Siempre entre las nubes hay esos huequitos de Sol que te dan valor.
Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
9 abr 2018
El día que fusilaron a Gila, se hizo el muerto y salvó al cabo Villegas
Se cumplen 80 años de cómo el humorista se libró de una muerte segura y de cómo este episodio condicionó su inigualable arte.
Miguel
Gila reinventó, desde el humor, la Guerra Civil española. Él mismo fue
uno de sus muertos pero, como si de uno de sus chistes absurdos se
tratase, vivió para contarlo. En la imagen, el humorista en 1999, dos
años antes de morir.Consuelo Bautista
“Nos fusilaron al anochecer, nos fusilaron mal”. El humorista Miguel Gila
(Madrid, 1919 – Barcelona, 2001), que trascendió en la cultura popular
española con sus monólogos sobre la guerra, sabía de lo que hablaba. Mediante el surrealismo (“¿está el enemigo? Que se ponga”), el
esperpento (“me dice el tío: '¡Oye que me has dado!'; pues no seas el
enemigo”) y el costumbrismo (“¿a qué hora piensan atacar mañana? ¿no
puede ser por la tarde, después del fútbol?”) Gila proponía un ejercicio
terapéutico no tanto de reconciliación con la contienda como de memoria
sentimental. Reinventando la Guerra Civil española,
reescribiéndola y, por encima de todo, nunca olvidándola.
Él mismo fue
uno de sus muertos pero, como si de uno de sus chistes absurdos se
tratase, vivió para contarlo. En su autobiografía Y entonces nací yo. Memorias para desmemoriados (Temas de Hoy, 1995), Miguel Gila contó por primera vez la noche que fue fusilado. Afiliado a las Juventudes Socialistas Unificadas, mintió sobre su edad
(tenía 17 años) para alistarse en el ejército tras el golpe militar de
Franco de julio de 1936 y acabaría formando parte del Regimiento Pasionaria. En diciembre de 1938, cuando todavía quedaban cinco meses para el final
de la guerra, su cuadrilla ya se daba por vencida vagando por los
campos de Córdoba: sin munición, sin camiones y sin agua, fueron
capturados por el dichoso “enemigo” (en este caso, la 13.ª división de
Yagüe). “No le tenía miedo a la muerte”, recordaba Gila, “estaba tan
agotado, tan devorado por los piojos, por el hambre, el frío, el
cansancio y la sed, que morir podía ser una liberación”
. El humorista Miguel Gila
(Madrid, 1919 – Barcelona, 2001), que trascendió en la cultura popular
española con sus monólogos sobre la guerra, sabía de lo que hablaba. Mediante el surrealismo (“¿está el enemigo? Que se ponga”), el
esperpento (“me dice el tío: '¡Oye que me has dado!'; pues no seas el
enemigo”) y el costumbrismo (“¿a qué hora piensan atacar mañana? ¿no
puede ser por la tarde, después del fútbol?”) Gila proponía un ejercicio
terapéutico no tanto de reconciliación con la contienda como de memoria
sentimental. Reinventando la Guerra Civil española,
reescribiéndola y, por encima de todo, nunca olvidándola.
“No le tenía miedo a la muerte. Estaba tan
agotado, tan devorado por los piojos, por el hambre, el frío, el
cansancio y la sed, que morir podía ser una liberación”, escribió Gila
En su autobiografía Y entonces nací yo. Memorias para desmemoriados (Temas de Hoy, 1995), Miguel Gila contó por primera vez la noche que fue fusilado.
Afiliado a las Juventudes Socialistas Unificadas, mintió sobre su edad
(tenía 17 años) para alistarse en el ejército tras el golpe militar de
Franco de julio de 1936 y acabaría formando parte del Regimiento Pasionaria. En diciembre de 1938, cuando todavía quedaban cinco meses para el final
de la guerra, su cuadrilla ya se daba por vencida vagando por los
campos de Córdoba: sin munición, sin camiones y sin agua, fueron
capturados por el dichoso “enemigo” (en este caso, la 13.ª división de
Yagüe). “ La lluvia no dejaba de caer mientras el regimiento de Miguel Gila
esperaba a “pagar el precio de la derrota”. Les habían quitado los
abrigos, las botas y las mantas y les habían sentado en el suelo durante
horas mientras sus captores saqueaban una finca. La dueña, una mujer de
unos 30 años, salió de la casa gritando: “¡Viva Franco!”. No le sirvió
de nada: la violaron entre todos.
Dos de los humoristas españoles más queridos: José Luis Ozores y Miguel Gila. La imagen es de 1955.
Después llevaron a los detenidos a un descampado. “El piquete de
ejecución lo componían un grupo de moros con el estómago lleno de vino,
la boca llena de gritos de júbilo y carcajadas, las manos apretando el
cuello de las gallinas robadas”, escribió Gila. El alcohol distrajo a
los verdugos de formalidades (no hubo “listos, apunten, fuego”) o
protocolos: dispararon a los 14 hombres una sola vez, sin rematarlos con
un tiro de gracia, y siguieron bebiendo mientras asaban las gallinas
robadas. (Es muy raro que no hayan hecho "El tiro de gracia")
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