El escritor apuntó durante tres meses de 1964 todo lo que recordaba al despertar.
Ese material, hasta ahora inédito, ve la luz como libro.

El profesor de la universidad de Missouri Gennady Barabtarlo, traductor al ruso de las últimas novelas de Vladimir Nabokov por elección de su hijo, Dmitri, ha reunido, editado y comentado los sueños que el autor de Lolita anotó durante el año 1964 y sus comentarios sobre los mismos en sus Diarios.
Se trata de materiales que se conservan en la biblioteca pública de Nueva York y hasta ahora inéditos.
Los ha publicado (Princeton University Press) bajo un título alusivo al pertinaz insomnio del novelista ruso, que una fuerte medicación diaria apenas lograba paliar: Insomniac Dreams. Experiments with Time by Vladimir Nabokov.
Si Nabokov desarrolló un interés especial por las visiones y los relatos a los que asistimos cuando estamos dormidos no fue, desde luego, a consecuencia de las teorías de interpretación psicoanalítica de Freud, al que detestaba, sino porque en ellos creía detectar una posibilidad inexplorada y prometedora de escapar del tiempo y volver al pasado.
En ese sentido, a Nabokov le influyó, también para la escritura de Ada o el ardor (1968), una de sus obras, un libro publicado en 1927 y titulado Un experimento con el tiempo.
Obra del excéntrico filósofo británico, muy leído entonces y hoy olvidado, John Dunne (1875-1949), trata sobre los temas de los sueños precognitivos y sobre una teoría del tiempo que denominó "serialismo" y desarrolló en otros cuatro libros, El universo serial, La nueva inmortalidad, Nada muere e Intrusiones.
Cuatro autores en busca de una teoría sobre el tiempo
La conciencia del tiempo, que a efectos prácticos se confunde con la
duración y la mortalidad, se convierte en obsesión para tres clases de
personas: para aquellas a las que les queda poco; para aquellas a las
que la vida les parece tan rica y exaltante que anhelan prolongarla
interminablemente, y para los escritores más influyentes del siglo XX:
Proust y Joyce (para la primera mitad del siglo) y Borges y Nabokov (para la segunda).
Los cuatro ingeniaron formas de escapar al camino fatal: Joyce, metiendo el mundo entero en un solo día de la vida y la mente de su antihéroe, Leopold Bloom;
Proust, inventándose la memoria automática con la que rescata del olvido y recupera intactos los días del pasado, Borges escrutando las paradojas y la sustancia del misterio del tiempo, “nuestra sustancia”.
¿Y Nabokov? Exponiendo en una parte pedregosa de su novela más exultante y apoteósica, que es su última obra maestra, Ada o el ardor, la tesis sobre La textura del tiempo que escribe, libro dentro del libro, su protagonista Van Veen, que ha llegado a sus teorías por adoración de la vida: pues las horas bien está que transcurran para los desdichados y sus penas; pero a los felices que les olviden.
Proust y Joyce (para la primera mitad del siglo) y Borges y Nabokov (para la segunda).
Los cuatro ingeniaron formas de escapar al camino fatal: Joyce, metiendo el mundo entero en un solo día de la vida y la mente de su antihéroe, Leopold Bloom;
Proust, inventándose la memoria automática con la que rescata del olvido y recupera intactos los días del pasado, Borges escrutando las paradojas y la sustancia del misterio del tiempo, “nuestra sustancia”.
¿Y Nabokov? Exponiendo en una parte pedregosa de su novela más exultante y apoteósica, que es su última obra maestra, Ada o el ardor, la tesis sobre La textura del tiempo que escribe, libro dentro del libro, su protagonista Van Veen, que ha llegado a sus teorías por adoración de la vida: pues las horas bien está que transcurran para los desdichados y sus penas; pero a los felices que les olviden.
El tiempo puede discurrir en dirección inversa.
Para los muchos lectores que, como el profesor de Missouri, idolatran a Nabokov, Insomniac Dreams, con sus sueños eróticos, violentos, literarios, es un libro encantador y sugerente y una manera de volver a entrar en cierta forma de contacto con el gran maestro: “8 de diciembre de 1964, 9.00 AM.
Tomamos el té con unos amigos (¿los Karpoviches?) en el césped ante su casa.
Echado en una tumbona, muy viejo, de aspecto enfermizo y sudoroso, León Tolstoi.
Me pregunto si Karpovich sabe que no le conozco o cree que no me interesa conocerle.
Le oigo decirle a Karpovich en un ruso vehemente: ‘No me gusta su Lolita, pero ¡qué bien describe el paisaje ruso!’. Absurdo".
Los resultados del experimento no fueron concluyentes, admite Barabtarlo:
"Repetidas veces Nabokov no llegó a darse cuenta de la asombrosa similitud entre el argumento de sus sueños y el de sus ficciones previas, rusas o inglesas".
Y da el ejemplo de Nabokov afirmando el "indiscutible éxito" de su experimento cuando tuvo "el sentimiento absolutamente claro" de que un sueño ambientado en un museo estaba inspirado en una película que vio en la tele al cabo de tres días… sin percatarse del extraordinario parecido del sueño con el cuento La visita al museo, que escribió veinte años antes.
Pero pensándolo bien, y aunque solo sea para no desmentir a Nabokov ni renunciar a la idea del tiempo reversible, podríamos decir que la película inspiró el sueño de tres días antes; y el sueño, el cuento de veinte años atrás.
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