Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

29 dic 2017

Charlotte Gainsbourg: “No tengo el talento de mi padre ni la belleza de mi madre”

Charlotte Gainsbourg: “No tengo el talento de mi padre ni la belleza de mi madre”
Charlotte (la más pequeña) de vacaciones en Normandía con su hermanastra, Kate, y sus padres, Serge Gainsbourg y Jane Birkin.
Charlotte (la más pequeña) de vacaciones en Normandía con su hermanastra, Kate, y sus padres, Serge Gainsbourg y Jane Birkin.
No hay que ser bilingüe para entender que este es un disco sobre la muerte
. “Pero también sobre la vida, porque yo sigo aquí. Es un álbum sobre el dolor que provoca la muerte y sobre el arrebato vital que viene después”, resume Gainsbourg. 
“Al llegar a Nueva York, logré recuperar el apetito por la vida.
 Seguía obsesionada con la muerte de mi hermana, pero existía una distancia que la convertía en algo menos real y concreto”.
 Pese a todo, no le gusta ver su disco como una terapia.
 “Es un proyecto artístico y no un proceso de curación.
La actriz y cantante Charlotte Gainsbourg, durante una actuación en Londres en 2010.
La actriz y cantante Charlotte Gainsbourg, durante una actuación en Londres en 2010.
Sus complejos se pronuncian, precisamente, en lo físico. Tal vez porque, en su casa, la hermosura interior era solo una milonga a la que los feos del mundo recurrían para consolarse.
 “Fui educada con la idea de que la belleza física tenía una gran importancia.
 Es algo que les recrimino a mis padres. 
Era lo único que contaba, sobre todo para las mujeres.
 Tal vez había algo misógino en ello: lo primero era ser guapa y después venía el resto”, recuerda. 
A los 12 años, pidió a sus padres que la metieran en un internado.
 “Necesitaba un marco más sólido. Mi casa era demasiado caótica”, recuerda. 
Con el tiempo ha entendido que no todo fue malo.
 Su padre le enseñó lo que era “la exigencia, hasta llegar a extremos un poco maniacos”,
 mientras que su madre, hija de un militar británico, que popularizó el destape en Francia antes de consolidarse como una de las intérpretes más fascinantes de su generación, le terminó legando su modestia.
 La frase que más veces le repitió de pequeña fue: “No te lo tengas creído”.
 Especialmente, después de que se convirtiera en una adorada estrella juvenil gracias a su primer gran éxito, L’effrontée, de Claude Miller, en 1985.
 “Hoy sigue siendo la característica que más me irrita en los demás: la petulancia de quienes alcanzan el éxito.
 No me parece un rasgo de carácter bonito”, suscribe Gainsbourg.

Su padre le enseñó lo que era “la exigencia, hasta llegar a extremos un poco maniacos”
Durante su juventud, la joven Charlotte se buscó sin encontrarse.
 A los 13 años, tras regresar de su internado, se apasionó por la religión de sus ancestros paternos, askenazíes rusos emigrados a Francia a comienzos del siglo pasado.
 Decidió convertirse entonces en “una judía secreta”. 
“Iba sola a una sinagoga liberal de París y celebraba Yom Kipur conmigo misma. 
Me compré un libro de plegaria con transcripción fonética para poder rezar en hebreo, aunque no entendiera nada de lo que decía”, dice poniendo los ojos en blanco.
 “Me sentía ofendida cuando me recordaban que nunca sería judía porque mi madre no lo era.
 Gran parte de mi familia era profundamente antirreligiosa, pero yo necesitaba formar parte de algo”, recuerda.
 Ese brote de religiosidad coincidió con la muerte de su abuela, una de las pocas supervivientes de una familia donde había muchos más muertos de los que creía. 
“En mi casa se hablaba mucho de la guerra, pero sus relatos eran felices.
 Me costó mucho tiempo entender que, si se ponían así de alegres, era solo porque eran los únicos que habían logrado permanecer con vida”, explica.
 Por otra parte, su padre también tenía insospechadas aristas trágicas. 
Su nombre real era Lucien Ginsburg y ocultó, casi hasta el final de su vida, que un director de orquesta le salvó la vida al esconderlo en la Francia profunda para escapar del asedio de los nazis. 

Para su padre, Charlotte fue la niña de sus ojos.
 Para algunos, su relación fue incluso limítrofe con la pasión.
 Con su cáustico sentido del humor, que hoy le costaría alguna que otra condena judicial, Gainsbourg le escribió y le hizo cantar Lemon Incest, donde aludía con ambigüedad al amor imposible entre un padre y una hija. 
La Francia de los ochenta se estremeció ante la mayor provocación de Gainsbarre, la última encarnación del compositor: una especie de doble bronquista que deambulaba por los platós televisivos quemando billetes de 500 francos y proponiendo sexo en directo a una incrédula Whitney Houston.
 Su hija entiende la reacción, pero la considera desproporcionada.
 “Nunca ha habido ninguna duda sobre lo que dice la letra de esa canción.
 Mi padre habla de un amor no consumado.
 Me parece una pena que no se pueda hablar de ciertos temas, incluso cuando son graves.
 Creo que hoy sería imposible grabar una canción como esa”, lamenta.
 ¿Vivimos en un tiempo más puritano que hace tres décadas? “Sí, más puritano y más aséptico. 
Hoy todo debe ser biempensante y políticamente correcto”, denuncia con una mueca de hastío.
 Pero luego añade una apostilla inesperada viniendo de la hija de los dos adalides de la revolución sexual en Francia: “A la vez, de este clima ha surgido la posibilidad de que las mujeres se expresen y digan que hay cosas que no son normales.
 Si los escándalos sexuales de los últimos meses se hubieran destapado hace 30 años, ¿nos los habríamos tomado tan en serio como ahora?”.

En la película que la convirtió en una estrella juvenil, L’effrontée (1985).
En la película que la convirtió en una estrella juvenil, L’effrontée (1985).
Gainsbourg se dice preocupada por el alcance de los abusos y vejaciones en la industria para la que trabaja, aunque asegura que no los ha sufrido en primera persona. “No lo he vivido, pese a haber trabajado con Harvey Weinstein y con Brett Ratner. 
Y sé que Lars von Trier también ha sido atacado. 
Solo puedo decir que a mí nunca me hizo nada. Jamás”, afirma sobre el director danés, al que sigue agradeciendo que le diera los papeles protagonistas de Anticristo, Melancolía y Nymphomaniac.
 Sin embargo, tras sus respectivos rodajes, no dudó en señalar lo duro que es enfrentarse a Von Trier. 
“La escena final de Melancolía fue insoportable. Lars me torturó, pero fui yo quien se lo pidió”.
 Hoy reivindica esos papeles como su mejor experiencia en una carrera que también la ha llevado a trabajar con Todd Haynes, James Ivory, los hermanos Taviani, Patrice Chéreau, Michel Gondry, Alejandro González Iñárritu y Roland Emmerich.
 “Siento empatía hacia esas mujeres, es un asunto grave, aunque yo no haya tenido esa experiencia”. 
Afirma, pese a todo, que la seducción no desa­parecerá en la relación que un cineasta mantiene con sus intérpretes. Tampoco le parece intrínsecamente mala. 
 “Un director que te escoge para un papel siente un deseo. Y todo intérprete, sea hombre o mujer, utiliza todos sus encantos para entrar en ese juego.
 Lo inaceptable y lo terrible es que eso se convierta en una lucha de poder y en una voluntad de sumisión.
 Podemos trabajar en condiciones que no sean sucias”, concluirá antes de llevar su mar de fondo, inesperadamente agitado, hacia otro lugar. 

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