“Era una mujer ardiente, una mujer sexual que podía estar con el que quisiera”, recuerda Marianela Andino, quien fue su gran amiga al cumplirse cinco años de su muerte.
Sara Montiel, en 1974. GETT
Marianela Andino (Camagüey, Cuba, 1942) sostiene que Sara Montiel tuvo dos grandes pasiones en la vida: “La comida y los hombres”.
Habla con el conocimiento de la cupletista que le dan los 45 años de íntima amistad que mantuvieron desde que la conoció en Miami en 1968 hasta su muerte, de la que se cumplen cinco años el próximo día 8 de abril.
Andino se acercó a ella como fan y terminaron siendo “como hermanas”.
Viajaba siempre con Sara. Era su ayudante, su familia, su confidente.
“Pasábamos mucho tiempo solas y me contó todos sus secretos”, dice, y añade con misterio:
“Hay uno, el más grande, que ella me pidió que contara después de su muerte y con el que aún no he decidido qué hacer.
Tiene que ver con Sara y un señor, español, ya fallecido. Si lo oyeras, no lo creerías”.
En su casa de Miami tiene una habitación dedicada a los recuerdos de “Antonia”, como la llama por su nombre de pila. La señala, tan joven, “bella como un rostro de nácar”, riéndose con James Dean, fumando un puro con Marlon Brando, y se detiene en un retrato del actor italiano Giancarlo Viola.
Si bien Saritísima decía a este diario en su última entrevista, en 2012, que el gran amor de su vida fue Severo Ochoa y que lo de ellos no fue posible porque no se veía “tomando el té con las esposas de los otros científicos”, Andino afirma que fue Viola. “Me decía que nunca había visto una cabeza tan bella, que acariciarle la cabeza a Gianca era algo formidable”.
“Era una mujer ardiente, una mujer sexual a la que le gustaban mucho los hombres y que podía estar con el que quisiera”, dice Andino.
“Pero el que más la quiso y más la cuidó fue Pepe Tous”, el empresario mallorquín con el que estuvo casada hasta que falleció en 1992 por un fulminante cáncer de colon.
“Sara se desmoronó después de su muerte y me fui a Palma con ella un año.
Eran días enteros de llanto.
Yo dormía con ella en su cama. Una madrugada me desperté y se había levantado.
Hacía frío y me la encontré en la terraza gimiendo envuelta en una manta”.
Andino cuenta que Sara Montiel no soportaba la soledad. “No quería dormir sola, ni viajar sola ni tan siquiera comer sola”, recuerda. “Un día en Nueva York se partió una muela comiendo pollo y cuando el dentista se la iba a arreglar dijo: “Ven, Nelita, dame la mano”.
También tenía “pánico a la oscuridad”.
Por las noches, dice su amiga, la protagonista de El último cuplé y La violetera requería que quedasen encendidas las lámparas de las mesillas de noche y hasta la luz del baño.
Era una mujer de carácter, pero vulnerable. “Pepe siempre me decía: 'Nunca dejes sola a Antonia”.
Y antes de que enfermase ya se preocupaba de qué pasaría si él se moría, si ella despilfarraría todo en dos o tres días o si vendría alguien a engañarla”.
Tous era, además, el guardián de la figura de la actriz. Procuraba mantenerla siempre a distancia del pan, el otro gran amor de Sara Montiel.
“Comer para ella era la vida”, cuenta Marianela. “Mi madre no se podía olvidar de guisarle una ropa vieja con frijoles cuando venía a Miami”.
Sonríe cuando recuerda la confianza con la que se intercambiaban insultos; o lo que le gustaba a Sarita el jabón de Estados Unidos para lavarse la cara; o cómo utilizaba simplemente aceite de oliva para sacarse el maquillaje; o aquella vez en Palma en que se presentó con los pechos al aire ante la cuadrilla de albañiles que estaba reformando su cocina. “Pepe le hizo señas para que se tapase, y ella solo se puso una mano en cada teta”.
Marianela Andino dice que Sara Montiel, nacida en una familia humilde de un pueblo manchego, era una mujer orgullosa de sus raíces.
“Me preguntaba si yo la consideraba una mujer de pueblo. Yo le decía que sí y ella me lo volvía a repetir: '¿Verdad que yo soy una mujer de pueblo?”.
Una faceta que convivía con la de los lujos de estrella. “Tenía un collar de brillantes y esmeraldas tan grande que le llamábamos el babero”, comenta Andino.
Un cuadro de la actriz medio desnuda y abrazada a una guitarra española preside el descansillo de las escaleras de su casa.
Ella lo mira y repite una frase de su amiga: “Nelita, yo no soy buena actriz, pero mi belleza rompe esquemas”.
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