Un Blues

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1 ene 2018

Con los Strauss, bromas ninguna.................... Pablo L. Rodríguez

Riccardo Muti dirige a la Filarmónica de Viena en un Concierto de Año Nuevo austero, pero tremendamente musical.

Riccardo Muti, hoy, en un momento del Concierto de Año Nuevo.
Riccardo Muti, hoy, en un momento del Concierto de Año Nuevo. AFP

 Riccardo Muti rechazó la primera invitación de la Filarmónica de Viena para dirigir el Concierto de Año Nuevo, en 1993. Pensaba que la música de la dinastía Strauss no corría por sus venas; que un napolitano no pintaba nada el 1 de enero subido al podio del Musikverein.

 La orquesta vienesa trató de convencerle tirando de vínculos musicales e históricos. 

Pero Muti solo aceptó al comprender que Schubert, cuya integral sinfónica acababa de grabar admirablemente con ellos, era la puerta de acceso a los Strauss. 

Allí estaba esa mezcla tan autóctona entre lo culto y lo popular. Y comprendió que lo vienés fue puro mestizaje hasta el final del Imperio austrohúngaro.

 Stefan Zweig lo explicó con maestría, en El mundo de ayer.

Los 76 años han aportado a Muti una altura de miras para hacer un Concierto de Año Nuevo diferente a todo lo que conocíamos: completamente austero, aplicando la energía justa a cada obra, pero tremendamente musical. 

Y con un sentido del dialecto vienés ciertamente admirable. Está claro que la edad aporta unas cosas y resta otras.

 Lo vimos, nada más comenzar, con su solemne y algo pomposa Marcha de entrada, de El barón gitano, de Johann Strauss hijo. En Frescos de Viena, de Josef Strauss, primó la elegancia del vino añejo frente a la juventud del champán.

 Hubo sutiles guiños cómicos en la polca francesa, Buscando esposa, también de El barón gitano.

 Y la Filarmónica de Viena liberó al maestro napolitano del desgaste físico de las polcas rápidas, como Sangre ligera, de Johann hijo, donde Muti con pocos gestos consiguió grandes resultados.

 Cerró la primera parte lo menos interesante del concierto: dos obras de Johann Strauss padre: Valses de María y Galop sobre el Guillermo Tell rossiniano.

La segunda parte mejoró considerablemente con una brillante obertura de Boccaccio, de Franz von Suppé. 

Muti ejerció de maestro incuestionable del melodrama italiano, un perfume que abunda en esta partitura de quien conoció a Donizetti y Verdi en Milán. 

Y llegó uno de los primeros momentos especiales: el vals Flores de mirto, de Johann hijo, donde Muti dio una lección sobre el arte de decir el vals, conjugando con naturalidad esa asimetría tan autóctona: un, dos (y quizá), tres.

 De la Gavota de Estefanía, de Alfons Czibulka, fue más interesante la escena de ballet que contó con el vestuario moderno y elegante del leridano Jordi Roig.

Las polcas volvieron a ser propiedad de la orquesta, aunque con la cuidadosa supervisión de Muti, tal como demostró en Balas mágicas yTruenos y relámpagos, de Johann hijo o en Carta al editor de su hermano Josef.

 El director italiano volvió a sentar cátedra dirigiendo valses en Cuentos en los bosques de Viena, en su versión con cítara para mostrar el nexo entre lo urbano y lo rural.

 Por momentos, lo vimos flotar con ese manejo del rubato, en la polca-mazurca Ciudad y campo, de Johann hijo

. E ideal fue su versión de la cuadrilla sobre el Ballo in maschera, conjuntando el aura verdiana con el estilo de los Strauss.

 

Un momento del Concierto de Año Nuevo en Viena.
Un momento del Concierto de Año Nuevo en Viena. AFP
Pero lo mejor llegaría al final. Primero con su versión del vals Rosas del Sur, que sonó pleno de luz napolitana, aunque oculto por una atractiva escena de ballet.
 Y, después en el famosísimo vals El bello Danubio azul, con ese cremoso fluir del tempo que competía con las imágenes del Danubio emitidas por Henning Kasten en su excelente realización televisiva.
 Muti felicitó el año en la forma tradicional y dirigió con total autoridad el palmeo del público en la Marcha Radetzky sin concesiones al humor.

 Lo decía con la mirada: “Con los Strauss, bromas ninguna”.

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