Pablo Iglesias rompe su silencio haciendo autocrítica… a los medios de comunicación, los suyos y al PSOE salvo pellizcos de monja a Rajoy.
(Juan mira que se la tienes jurada a Pablo Iglesias, no estuvo nada acertado al irse con los inpendentistas catalanes y ahora se va a encontrar muy solo, resbaló y sigue dando discursos)
Es el invierno del descontento de Pablo Iglesias y lo ha resuelto haciendo autocrítica… a los otros.
A los medios de comunicación, que están esperándole siempre y a los que hay que dar esquinazo, según su doctrina de arrepentido de tanto micrófono.
E hizo autocrítica a los suyos, por hablar demasiado o por hablar cuando no toca.
No llegó a hacerle autocrítica a los votantes, por un milímetro.
Hizo también autocrítica al PSOE, su rival sin perdón.
Le dijo a Pedro Sánchez que ya no se junta, un poco después de que Sánchez, por persona interpuesta, le dijera que ya no más.
Y le hizo autocrítica a su propia historia: ahora marca en silencio su paseo por las nubes, él que tanta palabra tuvo para decir (como ahora ha dicho) que está perfectamente de acuerdo consigo mismo.
La autocrítica que le hizo a Rajoy fue de pellizco de monja, porque de quien quería burlarse era de Pedro Sánchez, en lo que es habitualmente diestro.
Sánchez quiere que Rajoy siga, dijo Iglesias.
Y es ahí donde le falla la historia. Porque él tendrá a su favor a los monederos y a los echeniques, pero es insólito que olvide, hacia dentro de su conciencia, que él dejó que gobernara Rajoy en primera instancia.
En su teoría y práctica de las culpas ajenas se burló esta semana hasta de Martin Schulz, el socialdemócrata alemán, por desdecirse de su programa.
Él seguro que se leyó, hasta en alemán, el lado en el que Schulz escribió el no es no que ahora le saca a pasear al teutón para afearle el procedimiento.
Tiembla, Martin.
En un libro último, el escritor Patricio Pron (Lo que está y no se usa nos fulminará, Random) incluye un cuento magnífico: un escritor de su propio nombre, Patricio Pron, pide a un actor que lo suplante en saraos literarios de pesada enjundia.
Termina siendo más creíble el impostor que el propio Pron ficticio.
Al escuchar ayer a Pablo Iglesias en la expresión descontenta de su invierno difícil sentí que no era el joven de antaño, tan feroz con los otros, tan suave consigo mismo, sino alguien que lo representaba, y era peor.
Un ser humano que encuentra a su lado a tanto defectuoso que estima que resulta pertinente pedir silencio mientras él estudia como calentar de nuevo la voz.
Una impostura.
Un modo de ahuyentar la nieve de la que penden sus palabras.
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