Bodganovich homenajea al maestro del humor con un documental.
Tommaso Koch
Todavía ayer, las carcajadas llenaban la sala ante cada uno de sus gags.
El filme repasa su carrera, desde los comienzos en el escenario con sus padres —Los tres Keaton— hasta el epílogo.
En medio, junto a su fiel sombrero, desfilan las películas, el teatro y los anuncios publicitarios.
Era único, y lo sabía: asumía en primera persona cualquier secuencia, ya fuera sobrevivir al derrumbe de un edificio o desafiar a una cuádriga romana con otra tirada por perros.
En la vida también superó toda clase de aventuras: la Primera Guerra Mundial, el alcoholismo, el divorcio o el advenimiento del cine sonoro.
Aunque puede que el obstáculo más difícil fuera su propia decisión de dejar de ser independiente y fichar en 1928 por Metro Goldwyn Mayer, de lo que pronto se arrepintió.
Con ese coloso cinematográfico filmó El cameraman, pero su herencia más celebrada llegó justo antes: esa decena de obras libres e inolvidables de los años veinte.
El filme también rescata otra perla: la única secuencia que compartió con Charles Chaplin, en Candilejas (1952).
Norman Lloyd, que estuvo en aquel filme, dice que Buster Keaton venía de otro planeta.
Seguro que un gag que incluyera caerse del espacio le habría encantado.
- Cuando Buster Keaton perdía la inspiración, la buscaba en las cartas.
- Se ponía a hacer solitarios hasta que iluminaba la siguiente idea.
- Y entonces, el volcán de genio y humor volvía a entrar en erupción.
- Además de la sequía creativa, las musas también le rescataban de la económica. “Durante años se mantuvo gracias al bridge. Era un jugador magnífico”, asegura uno de sus amigos en The Great Buster. A Celebration, documental que Peter Bodganovich, director, autor de películas como The Last Picture Show e historiador de cine, presentó ayer en el festival de Venecia.
- A los naipes, Keaton dedicó incluso el último día de su vida. Su cáncer ya estaba en fase terminal, pero el actor no se rendía. “Jugó de pie. Y mal. En cuanto se sentó, estaba muerto”, se recuerda en el filme.
- Aquel 1 de febrero de 1966 al mundo entero se le quedó cara de palo.
Todavía ayer, las carcajadas llenaban la sala ante cada uno de sus gags.
El filme repasa su carrera, desde los comienzos en el escenario con sus padres —Los tres Keaton— hasta el epílogo.
En medio, junto a su fiel sombrero, desfilan las películas, el teatro y los anuncios publicitarios.
Era único, y lo sabía: asumía en primera persona cualquier secuencia, ya fuera sobrevivir al derrumbe de un edificio o desafiar a una cuádriga romana con otra tirada por perros.
En la vida también superó toda clase de aventuras: la Primera Guerra Mundial, el alcoholismo, el divorcio o el advenimiento del cine sonoro.
Aunque puede que el obstáculo más difícil fuera su propia decisión de dejar de ser independiente y fichar en 1928 por Metro Goldwyn Mayer, de lo que pronto se arrepintió.
Con ese coloso cinematográfico filmó El cameraman, pero su herencia más celebrada llegó justo antes: esa decena de obras libres e inolvidables de los años veinte.
El filme también rescata otra perla: la única secuencia que compartió con Charles Chaplin, en Candilejas (1952).
Norman Lloyd, que estuvo en aquel filme, dice que Buster Keaton venía de otro planeta.
Seguro que un gag que incluyera caerse del espacio le habría encantado.
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