Siempre entre las nubes hay esos huequitos de Sol que te dan valor.
Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
16 dic 2017
Mustique...................................................... Boris Izaguirre.
Aline Griffith condesa de Romanones, en una imagen de 2002. Bernardo Pérez Llama la atención como las bodas de los hijos de Isabel Preysler
generan una expectación que se transforma en polémica. A veces pienso
que estas reacciones son como una radiografía de los españoles, un
catalizador. Entendemos que estamos todos invitados, porque veremos cada
detalle retratado en la revista ¡Hola! Entonces diseccionamos
cada imagen, criticando a viva voz, o en silencio, anotando todo lo que
nos gustaría evitar o imitar. Medio satisfechos con el banquete,
queremos postre. Y es la polémica. La exigimos, somos un país
contradictorio al que le abruman los conflictos pero no puede vivir sin
ellos.
En esta ocasión, la polémica es la ausencia de Enrique Iglesias en la boda de su hermana. Para mí el verdadero conflicto es lo difícil que resulta a los
caballeros vestirse para una boda en la playa. Pocos lo comentan y es un
caso de discriminación no asumido. La novia lo tiene más fácil, dispone
de más opciones. Igual la hermana y, por supuesto, las madres de los
novios. Pero, el novio y sus invitados, educados en que a una boda se va
de azul marino y con zapato negro de cordones, ¿cómo encajan la arena,
la humedad, las iglesias-choza al aire libre, esos mosquitos que luego
elimina el Photoshop, el vaivén de las olas recordándoles que no están
del todo en tierra firme? Yo escojo ir de rosado o mimetizándome con la
arena pero pienso en esa inmensa mayoría silenciosa de varones que ven
cómo sus novias, hermanas y amigas escogen Formentera, Bali, Los Roques,
como escenarios para sus bodas sin poder expresar sus temores. ¡Es tan
difícil para un hombre preguntarse qué me pongo como responderlo! Al
final, terminan asumiendo un vestuario inconsistente como el primer paso
para un matrimonio feliz. Demasiado riesgo innecesario.Aparte de hacernos maridos también quieren vernos sometidos vestidos de vainilla, el único color que España acepta como claro.
Aline Griffith condesa de Romanones, en una imagen de 2002. Bernardo Pérez
Llama la atención como las bodas de los hijos de Isabel Preysler
generan una expectación que se transforma en polémica. A veces pienso
que estas reacciones son como una radiografía de los españoles, un
catalizador. Entendemos que estamos todos invitados, porque veremos cada
detalle retratado en la revista ¡Hola! Entonces diseccionamos
cada imagen, criticando a viva voz, o en silencio, anotando todo lo que
nos gustaría evitar o imitar. Medio satisfechos con el banquete,
queremos postre. Y es la polémica. La exigimos, somos un país
contradictorio al que le abruman los conflictos pero no puede vivir sin
ellos.
En esta ocasión, la polémica es la ausencia de Enrique Iglesias en la boda de su hermana.
Para mí el verdadero conflicto es lo difícil que resulta a los
caballeros vestirse para una boda en la playa. Pocos lo comentan y es un
caso de discriminación no asumido. La novia lo tiene más fácil, dispone
de más opciones. Igual la hermana y, por supuesto, las madres de los
novios. Pero, el novio y sus invitados, educados en que a una boda se va
de azul marino y con zapato negro de cordones, ¿cómo encajan la arena,
la humedad, las iglesias-choza al aire libre, esos mosquitos que luego
elimina el Photoshop, el vaivén de las olas recordándoles que no están
del todo en tierra firme? Yo escojo ir de rosado o mimetizándome con la
arena pero pienso en esa inmensa mayoría silenciosa de varones que ven
cómo sus novias, hermanas y amigas escogen Formentera, Bali, Los Roques,
como escenarios para sus bodas sin poder expresar sus temores. ¡Es tan
difícil para un hombre preguntarse qué me pongo como responderlo! Al
final, terminan asumiendo un vestuario inconsistente como el primer paso
para un matrimonio feliz. Demasiado riesgo innecesario. Aparte de
hacernos maridos también quieren vernos sometidos vestidos de vainilla,
el único color que España acepta como claro.
La alcaldesa de Barcelona Ada Colau, el pasado 1 de diciembre.Albert Garcia
En medio de todo esto, el traje de Isabel Preysler es un
homenaje a la cordura y a las aguas de Mustique que, según cuentan,
pasan del turquesa al oliva dejando una estela ultravioleta. Mustique es
esa isla diminuta donde la privacidad es enorme, atinado escenario para bodas que se harán muy públicas. Allí fue feliz la tormentosa princesa Margarita de Inglaterra. Y Jerry
Hall cuando era esposa de Mick Jagger. Forma parte del romance entre
Preysler y Miguel Boyer, porque fue donde se escaparon en sus primeros
viajes. Quizás por eso la eligió su hija Ana para casarse. Cuando la
casa real británica tuvo que enfrentarse al escándalo de unas fotos de Andrés, el duque de York, con la actriz de cine erótico Koo Stark
tomadas en la isla, fue un empresario venezolano, al frente de la
Administración de Mustique, quien defendió su mayor bien, esa
privacidad, delante de la prensa internacional. Su hija, Ariadna, invitó a mi hermana Valentina a pasar un weekend
con ellos. Viajarían en avioneta privada, quizás cenarían con Mick y la
princesa Margarita. Mi joven hermana se abrumó. Y declinó. Esperé en mi
cuarto a que la invitación viajara hacia mí. Pero no fue así. Ciertas
invitaciones solo pasan una vez. Y cada uno hace con su privacidad lo
que quiere. Incluyendo a Ada Colau: la alcaldesa de Barcelona habló sin pelos en la lengua de su vida afectiva y sexual en un programa de televisión donde se celebra y se tritura la privacidad hasta ponerse morados.
Pantone ha elegido el color ultravioleta como el tono oficial para el año 2018. Sin embargo, todo el mundo vaticina que no será el morado sino el negro el color de tendencia. Tras años de ausencia, black is back. Isabel Gemio lo vistió para recoger su Ondas a toda una carrera. Gemio se despide de la radio dejando claro que no era su intención hacerlo. Cada vez hay menos micrófonos para la mujer madura. Vuelve el negro, vuelve Mustique y se marcha Aline Griffith, autora de La espía que vestía de rojo,
novela donde la condesa de Romanones hilaba anécdotas de su vida
trufadas de espionaje y exageración. Con esa mezcla, Aline convirtió su
privacidad, el hecho de que había sido espía, en una fuente de ingresos
con prestigio, casi tan intachable como su título nobiliario y su
elegancia. El día que la conocí estuvo revisando mi apariencia y, al
final, me disparó: “¿Tú de qué familia eres?”. Fue esnob, pero fue
atinado. Eso es lo que hace falta para gestionar nuestra privacidad. Tener tino. Como Aline, Ada e Isabel.
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