
Llevas todo tu background, lo que te acontece y lo que no. Lo que añoras. Y vas buscando también lo que perdiste.
Y no se sabe dónde desemboca el viaje. Tienes que estar siempre alerta.
Es la condición del intelectual, de la persona que entiende que tiene que construir un mundo y que ha de descubrir por dónde ha de empezar.
El mundo está ahí para que lo utilices. El artista tiene un mandato: cambia el mundo, cámbialo como quieras, pero cámbialo.
Martín Chirino: “El artista tiene un mandato: ¡Cambia el mundo!”
Juan Cruz
Periodista


Si estás alerta, aunque de alguna manera intuyas lo que quieras. ¿Buscamos la felicidad? Yo no sé lo que buscamos, pero sé que buscamos.
Ahora lo representa esta exposición grande. ¿Qué significa el esfuerzo en su concepto del trabajo? Es una incógnita.
Primero hay una pregunta, y vas buscando, te empecinas. El esfuerzo es inconformismo, porque imagino que no es miedo a la muerte.
Hay un momento en que todo desaparece, pero el camino se acepta con mucha naturalidad.
He sido un hombre tranquilo. Sigo así. Quiero que el acabar sea armónico, y así me gusta vivir, con armonía. ¿Cómo voy a romper la cadena, el camino, las vueltas y revueltas de todo este mundo por el que me metí queriendo hacer lo que quiero hacer?
La exposición es la que muestra esas vueltas y revueltas. Y ahora sé que hay otra vuelta.
Todo está siempre sin acabar.
Usted podía haber sido un poeta, un herrero, un vendedor de aguas. Y se hizo escultor. Dibuja, pinta, pero lo suyo es la materia. ¿De dónde viene la pasión por lo contundente?
Del entorno en que viví, del Castillo de La Luz [Las Palmas de Gran Canaria], del varadero en el que trabajaba mi padre.
Desde pequeño me llevaba con él al astillero. Yo era feliz vagando por aquellas moles enormes de los barcos.
Me convertí en un habitual de los talleres. Ver una herramienta trabajando o un torno funcionando era lo normal para mí.
Eso conforma el herrero que soy y el hombre que quiere dibujar con hierro.
“La condición del intelectual, de la persona que entiende que tiene que construir un mundo, es estar siempre alerta”
Ahí inventé aquella historia, el niño que quería mover el horizonte; yo soy el niño que quería mover el horizonte. Y pensaba: ¿qué habrá detrás?
¿Y qué ha pasado con el horizonte? ¿Se ha alargado, se ha ido? Ha ido creciendo, como la esperanza…
De mi horizonte estoy más cerca, pero del horizonte como tal todo el mundo tiene planteado el mismo problema: depende de la cantidad de ensueño que tengas así aparece. He hecho todo lo que he podido, pero sigo aún haciéndome preguntas.
Eso es esta nueva exposición: otra vez la preocupación por cómo he de acabar.
Siempre acercándome a un Finisterre.
¿Y cómo acabar? La mejor manera de acabar es esta. Cuando vienen a ver la obra y me alientan me siento muy estimulado.
Y me digo: claro, es que no me puedo alejar de la tribu. Y eso es lo que me ha mantenido tratando de mover el horizonte.
Así que la respuesta es la exposición. ¿Qué expone? Es una expresión de libertad: piezas que ya hice y otras nuevas.

Las esculturas vuelan. Siempre tuve pasión por el concepto de Mies van der Rohe “less is more” (menos es más). Ha sido definitivo para mí, para no pasarme en el barroquismo al que se suele llegar por atosigamiento, por saber demasiado de las cosas.
Así que me quedo en el margen, en lo incompleto; es en lo que creo y donde me siento bien.
En cierto modo describe usted un viaje. Hace años incitaba a los jóvenes a viajar a Nueva York. ¿Por qué a Nueva York? Porque fue donde sentí una mayor pulsión. Como grupo éramos contemporáneos, nos gustaba mucho lo nuevo, lo que pertenecía a nuestro tiempo, pero hasta que no llegué a Nueva York no entendí la libertad, que es lo que hay que conquistar para empezar a ser uno y poder escindirse.
Pero viejo, viejo, no me siento. La verdad es que ni siquiera lo pienso. No me preocupa en absoluto.
Yo se lo había explicado teóricamente muchas veces, pero cuando me vio haciéndolo me dijo: “¡Pero si es que es música lo que hace con el martillo!”. Claro, le dije, es mucho más eficaz que suene a música. Entallar una pieza es también un gesto musical.
Yo se lo había explicado teóricamente muchas veces, pero cuando me vio haciéndolo me dijo: “¡Pero si es que es música lo que hace con el martillo!”. Claro, le dije, es mucho más eficaz que suene a música. Entallar una pieza es también un gesto musical.
Esa voluntad de transformación se forja en su trabajo de escultor. ¿Es intuición o aprendizaje? Es ambas cosas, y además soledad.
La soledad es muy importante, porque va acotando tu mundo.
En el proceso cultural que vivimos nos gusta estar dentro de la masa. Pero yo me he escindido y vivo muy solo. Me gusta esta soledad.
¿Siempre fue así? Sí, para mí siempre fue así.
No sé si de pequeño era un niño tímido; mi padre me espoleaba mucho, me obligaba a hacer cosas que tenían que hacer mis hermanos mayores.
Una vez al año me encargaba que le pagara las contribuciones, y eso lo hacía cuando tenía 12 años.
Sin embargo, aquel primer viaje a Madrid fue con amigos, entre los que estaban artistas como Millares, Padorno, Elvireta Escobio, Alejandro Reino y Josefina Betancor, que se incorporó más tarde. ¿Cómo fue ese encuentro de un solitario con otros solitarios? Éramos minoritarios.
Nos encontrábamos los que adolecíamos de lo mismo, ahí podíamos dialogar y sentirnos bien.
Nos incorporamos al grupo El Paso; me pareció interesante, pero yo veía los toros desde la barrera.
Lo que me importaba era la vida misma, el viaje.

Sabíamos que éramos niños que nos habíamos criado sin azúcar, ni chocolate, ni caramelos.
Era un tiempo tétrico, veníamos de la escasez absoluta, pero aprendíamos a sobrevivir porque teníamos la esperanza de que algún día cambiaría.
En la Transición, aquel solitario se empeñó en tareas colectivas: el Círculo de Bellas Artes, que presidió, la fundación del CAAM… ¿Qué le impulsó a participar de este modo en aquella etapa de modernización?
No he hecho un análisis: me dejé llevar.
Estuve muy cerca del poder la primera vez que los socialistas accedieron a él, y acepté el cargo en el Círculo. Javier Solana [ministro de Cultura entonces] era una persona estupenda. Felipe González era un amigo.
¿Cómo se arregla España?
Ellos aceptaron que el problema de España era también de cultura.
Y en eso estuvimos. Luego han pasado los años y yo no sé si la moral ha desaparecido o ha enflaquecido.
Decía el historiador Santos Juliá que este momento del país le produce amargura… A mí me desconcierta muchísimo.
Ya ni siquiera opino: miro y observo, tengo mis convicciones, pero procuro no hablar nunca de esos temas porque no los domino, no los puedo controlar, siempre estoy a la expectativa de lo que vaya a pasar hoy.
Hemos perdido el equilibrio.
Toda su obra es, incluso físicamente, en su estética, una búsqueda del equilibrio. Sí. Tiene que ver con este mundo tan desequilibrado que me ha tocado vivir. Recuerdo perfectamente la proclamación de la II República, los caballos blancos con los guardias civiles encima.
Me quedé alucinado porque todo me pareció muy bello. Luego dijeron que era una cosa muy mala. Yo no tenía criterio alguno.
Fue la primera vez que viví en un equívoco: me habían dicho que la República era algo horroroso y luego supe por los republicanos que lo que querían era el progreso. Cuando leí a Federico García Lorca, en medio del asombro, me di cuenta de que era así.
¿Qué vio en Lorca? Toda la libertad que necesitaba; era algo completamente nuevo, porque vivíamos en un mundo gris, de terror: la bota, la Iglesia.
Te acostabas y de pronto escuchabas unas trompetas a las cinco de la madrugada y a unos señores gritando: “¡Pecador, levántate!”.
Eran de las Misiones en Canarias. Todo eso me dejó aturdido.
Con el tiempo, he tenido que desbrozar todo aquello para poder entender cuál tenía que ser mi camino. Si no, habría estado aturdido para siempre.
¿Y de ahí viene el equilibrio que representan sus formas? Creo que es así.
El mundo que he querido construir es aquel en el que a mí me apetecería vivir.
Quiso descorrer el horizonte para acercarlo. En ese proceso, ¿ha visto qué hay más allá del horizonte? El niño que quería mover el horizonte…
El círculo de tiza está trazado, lo llevas contigo, en él te mueves y todo lo que se parece a aquello que tú entiendes es lo que te apetece.
Lo nuevo no resuena en mí.
Dice que es un solitario. Y que trabaja en silencio. Y sin embargo lo que lo rodea es martillazo, ruido.
Es música, ya dije.
Nunca sé lo que dice la música; es la más hermética de las expresiones artísticas, y es la más bella.
Cuando oigo a Bach, mis nietas dicen: “¡Abuelo, eso es muy repetido!”. Pero eso que es muy repetido es el arte, la música del arte, y todavía me quedan años para seguir escuchándola, aunque parezcan martillazos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario