Concha Noguerales lleva seis años sin ver a sus tres nietas. Con el corazón roto ha tirado la toalla.
Carmen Pérez-Lanzac
Entender todos los desencuentros de Concha Noguerales y su hija,
lleva su tiempo.
En el relato, contado por Noguerales, hay un divorcio, deudas, reproches, una traición y denuncias.
El resultado es que madre e hija no se hablan desde hace años y hace seis que Noguerales no puede ver y hablar con sus tres nietas.
La terrible resolución de la relación madre e hija ha aniquilado el contacto de tres niñas con su abuela.
Al principio del desencuentro Noguerales acudió al juez, que le concedió tres horas con estas cada dos semanas, los sábados.
“Pero mi hija consiguió que el encuentro fuera en su casa y una vez allí me hacía la vida imposible”, relata.
Finalmente, ella misma le escribió a la jueza y le dijo que en esa circunstancia no quería ver a sus nietas porque les hacía más mal que bien.
Han pasado seis años. “Algunas veces me las cruzo por el pueblo pero no podemos hablarnos”, afirma. “Es horrible”.
Guadalupe de la Fuente es la portavoz de Asociación de Abuelos Separados de sus Nietos y dice que hay tres motivos por los que un abuelo puede perder de vista al hijo de un descendiente: una separación, la muerte o, en algunos casos, los desencuentros.
Según expresa de La Fuente, algunos hijos aplican “la extorsión” cuando quieren lograr algo que sus padres no les otorgan.
“Que nos impidan ver a nuestros nietos es un tipo de maltrato”,
razona de la Fuente.
“En mi caso lo que pasó es que mi hijo tuvo una niña con 19 años. Después se separaron, la madre rehízo su vida y esta nos prohíbe ver a la niña”, cuenta.
En algunos casos los nietos se enfadan cuando descubren los motivos del alejamiento de sus abuelos”.
De la Fuente lleva once años al frente de la asociación “ayudando a otros abuelos en este calvario”, afirma.
“Hay personas malas y los niños y también los abuelos son muchas veces daños colaterales”, sostiene.
Una vez al mes la asociación organiza un encuentro con una trabajadora social para aconsejarles y que estos hablen, se desahoguen y comprueben que no están solos.
Noguerales y su marido fueron una de las dos parejas presentes en esta reunión el pasado mes de julio.
El abogado Luis Zarraluqui no se sorprende ante estos casos porque en
su trayectoria ha visto muchos desencuentros familiares.
“Hay dos casuísticas para que se dé una separación de este tipo”, empieza.
“Aquellos abuelos que están a buenas con su hijo y por tanto con facilidad para ver a sus nietos y aquellos que, por los motivos que sean, no se llevan bien con sus hijos y estos les impiden ver a estos”, explica.
“Si se llevan bien los derechos están incluidos en los de su hijo y los podrán ver sin problemas.
El problema es cuando se llevan mal con este y no les deja verlos. Ambas partes lo sufren mucho”.
En esos casos, los abuelos deben pedir que se abra un procedimiento para tener derecho a visitas.
“Se puede llegar a complicar mucho más: si el hijo ha fallecido, o si está divorciado de su pareja, o no vive en la misma ciudad que el nieto… El mes tiene los días que tiene y el niño necesita una vida ordenada”.
En algunos casos los abogados se ven obligados a hacer cuadrantes con organización tipo militar en los que queda muy claro qué tiempo tiene cada uno con el niño o la niña.
“Pueden llegar a ser muy complicados, pero lo que rige todo es el beneficio del menor”.
El caso de Fuensanta (nombre falso), extremeña, es completamente distinto y tiene final feliz.
Su hijo y su mujer se separaron en una etapa en la que este estaba deprimido.
Ella logró la custodia y la separación de sus descendientes le hundió aún más y acabaron despidiéndole.
Dos años más tarde se recompuso y pidió la custodia compartida, lo que requirió de la complicidad de Fuensanta, que no solo alojó a su hijo, sino que accedió a alojar a sus nietos durante las dos semanas en las que tuvieran la custodia.
Fue determinante que su hijo, entonces de seis años, le dijera al juez que echaba de menos a su padre:
“Quiero ver a mi papi”, declaró ante el magistrado.
“La situación con la madre es complicada”, cuenta Fuensanta.
“Lo ha sido siempre y ahora lo es cada vez más.
Pero gracias a haber logrado la custodia a mis nietos los disfruto muchísimo”, afirma.
“Ahora eso sí”, termina esta abuela: “Tengo mucho más trabajo del que yo desearía, pues mi colaboración es necesaria y eso me resta libertad.
Y me preocupo más por ellos que por un nieto normal y para ellos soy diferente de una abuela-abuela”.
En el relato, contado por Noguerales, hay un divorcio, deudas, reproches, una traición y denuncias.
El resultado es que madre e hija no se hablan desde hace años y hace seis que Noguerales no puede ver y hablar con sus tres nietas.
La terrible resolución de la relación madre e hija ha aniquilado el contacto de tres niñas con su abuela.
Al principio del desencuentro Noguerales acudió al juez, que le concedió tres horas con estas cada dos semanas, los sábados.
“Pero mi hija consiguió que el encuentro fuera en su casa y una vez allí me hacía la vida imposible”, relata.
Finalmente, ella misma le escribió a la jueza y le dijo que en esa circunstancia no quería ver a sus nietas porque les hacía más mal que bien.
Han pasado seis años. “Algunas veces me las cruzo por el pueblo pero no podemos hablarnos”, afirma. “Es horrible”.
Guadalupe de la Fuente es la portavoz de Asociación de Abuelos Separados de sus Nietos y dice que hay tres motivos por los que un abuelo puede perder de vista al hijo de un descendiente: una separación, la muerte o, en algunos casos, los desencuentros.
Según expresa de La Fuente, algunos hijos aplican “la extorsión” cuando quieren lograr algo que sus padres no les otorgan.
“Mi nieta ya es adolescente y temo que
quede marcada.
En algunos casos los nietos se enfadan cuando descubren
los motivos del alejamiento de sus abuelos”, explica de la Fuente
“En mi caso lo que pasó es que mi hijo tuvo una niña con 19 años. Después se separaron, la madre rehízo su vida y esta nos prohíbe ver a la niña”, cuenta.
En algunos casos los nietos se enfadan cuando descubren los motivos del alejamiento de sus abuelos”.
De la Fuente lleva once años al frente de la asociación “ayudando a otros abuelos en este calvario”, afirma.
“Hay personas malas y los niños y también los abuelos son muchas veces daños colaterales”, sostiene.
Una vez al mes la asociación organiza un encuentro con una trabajadora social para aconsejarles y que estos hablen, se desahoguen y comprueben que no están solos.
Noguerales y su marido fueron una de las dos parejas presentes en esta reunión el pasado mes de julio.
“Hay dos casuísticas para que se dé una separación de este tipo”, empieza.
“Aquellos abuelos que están a buenas con su hijo y por tanto con facilidad para ver a sus nietos y aquellos que, por los motivos que sean, no se llevan bien con sus hijos y estos les impiden ver a estos”, explica.
“Si se llevan bien los derechos están incluidos en los de su hijo y los podrán ver sin problemas.
El problema es cuando se llevan mal con este y no les deja verlos. Ambas partes lo sufren mucho”.
En esos casos, los abuelos deben pedir que se abra un procedimiento para tener derecho a visitas.
“Se puede llegar a complicar mucho más: si el hijo ha fallecido, o si está divorciado de su pareja, o no vive en la misma ciudad que el nieto… El mes tiene los días que tiene y el niño necesita una vida ordenada”.
En algunos casos los abogados se ven obligados a hacer cuadrantes con organización tipo militar en los que queda muy claro qué tiempo tiene cada uno con el niño o la niña.
“Pueden llegar a ser muy complicados, pero lo que rige todo es el beneficio del menor”.
El caso de Fuensanta (nombre falso), extremeña, es completamente distinto y tiene final feliz.
Su hijo y su mujer se separaron en una etapa en la que este estaba deprimido.
Ella logró la custodia y la separación de sus descendientes le hundió aún más y acabaron despidiéndole.
Dos años más tarde se recompuso y pidió la custodia compartida, lo que requirió de la complicidad de Fuensanta, que no solo alojó a su hijo, sino que accedió a alojar a sus nietos durante las dos semanas en las que tuvieran la custodia.
Fue determinante que su hijo, entonces de seis años, le dijera al juez que echaba de menos a su padre:
“Quiero ver a mi papi”, declaró ante el magistrado.
“La situación con la madre es complicada”, cuenta Fuensanta.
“Lo ha sido siempre y ahora lo es cada vez más.
Pero gracias a haber logrado la custodia a mis nietos los disfruto muchísimo”, afirma.
“Ahora eso sí”, termina esta abuela: “Tengo mucho más trabajo del que yo desearía, pues mi colaboración es necesaria y eso me resta libertad.
Y me preocupo más por ellos que por un nieto normal y para ellos soy diferente de una abuela-abuela”.
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