Hace 50 años España conquistó Eurovisión tras unas peripecias rocambolescas que dejaron damnificados a los protagonistas: Joan Manuel Serrat y Massiel.
Precaución: entramos en la memoria sentimental de los españoles que vivieron los sesenta.
Hace hoy exactamente 50 años, una enérgica Massiel, con un vistoso vestido de Courrèges (que, por limitaciones técnicas, TVE solo pudo mostrar en blanco y negro), irrumpió en el escenario del Royal Albert Hall londinense y se llevó el primer premio del Festival de Eurovisión, ganando por un voto al favorito Cliff Richards, que concursaba con una pachangada, Congratulations.
Un terremoto en la España de 1968, donde muchos medios celebraron aquel triunfo minifaldero como un logro del régimen. En todo caso, fue un éxito de la única televisión entonces existente, TVE.
España no era una potencia musical pop pero, dos años antes, había sido el punto de partida del Black is black, de Los Bravos, luego número uno en medio mundo; se trataba de un producto paneuropeo (cantante alemán, músicos y compositores británicos) dirigido por el francés Alain Milhaud, residente en Madrid, pero se comercializó como creación de un grupo español.
En 1968, TVE disfrutaba de tal omnipotencia que exigió a las discográficas nacionales que presentaran sus próximos grandes lanzamientos para elegir la canción que iría a Eurovisión.
Hace hoy exactamente 50 años, una enérgica Massiel, con un vistoso vestido de Courrèges (que, por limitaciones técnicas, TVE solo pudo mostrar en blanco y negro), irrumpió en el escenario del Royal Albert Hall londinense y se llevó el primer premio del Festival de Eurovisión, ganando por un voto al favorito Cliff Richards, que concursaba con una pachangada, Congratulations.
Un terremoto en la España de 1968, donde muchos medios celebraron aquel triunfo minifaldero como un logro del régimen. En todo caso, fue un éxito de la única televisión entonces existente, TVE.
España no era una potencia musical pop pero, dos años antes, había sido el punto de partida del Black is black, de Los Bravos, luego número uno en medio mundo; se trataba de un producto paneuropeo (cantante alemán, músicos y compositores británicos) dirigido por el francés Alain Milhaud, residente en Madrid, pero se comercializó como creación de un grupo español.
En 1968, TVE disfrutaba de tal omnipotencia que exigió a las discográficas nacionales que presentaran sus próximos grandes lanzamientos para elegir la canción que iría a Eurovisión.
En esa
preselección coincidieron el Dúo Dinámico, con La, la, la, y Joan Manuel Serrat, que debutaba como cantante en castellano con El titiritero.
Trabajaban para sellos diferentes pero compartían representante: José
María Lasso de la Vega.
Y saltó la chispa: concursar con “La, la, la”
pero interpretada por Serrat.
A su favor, el sex appeal, la
juventud (26 años) y el caché de encarnar aquella expresión juvenil
conocida como “canción protesta”, que no se sabía muy bien qué cosa era
en un país sometido a la censura.
Dicho y hecho.
No hubo límite de gastos: se encargaron unos arreglos nítidamente festivaleros, firmados por el alemán Bert Kaempfert.
Serrat grabó versiones en castellano, catalán, inglés, italiano, francés y portugués.
Para “el noi del Poble Sec” se abría la perspectiva de una carrera internacional.
Estaba deslumbrado, lógicamente.
Para entender lo que ocurrió a continuación conviene recurrir a los textos del locutor Ángel Casas, que entonces ejercía de periodista musical y cubrió aquel choque de sensibilidades.
Serrat fue sometido a una fortísima presión por la llamada gauche divine, nebuloso clan barcelonés del que formaba parte.
Los argumentos: era una traición al catalanismo cultural que él representaba, una concesión a la TV franquista y, desde luego, le colocaba en el territorio de la canción comercial.
Serrat propuso a Juan José Rosón, entonces director efectivo de TVE, cantar La, la, la en catalán.
Buscando un compromiso, Joan Manuel hasta sugirió aderezarlo con una estrofa en catalán.
De ninguna manera, respondió Rosón, que le avisó: “te convertirás en un artista provinciano, cuando tienes todo el mundo a tu alcance”.
Mientras, la maquinaria de TVE seguía en marcha: se grabó un clip apresurado del La, la, la original en los exteriores de Prado del Rey, en medio de un agitado calendario de visitas promocionales a otras televisiones europeas.
Escoltado por el locutor Federico Gallo y el presentador Artur Kaps, Serrat salía de un plató en París cuando se enteró de la decisión de TVE: iba a ser reemplazado por Massiel, que grababa para su misma compañía, Zafiro; también estaba identificada con una cierta “protesta” (y más acostumbrada que él a los festivales competitivos).
Gallo le presentó un documento infame que debía firmar, pidiendo perdón y eximiendo de toda responsabilidad a TVE.
Serrat se negó; Gallo volvió a Madrid mientras el cantante, en un drugstore de Campos Elíseos, era consolado por Kaps, hombre sabio que le profetizó que superaría cualquier veto.
Efectivamente, entonces funcionaban las listas negras en TVE, y Serrat desapareció de la pequeña pantalla, que no se hizo eco de su posterior “carta abierta a la opinión pública española”.
Lo demás es asunto bien conocido: hasta ha quedado reflejado en la serie Cuéntame.
Massiel volvió entre el delirio nacional y descubrió que había mordido un caramelo envenenado.
A diferencia de colegas como Raphael, se negó a que Franco le impusiera el Lazo de Isabel la Católica, concedido ipso facto tras triunfar en Londres.
Se podría afirmar que ha sido víctima de la “maldición de Eurovisión”: una anécdota que ha eclipsado el resto de su quehacer profesional.
Y luego, la acción corrosiva de la rumorología.
Desde el disparate de inventar maletines llenos de dinero, procedentes de Banca Catalana, para influir en la decisión de Serrat, a minimizar la victoria de Massiel como fruto de maniobras franquistas.
Siempre se habló de que funcionarios de TVE viajaron por Europa antes del festival, consiguiendo votos a cambio de comprar series de países del Este y favores diversos.
¿La verdad? Si esos planes existieron, detrás solo pudo haber un espejismo o genuina picaresca berlanguiana: votaban 17 jurados, tan dispersos como heterogéneos.
No hubo límite de gastos: se encargaron unos arreglos nítidamente festivaleros, firmados por el alemán Bert Kaempfert.
Serrat grabó versiones en castellano, catalán, inglés, italiano, francés y portugués.
Para “el noi del Poble Sec” se abría la perspectiva de una carrera internacional.
Estaba deslumbrado, lógicamente.
Para entender lo que ocurrió a continuación conviene recurrir a los textos del locutor Ángel Casas, que entonces ejercía de periodista musical y cubrió aquel choque de sensibilidades.
Serrat fue sometido a una fortísima presión por la llamada gauche divine, nebuloso clan barcelonés del que formaba parte.
Los argumentos: era una traición al catalanismo cultural que él representaba, una concesión a la TV franquista y, desde luego, le colocaba en el territorio de la canción comercial.
Serrat propuso a Juan José Rosón, entonces director efectivo de TVE, cantar La, la, la en catalán.
Buscando un compromiso, Joan Manuel hasta sugirió aderezarlo con una estrofa en catalán.
De ninguna manera, respondió Rosón, que le avisó: “te convertirás en un artista provinciano, cuando tienes todo el mundo a tu alcance”.
Mientras, la maquinaria de TVE seguía en marcha: se grabó un clip apresurado del La, la, la original en los exteriores de Prado del Rey, en medio de un agitado calendario de visitas promocionales a otras televisiones europeas.
Escoltado por el locutor Federico Gallo y el presentador Artur Kaps, Serrat salía de un plató en París cuando se enteró de la decisión de TVE: iba a ser reemplazado por Massiel, que grababa para su misma compañía, Zafiro; también estaba identificada con una cierta “protesta” (y más acostumbrada que él a los festivales competitivos).
Gallo le presentó un documento infame que debía firmar, pidiendo perdón y eximiendo de toda responsabilidad a TVE.
Serrat se negó; Gallo volvió a Madrid mientras el cantante, en un drugstore de Campos Elíseos, era consolado por Kaps, hombre sabio que le profetizó que superaría cualquier veto.
Efectivamente, entonces funcionaban las listas negras en TVE, y Serrat desapareció de la pequeña pantalla, que no se hizo eco de su posterior “carta abierta a la opinión pública española”.
Lo demás es asunto bien conocido: hasta ha quedado reflejado en la serie Cuéntame.
Massiel volvió entre el delirio nacional y descubrió que había mordido un caramelo envenenado.
A diferencia de colegas como Raphael, se negó a que Franco le impusiera el Lazo de Isabel la Católica, concedido ipso facto tras triunfar en Londres.
Se podría afirmar que ha sido víctima de la “maldición de Eurovisión”: una anécdota que ha eclipsado el resto de su quehacer profesional.
Y luego, la acción corrosiva de la rumorología.
Desde el disparate de inventar maletines llenos de dinero, procedentes de Banca Catalana, para influir en la decisión de Serrat, a minimizar la victoria de Massiel como fruto de maniobras franquistas.
Siempre se habló de que funcionarios de TVE viajaron por Europa antes del festival, consiguiendo votos a cambio de comprar series de países del Este y favores diversos.
¿La verdad? Si esos planes existieron, detrás solo pudo haber un espejismo o genuina picaresca berlanguiana: votaban 17 jurados, tan dispersos como heterogéneos.
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