La televisión basura ha pasado de entronizar a los perdedores a pretender convertirlos en triunfadores.
Se suele datar el inicio de la televisión freak en España con el tamarismo,
aquella oleada de criaturas monstruosas, de indudable simpatía, que se
golpeaban contra la luz de la fama como insectos desorientados y llenos
de inocencia.
En ellos había corazón.
La crueldad del espectáculo quedaba muchas veces opacada por la ternura de los personajes, que sólo querían amor.
El tiempo ha recrudecido un poco los usos y formatos de lo circense, hasta el punto de que hemos pasado del No cambié al Cámbiame, con ese imperativo que, como todos, entraña algo de violencia, un matiz desagradable que parece anunciar la muerte. Cámbiame, asesina lo que soy, haz de mí un patito blanco.
Si miramos hacia atrás, lo de Tamara, Tony Genil y La Momia podría entenderse como una celebración de la diferencia. Cámbiame, que este viernes ha puesto fin
a 3 años de emisión, iba de lo contrario.
Los protagonistas del programa, en teoría, eran personas normales. La mayoría de ellas gordas, feas y desastradas, es decir, un poco como todos, un poco como España.
Sin embargo, los focos no eran para ellos, sino para un tribunal de asesores compuesto por gente exitosa.
Diseñadores, influencers y gente guapa que lo es hasta no siéndolo (sin duda, la guapura más espeluznante).
Con el tiempo se les ha ido una de estas asesoras, llamada Ferviú, que hablaba como acaba su apellido, con una especie de suspiro gutural.
También reemplazaron a una presentadora por Carlota Corredera, cuyo apellido no oficial para la contracultura miillennial, acuñado por la youtuber Soy una Pringada, tiene rima cruel pero merecida. (Probablemente esté sonando ya, de forma automática, en la cabeza de algún lector.)
Tanto Tamara como Tony Genil o La Momia (también Soy una Pringada) son personajes que podrían haber pertenecido a la troupe de John Waters.
Secundarios mostrencos, divertidos y arrolladores para el triunfo definitivo de la marginalidad. Si la vida fuera justa, habrían tomado su venganza en el último programa de Cámbiame, quién sabe si de forma sangrienta.
En vez de eso, por desgracia, lo que hubo fueron muchos vídeos recopilatorios con ralentís.
La televisión basura ha pasado de entronizar a los perdedores a pretender convertirlos en triunfadores. Una receta ideal para la náusea, pero muy acorde con los tiempos.
La grisura última de todas las cosas: cambiar para que te digan “wapa, wapa”.
En ellos había corazón.
La crueldad del espectáculo quedaba muchas veces opacada por la ternura de los personajes, que sólo querían amor.
El tiempo ha recrudecido un poco los usos y formatos de lo circense, hasta el punto de que hemos pasado del No cambié al Cámbiame, con ese imperativo que, como todos, entraña algo de violencia, un matiz desagradable que parece anunciar la muerte. Cámbiame, asesina lo que soy, haz de mí un patito blanco.
Los protagonistas del programa, en teoría, eran personas normales. La mayoría de ellas gordas, feas y desastradas, es decir, un poco como todos, un poco como España.
Sin embargo, los focos no eran para ellos, sino para un tribunal de asesores compuesto por gente exitosa.
Diseñadores, influencers y gente guapa que lo es hasta no siéndolo (sin duda, la guapura más espeluznante).
Con el tiempo se les ha ido una de estas asesoras, llamada Ferviú, que hablaba como acaba su apellido, con una especie de suspiro gutural.
También reemplazaron a una presentadora por Carlota Corredera, cuyo apellido no oficial para la contracultura miillennial, acuñado por la youtuber Soy una Pringada, tiene rima cruel pero merecida. (Probablemente esté sonando ya, de forma automática, en la cabeza de algún lector.)
Tanto Tamara como Tony Genil o La Momia (también Soy una Pringada) son personajes que podrían haber pertenecido a la troupe de John Waters.
Secundarios mostrencos, divertidos y arrolladores para el triunfo definitivo de la marginalidad. Si la vida fuera justa, habrían tomado su venganza en el último programa de Cámbiame, quién sabe si de forma sangrienta.
En vez de eso, por desgracia, lo que hubo fueron muchos vídeos recopilatorios con ralentís.
La televisión basura ha pasado de entronizar a los perdedores a pretender convertirlos en triunfadores. Una receta ideal para la náusea, pero muy acorde con los tiempos.
La grisura última de todas las cosas: cambiar para que te digan “wapa, wapa”.
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