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5 feb 2018

Paulino: el labrador que asesinó a sus vecinos por miedo a perder sus fincas

Paulino Fernández, de 64 años, mató a seis personas de la aldea de Sorribas (Lugo) e hirió a otras siete más en marzo de 1989. Después, murió calcinado en su vivienda que había incendiado previamente.

Chantada
Asistencia el 10 de marzo de 1989, en la parroquia de Adán (Chantada), al entierro de cinco de las seis víctimas del asesinato múltiple. Asistencia el 10 de marzo de 1989, en la parroquia de Adán (Chantada), al entierro de cinco de las seis víctimas del asesinato múltiple.







El labrador, muy tacaño según algunos de sus vecinos, había comprado recientemente varias fincas a unos familiares emigrantes en Brasil.
 Esta compra le sumió en un notorio nerviosismo que le hizo confesar a varios de sus allegados un extraño temor porque los vecinos le arrebatasen las tierras. 
Los temores le llevaron incluso a pedir consulta legal y en un momento llegó a advertir a un familiar: "Me encuento muy mal, creo que me voy a morir".
 Otros aseguran también que les había dicho que tenía unos fuertes dolores de cabeza.
Una mujer vela el cadáver de uno de los fallecidos.
Una mujer vela el cadáver de uno de los fallecidos.
En la mañana del martes, Paulino viajó desde Sorribas hasta Chantada, localidad de poco más de 11.000 habitantes. Al mediodía, volvió a la aldea.
 Entonces parecía ya calmado. 
Almorzó con su esposa y su hermano Marcelino, que lo encontró "normal, un poco raro, pero es que siempre estaba así".

 Lo que pasó por la cabeza de Paulino al acabar la comida nunca lo sabrá nadie. 
Eran aproximadamente las 15.30 cuando salió de casa escondiendo el arma.
 Apenas una hora después había acuchillado a los 13 vecinos con que se cruzó, seis de los cuales murieron.

 Después incendió su casa y pereció abrasado entre las llamas.
"O Paulino matoume"
Las versiones de cómo sucedieron los hechos son todavía muy confusas.
 Se sabe que el primer agredido fue Jesús Gamallo, que logró salir con vida y acudir con la ayuda de un vecino junto a su esposa, a la que dijo: "O Paulino matoume" (Paulino me intentó matar).
 La mujer avisó a la Guardia Civil.
También supieron de los hechos unos vecinos que esperaban un autobús a pocos metros de la vivienda de Paulino Fernández, pero por los relatos posteriores parece que no le concedieron demasiada importancia a lo que consideraban una reyerta.
El hombre regresó a casa, sacó sus vacas a pastar y volvió a empuñar el cuchillo. 
Agredió a todo aquel que se le puso por delante aprovechándose de la sorpresa que su reacción produjo entre los vecinos.
 Fue capaz incluso de atacar a hombres armados con machetes.


De las versiones de los vecinos resulta muy difícil reconstruir cómo se sucedieron los crímenes. 
Se sabe que mató a tres miembros de una misma familia, un matrimonio y la hermana de la mujer, vecinos de la casa de enfrente y que se encontraban trabajando en una finca. 
Además del cuchillo, se supone que utilizó también un hacha para cometer los crímenes, ya que alguno de los agredidos forcejeó con él y logró arrebatarle el arma.

Entre las continuas agresiones, su hermano Marcelino se enteró de lo que sucedía y logró sacar a la esposa de Paulino de su casa ante el temor de que fuese atacada.
 En algún momento, Paulino prendió fuego a la vivienda.
Esto alertó a un vecino, Javier Cuñarro, que tras encontrar dos cadáveres por el camino llegó a la casa, entró en la cocina y encontró al homicida ensangrentado. 
Según relató posteriormente, Paulino se abalanzó sobre él y le dijo: "Tú qué vienes a hacer aquí, tú también te vas". 
Tras un forcejeo en el que resultó herido, Javier logró escapar.
Fue entonces cuando Paulino decidió poner fin a los acuchillamientos. 
 Con la casa ardiendo, subió al dormitorio, se tendió en la cama y esperó la muerte. 

El cadáver fue reconocido por su hermano a media tarde, pero todavía 24 horas después hay quien se resiste a creer en su muerte tras los momentos de pánico vividos.
 En Sorribas, al lado de la casa calcinada, los vecinos se agrupan en los distintos velatorios. 
No hay escenas de histerismo, ni tampoco aparentes muestras de dolor ni siquiera en el rostro de Vicente Varela y su hijo, de unos diez años, que relatan tranquilamente lo ocurrido mientras su esposa se encuentra al borde de la muerte en el hospital de Monforte.
 Lo único que parece existir es estupefacción y un temor casi atávico.
Todo el mundo camina en grupo. 
Van y vienen por los caminos y algunos se paran por iniciativa propia a hablar con los periodistas.
 En el teléfono público del lugar se agolpan las gentes para contar lo sucedido a sus familiares de Barcelona, Suiza o Venezuela.
"¿Por qué ocurrió esto?", se preguntan todos. "Lo que no pasa en mil años, pasa en un día", contesta un hombre en una conversación en la taberna.

 

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