La viuda del barón Thyssen espera resolver pronto el préstamo de su colección de arte al Estado mientras disfruta de sus hijas gemelas de 12 años y de la paz con Borja, su primogénito.
Los 75 años pueden ser buena edad para encontrar el equilibrio. Pero resulta toda una hazaña en quien no puede parar quieto. Algunos de sus amigos admiran en Carmen Cervera su facilidad para tirar hacia adelante cuando vienen mal dadas.
Pero al mismo tiempo lamentan que le cueste relajarse, algo tan sencillo como disfrutar cada momento de lo que uno tiene.
En su caso, es mucho.
Aunque se encuentre también peligrosamente desequilibrado.
Y a la vista. Como una metáfora visible de sí misma, Tita Cervera puede aparecer con un trapo de Zara a juego con un diamante de Harry Winston.
O mostrar en algunas de sus casas un Picasso con un objeto de mercadillo.
Buena parte de su felicidad depende en estos momentos de algunas decisiones cruciales a cerrar.
Todavía mantiene varios frentes abiertos.
El primero es Hacienda. Aunque el cerco de Cristóbal Montoro haya disminuido, Carmen Cervera mantiene su domicilio en Andorra y hace escapadas a sus casas de Madrid, Málaga y Sant Feliu dels Guixols.
Otro es el destino de su colección, valorada en 700 millones de euros.
Unos 1.000 cuadros entre los que realmente solo 200 merecen la pena mientras el resto, sobre todo pintura española del XIX o contemporáneos, no son en absoluto tan cotizados como los Gauguin que quiere vender sin trabas y cuando le apetezca.
El tercero y más importante son sus hijos.
Con Borja, el mayor, hay paz tras años de luchas y desencuentro gracias, entre otras cosas a una jugosa pensión anual de 2,5 millones de euros para el chaval, que tiene 38 años y cuatro hijos con Blanca Cuesta.
Las gemelas, Carmen y Sabina, de 12 años, necesitan tranquilidad para el futuro mientras le ponen al día en tecnología y la enseñan a usar las virtudes del whatsapp.
El mantra de los negociadores es el siguiente: si decide dejar los cuadros en España, muy bien. Si se los lleva, también. En el entorno de la baronesa aseguran que está próximo un acuerdo a cerrar por 10 años.
Desde el ministerio afirman que no tanto y que a ellos, con prorrogas de seis meses, les viene perfecto.
La solución, como muy tarde, en julio.
Una advertencia al público: si Cervera decide no dejar su colección en España, no afecta casi nada al museo Thyssen.
La exposición permanente, el grueso de la pinacoteca con unos 800 cuadros, es la del barón, que quedó en Madrid, gracias en gran parte al empeño de Tita. Para siempre.
Tita negocia fuerte.
Pero apenas asusta. Un día se presenta en el ministerio con el argumento de que unos rusos riquísimos se la quieren comprar. Estos nunca aparecen.
En el fondo, los representantes del Estado sienten y saben que la quiere dejar en su sitio porque, entre otras cosas, sólo el traslado a donde fuera costaría más de un millón de euros.
En el Gobierno ven más problema a futuro con su hijo Borja.
Pese a que este muestra interés en implicarse dentro del patronato y las actividades del museo temen que sea él quien más desea vender.
En el fondo, dicen, su madre es una auténtica coleccionista.
Él, no.
Pero uno de los argumentos públicos de Carmen Cervera para disponer a sus anchas de la colección es que necesita líquido. ¿Cómo mantener si no una estructura de cerca de 70 empleados entre abogados, asesores, asistentes, secretarios, servicio en sus mansiones, jardineros…? Además de un yate, el Mata Mua, en honor al cuadro de Gauguin y en continuo trajín por el Mediterráneo.
A duras penas sostiene unos gastos corrientes que algunos sitúan en los 400.000 euros mensuales.
No va a la peluquería.
Tampoco hace rallies por restaurantes con tres estrellas Michelín. Come sano, sin exuberancias.
Ensaladas y cosas muy básicas a la plancha, aunque de vez en cuando se da un homenaje con una mariscada acompañada de amigas como la infanta Pilar de Borbón y su hija Simoneta.
Pese a mantener buenas amistades con la familia real, es antipija y nada snob, dicen sus allegados.
Y en sus gustos artísticos también se refleja a sí misma.
En la decoración de su casa prima lo que ella llama el estilo Marco Polo.
Un diálogo entre lo oriental y lo mediterráneo digno de la ruta de la seda.
Huye de los retorcimientos de Francis Bacon o la desolación de Lucien Freud.
Le gustan los artistas con luz, aquellos que reflejan la alegría de vivir.
Entiende de eso con una familiaridad natural, nada académica ni relamida. Se interesa por el arte mediante biografías de creadores y su contemplación, no a base de plomizos tratados de tesis doctoral.
Para másteres, en su caso, la vida.
Fue Miss España, miss Europa y se quedó a un paso de llevarse la corona del universo.
Antes de alcanzar su rango de baronesa y gran parte de su actual fortuna gracias a Heinrich Thyssen, se casó con el actor Lex Barker, el actor que dio vida a Tarzán después de Johnny Weissmuller.
Más tarde con Espartaco Santoni, con quien llegó a casarse en Los Ángeles y que acabó poco tiempo después tras una apasionada y tortuosa relación que el actor, productor y empresario venezolano contó con todo tipo de detalle en unas memorias.
A su hijo Borja lo tuvo con Manuel Segura, con quien aún mantiene una muy buena relación.
Y si se montan un día en su coche y suena dentro la muy habitual voz de Frank Sinatra, pregúntenle cuando el crooner la persiguió y le libró de sus acosos Marilyn Monroe…
Pero esa es otra historia.
Digna de unas memorias ya, a sus 75 años.
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