jack Lemmon/Daphne bailaba tango con el gran Joe E. Brown, que también había encarnado a hombres disfrazados de mujer en diversas comedias.
Ajustándose
a las exigencias o luchando contra la demanda de las productoras, el
cine ha pasado por tiempos benignos para la expresión de la libertad
sexual y otros mucho más encorsetados y machistas. Es el caso de la
historia reciente del espectáculo español, en el cual, si bien nunca
dejaron de existir los números de drags y cross dressing, hubo que sortear la censura y unas leyes muy peligrosas para quienes los ejecutaban. Por ejemplo, Paco Martínez Soria estuvo entre 1947 y 1967 representando en Madrid y con gran éxito una versión de La tía de Carlos,
vodevil británico de finales del siglo XIX, que fue llevado al teatro y
al cine en media Europa, pero aquí convenientemente edulcorado y
reducido a un cliché de chistes homófobos cuando el actor aparecía en
escena disfrazado de señora.
No
es extraño que la figura del travestido fuese aceptada como vehículo
cómico, incluso tolerable en momentos tan difíciles, porque es
identificada como una vertiente del fetichismo heterosexual, lo que no
entra en colisión directa con la identidad de género masculina ni
cuestiona los valores machistas, como sí lo hace el hombre con
categorías afeminadas.
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