Por el resto, en el pecado lleva la penitencia.
No vas con esa intención.
Para nada, en absoluto, ni muchísimo menos.
Vas al híper a llenar la nevera, o al súper a por un olvido, o al centro comercial a darte un capricho.
Porque tú lo vales, porque te aburres, porque te deslomas a currar y te ganas tus cuartos, porque no tienes perrito que te ladre, o el que tienes te ladra demasiado.
Vas a lo tuyo, vamos.
Pero, de repente, ves de golpe la ocasión y el peligro.
Unas gafas sin alarma, una crema sin chivato, un top de topos igual pero distinto a los 45 que tienes.
Nada ni muy barato, porque para eso no te pones, ni muy caro, porque entonces te crees que tiene un chip invisible para delatar a los chorizos, igual que te crees lo del cloro que tiñe de rojo el pis para delatar a quien orina en la piscina.
Total, que sopesas un rato los pros y los contras: no lo necesitas, pero lo deseas; no debes, pero quieres;
no te merece la pena, pero te llama por tu nombre y apellidos.Y lo trincas.
Te suben las pulsaciones a punto de nieve, te brota el sudor al baño María, rezas para que no salte la alarma y, en efecto, 99,9 de cada 100 veces no suena y te da un subidón que te mueres minuto y medio.
Hasta que un día salta y quieres morirte viva.
Entonces viene una chica que podría ser tu hija y te dice que le enseñes el bolso y tú te indignas y lo niegas todo y dices que lo trincado es tuyo y que si, con la pintaza que gastas, se cree ella que vas a caer tan bajo.
Hasta que te tumba la evidencia, pagas y, humillada hasta el ADN, juras no repetirlo.
Será trastorno obsesivo compulsivo, carencia emocional, taras de pija.
Es ridículo, patético, cutrísimo, pero es humano.
Por eso, cuando vi a Cifuentes dimitir de blanco virgen, cual mártir de la decencia, me invadió a la vez el escándalo y la empatía.
No será esta pecadora quien arroje otro bote de colágeno a su lapidación por ese motivo.
Por el resto, en el pecado lleva la penitencia.
Para nada, en absoluto, ni muchísimo menos.
Vas al híper a llenar la nevera, o al súper a por un olvido, o al centro comercial a darte un capricho.
Porque tú lo vales, porque te aburres, porque te deslomas a currar y te ganas tus cuartos, porque no tienes perrito que te ladre, o el que tienes te ladra demasiado.
Vas a lo tuyo, vamos.
Pero, de repente, ves de golpe la ocasión y el peligro.
Unas gafas sin alarma, una crema sin chivato, un top de topos igual pero distinto a los 45 que tienes.
Nada ni muy barato, porque para eso no te pones, ni muy caro, porque entonces te crees que tiene un chip invisible para delatar a los chorizos, igual que te crees lo del cloro que tiñe de rojo el pis para delatar a quien orina en la piscina.
Total, que sopesas un rato los pros y los contras: no lo necesitas, pero lo deseas; no debes, pero quieres;
no te merece la pena, pero te llama por tu nombre y apellidos.Y lo trincas.
Te suben las pulsaciones a punto de nieve, te brota el sudor al baño María, rezas para que no salte la alarma y, en efecto, 99,9 de cada 100 veces no suena y te da un subidón que te mueres minuto y medio.
Hasta que un día salta y quieres morirte viva.
Entonces viene una chica que podría ser tu hija y te dice que le enseñes el bolso y tú te indignas y lo niegas todo y dices que lo trincado es tuyo y que si, con la pintaza que gastas, se cree ella que vas a caer tan bajo.
Hasta que te tumba la evidencia, pagas y, humillada hasta el ADN, juras no repetirlo.
Será trastorno obsesivo compulsivo, carencia emocional, taras de pija.
Es ridículo, patético, cutrísimo, pero es humano.
Por eso, cuando vi a Cifuentes dimitir de blanco virgen, cual mártir de la decencia, me invadió a la vez el escándalo y la empatía.
No será esta pecadora quien arroje otro bote de colágeno a su lapidación por ese motivo.
Por el resto, en el pecado lleva la penitencia.
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