El caché de político preso parece cotizarse más que el de huido.
Varios astronautas han quedado en la memoria colectiva, en
general por sus gestas: desde Yuri Gagarin, por convertirse en el primer
hombre en el espacio, hasta Neil Armstrong por dejar su huella en la
Luna, o Valentina Tereshkova como primera mujer allí arriba. Pero hay
uno que recordamos no por ninguna hazaña específica, sino porque en su
ausencia se evaporó su país, la Unión Soviética, y volvió de la estación
Mir meses después a una realidad nueva donde las fronteras, régimen y
gobernantes ya eran otros.
Serguéi Krikaliov regresó a otro país.
El expresident Puigdemont tiene algo que recuerda a Krikaliov. Creía que iba tras el rastro de la épica en su despegue a Bruselas; que iba a pasar a la historia como el líder que proclamó la república catalana, para acabar dándose cuenta, ahora mismo o cuando regrese al terminarse su particular tiempo de estancia en la Mir, de que vuelve a otro país.
No hay gestas esta vez.
El carisma que soñó y que seguramente nunca logró se hace añicos ante la realidad de su causa, que tiene ahora más que ver con artículos del Código Penal o con Osetia del Sur que con la palabra libertad.
Su partido no parece acompañarle en la fantasía de la resistencia, sino que lucha ya por no evaporarse a su vez en las elecciones convocadas por Rajoy. El PDeCat ansía una lista única con ERC, que por su parte está tan aventajada en las encuestas que preferiría probar fortuna por su cuenta.
Y el caché de político preso parece cotizar mejor que el de político huido, por no hablar del de político dimitido en vísperas como Santi Vila.
El país del que huyó Puigdemont, además, ha demostrado seguramente su mayoría de edad con un 155 que nadie quería, pero que fue la única vía para zanjar un gravísimo golpe institucional del que él fue el máximo responsable.
El Estado de derecho ha demostrado tener herramientas para defenderse, lo ha sabido hacer y por el camino ha crecido.
No caben las burlas en España, no caben los Parlamentos que no escuchan a sus letrados ni a la oposición.
No hay repúblicas bananeras por aquí.
Nuestro país, en cierta forma, también ha cambiado en este otoño caliente.
El expresident aspira ahora a recuperar cierta épica al anunciar su disposición a estar en las listas desde su exilio mentiroso.
Ni contigo ni sin ti. Pero el PDeCat parece no darse cuenta de que su posicionamiento ante el 21-D está a la defensiva, con un programa que pide amnistía en lugar de progreso para reanudar el crecimiento económico y social de Cataluña y que reclama la defensa de las instituciones que ellos mismos resquebrajaron y violentaron el 6-7 de septiembre.
Dejarse la piel para situarse más atrás fue su gran error y no parece que se hayan enterado.
Puigdemont puede hablar en tres o cuatro idiomas desde la capital europea, pero en ninguno de ellos dice nada que encaje con la realidad. Una nave soyuz en forma de euroorden de detención probablemente le traerá pronto a la nueva realidad.
Serguéi Krikaliov regresó a otro país.
El expresident Puigdemont tiene algo que recuerda a Krikaliov. Creía que iba tras el rastro de la épica en su despegue a Bruselas; que iba a pasar a la historia como el líder que proclamó la república catalana, para acabar dándose cuenta, ahora mismo o cuando regrese al terminarse su particular tiempo de estancia en la Mir, de que vuelve a otro país.
No hay gestas esta vez.
El carisma que soñó y que seguramente nunca logró se hace añicos ante la realidad de su causa, que tiene ahora más que ver con artículos del Código Penal o con Osetia del Sur que con la palabra libertad.
Su partido no parece acompañarle en la fantasía de la resistencia, sino que lucha ya por no evaporarse a su vez en las elecciones convocadas por Rajoy. El PDeCat ansía una lista única con ERC, que por su parte está tan aventajada en las encuestas que preferiría probar fortuna por su cuenta.
Y el caché de político preso parece cotizar mejor que el de político huido, por no hablar del de político dimitido en vísperas como Santi Vila.
El país del que huyó Puigdemont, además, ha demostrado seguramente su mayoría de edad con un 155 que nadie quería, pero que fue la única vía para zanjar un gravísimo golpe institucional del que él fue el máximo responsable.
El Estado de derecho ha demostrado tener herramientas para defenderse, lo ha sabido hacer y por el camino ha crecido.
No caben las burlas en España, no caben los Parlamentos que no escuchan a sus letrados ni a la oposición.
No hay repúblicas bananeras por aquí.
Nuestro país, en cierta forma, también ha cambiado en este otoño caliente.
El expresident aspira ahora a recuperar cierta épica al anunciar su disposición a estar en las listas desde su exilio mentiroso.
Ni contigo ni sin ti. Pero el PDeCat parece no darse cuenta de que su posicionamiento ante el 21-D está a la defensiva, con un programa que pide amnistía en lugar de progreso para reanudar el crecimiento económico y social de Cataluña y que reclama la defensa de las instituciones que ellos mismos resquebrajaron y violentaron el 6-7 de septiembre.
Dejarse la piel para situarse más atrás fue su gran error y no parece que se hayan enterado.
Puigdemont puede hablar en tres o cuatro idiomas desde la capital europea, pero en ninguno de ellos dice nada que encaje con la realidad. Una nave soyuz en forma de euroorden de detención probablemente le traerá pronto a la nueva realidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario