Si el término portavozas es el precio que se ha de pagar por hacerse un hueco en la historia del habla en el Parlamento, es mejor el silencio que tal ruido.
Nos insultamos simulando que hablamos. Y hacemos desgraciada la lengua creyendo que hacemos gracia.
Un diputado madrileño tachó de retrasado mental a un contrincante (a uno de sus contrincantes suaves, además) y cuando la presidenta de la Cámara lo llamó al orden dijo que la reacción del oponente se debía a que éste carecía de la inteligencia del sentido del humor. Del humor político, agregó.
Como si el humor político fuera consecuencia de la ingesta de un comprimido que se vende en farmacias.
Para que el espectáculo tuviera su adecuada guinda la dicha presidenta del Parlamento regional madrileño llamó al orden al ofendido.
Si no quieres insultos, una cascada.
En otro orden de cosas, pero en la misma fila de las desconsideraciones parlamentarias, está el descuido en el tratamiento de las personas.
Ya aludimos aquí al infausto momento en que el president del Parlament catalán se dirigió, en sede oficial, a la vicepresidenta del Gobierno llamándola tan solo Soraya.
Pasa en el Parlamento de la nación, recorre el espinazo de la Cámara y se ha instalado, por desgracia, en el alma y en la boca de personas ilustradas que para derribar al contrincante no usan la dialéctica de las palabras sino la argucia de los aumentativos o de los diminutivos. O de las apócopes.
Ahora ha saltado de las redes a las redes parlamentarias una famosa apócope (una inicial y punto): el nombre propio del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy Brey.
Como quiera que en unos papeles incriminatorios aparecía esa inicial seguida de un punto y el primer apellido, el líder de Podemos ha decidido trasladar a sede parlamentaria el tan conocido recurso. M Punto Rajoy.
A estas maniobras de distracción de la audiencia parlamentaria se une ahora un neologismo más cercano a las equivocaciones del jardín de infancia que a las ocurrencias que se esperan de quienes tiene como oficio hablar en público.
Me refiero al neologismo portavozas.
Si este último es el precio que se ha de pagar por hacerse un hueco en la historia del habla en el Parlamento, es mejor el silencio que tal ruido.
Este tipo de recursos termina siendo el discurso mismo. La reiteración acaba con el efecto del recurso, reduciéndolo a gracieta de charla de sobremesa. Y por ahí va la gracieta como si con ella se fuera a derribar a MPunto.
Un diputado madrileño tachó de retrasado mental a un contrincante (a uno de sus contrincantes suaves, además) y cuando la presidenta de la Cámara lo llamó al orden dijo que la reacción del oponente se debía a que éste carecía de la inteligencia del sentido del humor. Del humor político, agregó.
Como si el humor político fuera consecuencia de la ingesta de un comprimido que se vende en farmacias.
Para que el espectáculo tuviera su adecuada guinda la dicha presidenta del Parlamento regional madrileño llamó al orden al ofendido.
Si no quieres insultos, una cascada.
En otro orden de cosas, pero en la misma fila de las desconsideraciones parlamentarias, está el descuido en el tratamiento de las personas.
Ya aludimos aquí al infausto momento en que el president del Parlament catalán se dirigió, en sede oficial, a la vicepresidenta del Gobierno llamándola tan solo Soraya.
Pasa en el Parlamento de la nación, recorre el espinazo de la Cámara y se ha instalado, por desgracia, en el alma y en la boca de personas ilustradas que para derribar al contrincante no usan la dialéctica de las palabras sino la argucia de los aumentativos o de los diminutivos. O de las apócopes.
Ahora ha saltado de las redes a las redes parlamentarias una famosa apócope (una inicial y punto): el nombre propio del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy Brey.
Como quiera que en unos papeles incriminatorios aparecía esa inicial seguida de un punto y el primer apellido, el líder de Podemos ha decidido trasladar a sede parlamentaria el tan conocido recurso. M Punto Rajoy.
A estas maniobras de distracción de la audiencia parlamentaria se une ahora un neologismo más cercano a las equivocaciones del jardín de infancia que a las ocurrencias que se esperan de quienes tiene como oficio hablar en público.
Me refiero al neologismo portavozas.
Si este último es el precio que se ha de pagar por hacerse un hueco en la historia del habla en el Parlamento, es mejor el silencio que tal ruido.
Este tipo de recursos termina siendo el discurso mismo. La reiteración acaba con el efecto del recurso, reduciéndolo a gracieta de charla de sobremesa. Y por ahí va la gracieta como si con ella se fuera a derribar a MPunto.
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