Hay mujeres que tiran al chulo como dicen que tiran las cabras al monte.
No lo decimos, pero lo pensamos.
O peor: lo decimos sin pensarlo.
Sucede cada vez que, en cualquier sitio con la suficiente parroquia, la tele entra en bucle con la increíble y triste historia de las víctimas de Albert Cavallé —el estafador del amor para el siglo— y oímos a alguna contar su calvario.
La peña se mira ceja en alto y se lee los pensamientos.
Caer en las redes de un chulo que se ve que es chulo a la legua, al que has conocido en un portal de contactos, creerte que está loco por tus huesos y darle lo que tienes y lo que no tienes solo porque él te lo pide por favor, cariño, amor, vida mía.
Hay que ser tonta perdida, pensamos sin decirlo, o decimos sin pensarlo. Yo, la primerita.
Pues bien, lo que voy a decir no es políticamente correcto, pero es tan cierto como que me van a brear por decirlo.
Hay mujeres que tiran al chulo como dicen que tiran las cabras al monte.
Y en esto no hay ni clases ni edades ni perfiles que valgan. Conozco a señoras con un tipazo, dos carreras y tres ovarios que entran en barrena porque un sujeto que no les llega ni a las suelas desaparece durante semanas, y pierden el pompis por el menda cuando les hace el honor de reaparecer como si nada.
Sé de chicas que, entre todos los chicos de la metrópolis, detectan al chulo y es el único que les gusta.
Y sé de lideresas de masas que, aún estando escaldaditas vivas, vuelven a topar con la misma piedra.
“Tener el gen”, lo llama una reputadísima colega que admite tenerlo y no estar orgullosa de ello.
El gen de propender al chulo, saber que te está chuleando y dejarte chulear porque él es distinto y tú vas a ser capaz de cambiarlo. ¿Tontas las estafadas por Cavallé? Heroínas son por haberse atrevido a denunciarlo.
La que firma, porque es más agarrada que un chotis y, ya que no la del amor propio, le hubiera saltado la alerta monetaria, que, si no, bien podría haber sido una de ellas.
Lo sé porque tengo el gen. Eso sí, me lo estoy mirando.
O peor: lo decimos sin pensarlo.
Sucede cada vez que, en cualquier sitio con la suficiente parroquia, la tele entra en bucle con la increíble y triste historia de las víctimas de Albert Cavallé —el estafador del amor para el siglo— y oímos a alguna contar su calvario.
La peña se mira ceja en alto y se lee los pensamientos.
Caer en las redes de un chulo que se ve que es chulo a la legua, al que has conocido en un portal de contactos, creerte que está loco por tus huesos y darle lo que tienes y lo que no tienes solo porque él te lo pide por favor, cariño, amor, vida mía.
Hay que ser tonta perdida, pensamos sin decirlo, o decimos sin pensarlo. Yo, la primerita.
Pues bien, lo que voy a decir no es políticamente correcto, pero es tan cierto como que me van a brear por decirlo.
Hay mujeres que tiran al chulo como dicen que tiran las cabras al monte.
Y en esto no hay ni clases ni edades ni perfiles que valgan. Conozco a señoras con un tipazo, dos carreras y tres ovarios que entran en barrena porque un sujeto que no les llega ni a las suelas desaparece durante semanas, y pierden el pompis por el menda cuando les hace el honor de reaparecer como si nada.
Sé de chicas que, entre todos los chicos de la metrópolis, detectan al chulo y es el único que les gusta.
Y sé de lideresas de masas que, aún estando escaldaditas vivas, vuelven a topar con la misma piedra.
“Tener el gen”, lo llama una reputadísima colega que admite tenerlo y no estar orgullosa de ello.
El gen de propender al chulo, saber que te está chuleando y dejarte chulear porque él es distinto y tú vas a ser capaz de cambiarlo. ¿Tontas las estafadas por Cavallé? Heroínas son por haberse atrevido a denunciarlo.
La que firma, porque es más agarrada que un chotis y, ya que no la del amor propio, le hubiera saltado la alerta monetaria, que, si no, bien podría haber sido una de ellas.
Lo sé porque tengo el gen. Eso sí, me lo estoy mirando.
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