La sospechosa de matar a Gabriel hunde a su antiguo barrio de Burgos en la desolación por el asesinato del niño y la inquietud por la muerte de su primera hija.
Le hace ilusión -dice un señor de mediana edad, bigote y gafas.
Su hija, una adolescente, mira la nube de cámaras que se concentran en la calle.
El padre la anima a pasar por detrás de las periodistas que hacen el directo, pero ella da dos pasos atrás: no quiere ir sola.
"Pues yo contigo no voy que luego me reconoce todo el mundo, me reconocen en el trabajo, también". Viven en la barriada de la Inmaculada, dividida en bloques de casas bajas, justo frente a Casa de la Vega, que está llena de edificios altos en los que se pueden ver varias cabecitas asomándose a las ventanas y las coladas inflándose como banderas a causa del viento helado.
Es una calle con varios negocios cerrados.
La carnicería Felipe González e hijos en la que trabajó durante muchos años Ana Julia Quezada tiene la verja echada.
El bar Santolaya, cerrado los lunes. Una tienda enorme de textiles con aspecto de llevar veinte años abandonada. El bar Susi, que se alquila o traspasa.
Funcionan negocios como la Iglesia Evangélica Gran Rey, el asador El Horno o la panadería Cámara, de donde salen dos vecinos con la barra bajo el brazo mientras uno le dice al otro: "Sólo salimos en televisión por mierdas".
También están abiertas la carnicería César, Traverbur (Trabajos Verticales Burgaleses, que ilustra en la pared a un obrero trabajando con arnés) y Blasom, restauración de escudos de piedra, tallas e imágenes.
De Casa de la Vega queda la heráldica, la calle, el camino y el recuerdo de la verdadera Casa, hoy en ruinas, a la que vino hace cinco siglos Juana la Loca a llorar la muerte de su marido, Felipe el Hermoso.
Fue aquí donde Juana decidió iniciar uno de los viajes más insólitos de la historia de España: desenterrar el cuerpo del Hermoso para llevarlo de Burgos a Granada, guardando ella misma la llave del ataúd mientras ordenaba a una caravana disparatada pararse de vez en cuando para abrir la caja, admirar la belleza de su marido y besarle los pies antes de continuar el camino.
Nunca salió de Castilla, donde la tuvo su padre paseando el cadáver de noche durante ocho meses.
Más de 500 años después, el nombre de Casa de la Vega está en los telediarios lleno de sombras, sospechas y cadáveres.
Tras la muerte de su hija, a Ana Julia Quezada y a su marido, Miguel Ángel Redondo, les tocó un premio de la lotería y con ese dinero se aventuraron a comprar un piso. No se movieron mucho: del número 41, donde estaban alquilados, al número 33, donde ahora viven Redondo y la hija de ambos, Judith, que fue ingresada con un ataque de ansiedad tras saber que su madre había sido detenida con el cadáver de Gabriel en el maletero de su coche.
Por Judith, 24 años, se concentran a las 18.30 en la Plaza de Santiago una veintena de personas para darle su apoyo. Lo hacen tras un llamamiento espontáneo a través de Facebook.
Allí no parece haber ninguna amiga: o la conocen, o han oído hablar de ella o han visto la cita en Facebook.
Una chica que aparece con un cartelito se niega a enseñarlo. "Que hable la organizadora".
Pero nadie dice organizar nada. Judith trabaja en el bar Antioquía, a pocos metros de la plaza.
Alrededor de las tres de la tarde su jefe escribe en Facebook para desmentir un bulo más: que había sido despedida.
"Estoy orgulloso de tenerla en plantilla y le mando fuerzas para seguir adelante con todo esto. Tambien pido a la gente que no tiene vida propia que se deje de cotilleos e invenciones".
Dos horas después critica la concentración: "Dejad el temita y no le déis más bombo". Judith es la víctima preferente de los "dicen" que se instalan en cada suceso como pasaporte al bulo.
Este periodista escucha varios, a cada cual más disparatado. En la concentración de apoyo a Judith, una adolescente asegura haber escuchado que a la hija de Ana Julia la han apedreado cuando iba por la calle.
Son las 18.40 de la tarde, rompe a llover y el grupo se mete corriendo en unos soportales.
Después de su relación con el padre de Judith, Miguel Ángel Redondo, la siguiente relación seria de Ana Julia Quezada fue con un hostelero viudo que falleció en 2012. Los familiares del hombre dicen a El Correo de Burgos que tenían buena imagen de ella hasta que comprobaron a su muerte movimientos extraños de cuentas y una denuncia de él por robo de joyas en su piso.
Una hija de este hombre, Jessica, llamó a Antena 3 para contar que Ana Julia era “mala, muy mala, muy fría y muy calculadora" y relató varios casos de dejadez y abandono de la mujer respecto a su pareja enferma y veinte años mayor que ella, como que el hombre sufrió una trombosis en su casa mientras ella jugaba a la consola sin inmutarse. “Llegamos nosotros y seguía jugando mientras lo vestíamos”, dijo antes de acusarla de saquear su tarjeta de crédito.
Quienes la trataron más superficialmente dicen que era extrovertida y alegre; quienes se relacionaron con ella en el trabajo aseguran que era simpática y “de lo más normal” . “Para ser normal, menudo palmarés”, dice Jesús, jubilado, en la calle Roma de Gamonal, mientras observa la pequeña concentración de apoyo a Judith.
Luego se lanza a elucubrar sobre la muerte de la hija de Ana Julia. Confiesa que en las últimas 24 horas no ha habido un vecino que no se haya puesto en lo peor, al menos de los que han hablado con él.
Detrás de los edificios de Casa de la Vega, detrás de las verjas pintadas con graffiti de los negocios ya cerrados, hay un descampado con un muro derruido lleno de firmas de grafiteros y una pintada que se puede leer desde las ventanas traseras de los edificios:
"Las poesías se acaban pero mi amor no".
Varios jóvenes sacan a sus perros cuando oscurece en el barrio. La sensación es de abatimiento. En la antigua calle de Ana Julia permanecen de guardia los medios de comunicación: se busca a su exmarido, a su hija, a quien sea que los conozca y pueda contar algo de ella. Todo se cotiza. "Cada desconocido que veo ya sé que es periodista", dice Raquel, una estudiante. "Hay una chica que lo está pasando mal, una hija de esa mujer, nosotros no tenemos nada que decir", dice un chico cerrando un portal.

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