Las 'drag queens' no asustan a los adultos y a los niños les encantan.
La pasada Nochevieja el embajador de Italia, Stefano Sannino, extendió una invitación a su fiesta a través de nuestra amiga común Daniela Bosé.
Es una de las casas más bellas de Madrid, tanto por dentro como por fuera.
Desde que me mudé a la capital, he admirado su maravilloso jardín poblado de árboles extendiéndose por toda una manzana del barrio de Salamanca, uno de los más privilegiados del país y abarrotado de venezolanos de todo tipo, pro y anti Maduro que se paran delante del edificio y exclaman "¡Qué bello!", como si fuera una contraseña para entrar.
Disfruté el mejor Año Nuevo de estos años.
El nivel de invitados era para un estilo de crónica social que ya no se lleva.
Desde el fotógrafo Outomuro hasta el político Santi Vila, uno de los varones del procés catalán, que mientras todos bailábamos no dejaba de hablar animadamente con Javier Maroto, vicesecretario del PP.
Cuando me acerqué a saludarlos, Maroto estuvo más esquivo, quizás por un viejo malentendido que tuvimos en su Vitoria natal pero Vila… hecho unas pascuas.
Disfrutaba en libertad.
“¿Qué te parece la pareja que hacemos?”, bromeó el político de Granollers.
Estuve a punto de comentarles que muy llamativa pero preferí decir que muy atractivos, recordando que en una embajada no se debe decir siempre lo que piensas.
La música era ordinaria y extraordinaria, éxitos que iban de lo disco a lo choni y culminaban en los reguetones de 2017.
Cuando pusieron el hit de Rebeca, Duro de Pelar, y la pista se llenó de euforia y contorsiones, Daniela me guiñó un ojo.
“Nunca imaginé oír a Rebeca en una embajada”.
El sentido común casi regresó cuando el DJ, jovencísimo y agobiado por las peticiones que anotaba diligente en un cuaderno con espiral, puso las primeras notas de los éxitos de Raffaella Carrà.
Me acerqué a Iñaki Oyarzabal, una de las mejores cabelleras de la diócesis de Vitoria, dandi y secretario de Justicia, para comentarle la poca vista de unos amigos de Miami que desistieron de la fiesta en la embajada por creerla un rollo y, en vez de eso, se dieron de bruces con las masas de gladiadores en la fiesta del superclub WE. “Esto es mucho mejor”, le dije. Oyarzabal sonrió, alejándose de mí.
Días después, entre pitos y flautas, llegó la noche de Reyes, con regalos y polémicas.
Resulta que el Ayuntamiento de Madrid decidió incluir en su cabalgata de Vallecas, un barrio de mucha solera, una carroza con reinas magas, entre ellas la reputada drag queen La Prohibida.
Eso atragantó a algunos vecinos, particularmente a los portavoces de Ciudadanos y del PP que manifestaron su disgusto. “Desnaturaliza la Navidad”, dijeron, olvidando que la Cabalgata incorpora desde hace años carrozas patrocinadas por grandes almacenes y refrescos de cola con mucho azúcar.
Princesas Disney acompañadas del Pato Donald y Bob Esponja.
Hace dos años se ha visto en el séquito a Darth Vader, el malote de Star Wars.
En fin, que la empresa privada se suma a la iniciativa pública para sostener y proyectar la tradición hacia el futuro.
Todo un revuelo a pesar de que las artistas han asegurado que su participación se ajustará al público infantil.
Una aclaración casi innecesaria porque a los adultos las drag queens no nos asustan mientras que a las niñas y niños les encantan.
Son, de hecho, su mejor público junto con los restaurantes de bodas.
Los pequeños las ven como seres de fantasía, histriónicos e inexplicables y probablemente más divertidos que los Reyes Magos.
En definitiva, como me dijo una vez Marta Chávarri en una cena: “Hay sitio para todos”.
Y ese espíritu es justo lo que nuestras queridos representantes del PP de Vitoria-Gasteiz podrían transmitir al portavoz de su partido en Madrid.
Por otra parte, una voz autorizadísima en cuestiones de aristocracia y protocolo, que podría poner un poco de orden en todo esto de quién puede ir o no en la comitiva real, sería el rey Felipe VI acudiendo con sus hijas a la célebre Cabalgata de Vallecas.
Eso daría un vuelco positivo a la situación, haciéndola más inclusiva.
Y nos llenaría a todas y a todos de orgullo y satisfacción.
Como una buena noche en una embajada.
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