Me dijo de quedar en el café del Teatro Rialto (Valencia) porque tiene «un rollo Philip K. Dick».
Y la verdad, lo tiene. Del K. Dick reducible a cuatro epítetos: decadente, atemporal, añejo y extraño.
En este espacio, Guillem López (Castellón, 1975) va atenuando todo lo demás hasta quedar solo él bajo el foco principal. ECCE y HOMO sobre sus nudillos.
El cráneo afeitado reflejando con crudeza la luz.
El rostro desnudo de ego o manierismos, encogido en agobiantes preguntas para las que no hay respuesta, pero que precisamente por ello deben ser formuladas.
Guillem y yo somos compañeros
literarios, de los que sangran en el mismo barro y se beben las mismas
madrugadas.
He podido vivir de cerca su despegue a bordo del cohete
Challenger, el que protagoniza su novela homónima más célebre, una
suerte de hijo bastardo entre La Colmena de Cela
y una pesadilla borgiana ambientada en una Miami alternativa que se
diluye en esos setenta y tres segundos que tardó en estallar el cohete.
Hoy nos hemos juntado para hablar de todo un poco. De Cifuentes y las pajas literarias.
De sus insectos: Arañas de Marte (Valdemar, 2017) y La polilla en la casa del humo (Aristas Martínez, 2016). De su estreno en una major:
El último sueño (Minotauro,
2018). De qué se siente al ganar premios internacionales y ver tu
nombre cruzando la frontera cuando a la vez sabes que no puedes vivir de
esto.
Pero, sobre todo, de literatura. ¿Qué es? ¿Adónde va? ¿Va a
alguna parte?
Empecemos por el principio. El principio del principio.
[Risas] El principio está muy lejos, eh.
Volvamos a él. A cuando eras niño. ¿Tenías claro lo de ser escritor? ¿Hubo epifanía o llegó después?
Hostia…
No lo sé, tío. No lo sé.
Ahí es un poco fácil caer en el romanticismo,
la imagen que todos tienen de su infancia; el: «No, yo siempre había
soñado con ser escritor»… Sí que es cierto que siempre he escrito.
Pero
no piensas que quieres ser escritor.
La palabra escritor, además, me
produce últimamente mucho rechazo.
Hay mucho blog de autoayuda del tipo:
«Reafírmate, eres escritor».
Y a mí ya me está cansando un poco tanta
reafirmación en el «eres escritor». Qué obsesión por ser escritores. Qué
mito hay ahí.
Así que
si te dijera ahora que sí, que siempre quise ser escritor, te mentiría.
Porque la imagen que tengo de mi infancia ahora no es la real.
Así que
dejémoslo en que sí, siempre he escrito, pero no sabía que quería ser
escritor.
Esa fue una decisión que tomé de adulto, con veintipocos años.
¿Cómo la tomaste? ¿Cuál fue el cambio que te hizo elegir la profesión?
Un amigo
mío, que era dibujante.
Creo que se dio cuenta de que estaba un poco
perdido. Un poco no, bastante. Estaba en ese momento en que dejas la
adolescencia, te haces adulto y no sabes adónde vas a ir.
Fue él quien
me dijo: «¿Por qué no te lo tomas en serio y te pones de verdad a
escribir?».
Y tío, le hice caso y… La cagué [risas].
La cagué porque
desde entonces escribir ya no fue tan divertido como era antes; ni
tampoco leer.
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