Le está pasando a Cifuentes lo que le sucedió a Johnson cuando mintió demasiado sobre Vietnam.
Lo que ha pasado con Cristina Cifuentes
es que se empezó a caer en el primer peldaño de la escalera y luego le
dio vergüenza reconocer que había perdido el equilibrio.
Y siguió cayendo, como el cuerpo descrito por César Vallejo.
Es mejor frenar, descalabrarse, ir al mecánico de los huesos, y aparecer con las correspondientes magulladuras, que hacer el paripé de que estás como un roble, someterte de medianoche ante el Periscope y explicarle al mundo que tienes la lucecita encendida, pendiente de tus ciudadanos.
Tamaña insistencia en lo heroico la ha dejado ahora magullada por dentro, ha tenido que dejar en manos de su partido el parte de daños y ahora todo lo que hace o dice hay que tomarlo con pinzas, pues a su alrededor todo el mundo que afirma quererla dice su nombre tapándose la nariz.
Es un hecho de la vida, vas de perfecta y de pronto te cae una mancha, por tu torpeza o por tu exceso de confianza, y entonces ya nadie te pone derechos los renglones torcidos.
La penúltima escaramuza (que un psicópata sociata le había cogido inquina) no se sostenía ni con muletas, y se derrumbó en cuanto el hombre que dijo “esto es lo que hay” se lanzó al ruedo público a decir, como sociólogo, de qué pasta estaba hecho el suflé del máster.
Ahora ya no sabe qué decir Cristina Cifuentes, porque simplemente ya ha dicho demasiado.
Le está pasando lo que le sucedió a Lyndon Johnson (1968) cuando mintió demasiado sobre Vietnam.
Lo cuenta Manuel Rivas (Contra todo esto. Un manifiesto rebelde. Alfaguara).
Johnson se asustó de tanto que había mentido y entonces convocó a su despacho a uno de los grandes editorialistas de la época para que le echara un cable.
El editorialista, James Scotty Reston, le escuchó con atención y se dio cuenta de que Johnson le estaba cantando un tango desvergonzado.
“Creo que está usted intentando salvar la cara”, le dijo. Rivas retrata a Johnson en ese instante:
“El presidente se removió en su propio ego, que es un buen lugar para sentarse, y dio por terminada la conversación, no sin antes responder con una frase que vale por todos los miles de tuits de Trump:
— No estoy intentando salvar la cara.
Estoy intentando salvar el culo.
Cifuentes, experta en guiñar el ojo para conseguir cómplices, no ha estudiado a fondo el máster de la posverdad, ha dejado demasiados cabos sueltos.
Y desde ayer tarde en Génova están tratando de reparar el asiento donde desde el 21 de marzo se ha empeñado en poner cómodo su ego ahora gravemente magullado.
Y siguió cayendo, como el cuerpo descrito por César Vallejo.
Es mejor frenar, descalabrarse, ir al mecánico de los huesos, y aparecer con las correspondientes magulladuras, que hacer el paripé de que estás como un roble, someterte de medianoche ante el Periscope y explicarle al mundo que tienes la lucecita encendida, pendiente de tus ciudadanos.
Tamaña insistencia en lo heroico la ha dejado ahora magullada por dentro, ha tenido que dejar en manos de su partido el parte de daños y ahora todo lo que hace o dice hay que tomarlo con pinzas, pues a su alrededor todo el mundo que afirma quererla dice su nombre tapándose la nariz.
Es un hecho de la vida, vas de perfecta y de pronto te cae una mancha, por tu torpeza o por tu exceso de confianza, y entonces ya nadie te pone derechos los renglones torcidos.
La penúltima escaramuza (que un psicópata sociata le había cogido inquina) no se sostenía ni con muletas, y se derrumbó en cuanto el hombre que dijo “esto es lo que hay” se lanzó al ruedo público a decir, como sociólogo, de qué pasta estaba hecho el suflé del máster.
Ahora ya no sabe qué decir Cristina Cifuentes, porque simplemente ya ha dicho demasiado.
Le está pasando lo que le sucedió a Lyndon Johnson (1968) cuando mintió demasiado sobre Vietnam.
Lo cuenta Manuel Rivas (Contra todo esto. Un manifiesto rebelde. Alfaguara).
Johnson se asustó de tanto que había mentido y entonces convocó a su despacho a uno de los grandes editorialistas de la época para que le echara un cable.
El editorialista, James Scotty Reston, le escuchó con atención y se dio cuenta de que Johnson le estaba cantando un tango desvergonzado.
“Creo que está usted intentando salvar la cara”, le dijo. Rivas retrata a Johnson en ese instante:
“El presidente se removió en su propio ego, que es un buen lugar para sentarse, y dio por terminada la conversación, no sin antes responder con una frase que vale por todos los miles de tuits de Trump:
— No estoy intentando salvar la cara.
Estoy intentando salvar el culo.
Cifuentes, experta en guiñar el ojo para conseguir cómplices, no ha estudiado a fondo el máster de la posverdad, ha dejado demasiados cabos sueltos.
Y desde ayer tarde en Génova están tratando de reparar el asiento donde desde el 21 de marzo se ha empeñado en poner cómodo su ego ahora gravemente magullado.
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