Cuarenta años después de su muerte, la diva sigue siendo una figura vigente, contemporánea, arrebatadora.
Quiere decirse que limitarse a escucharla restringe el fenómeno arrebatador que representó ella misma sobre la tarima, aunque semejante evidencia no contradice que sus grabaciones, en vivo y en estudio, constituyan una experiencia dionisiaca y un hito cultural que sobrevuelan el 40 aniversario de su muerte.
Estos son sus diez mandamientos. O, al menos, diez de ellos, pues la versatilidad de Maria Callas explica el apodo de la “absoluta” y justifica una trayectoria descomunal.
"Tosca", de Puccini (Warner Classics)
Mérito de la soprano y de su identificación casi existencial con la protagonista, pero también de la atmósfera sonora que crea el maestro Victor de Sabata; del mefistofélico Scarpia de Tito Gobbi; y de la plenitud de Giuseppe di Stefano en el papel de Cavaradossi.
"Norma", de Bellini (Warner Classics)
Su “Casta diva” sublima una grabación en la que Mario Filippeschi expone su valentía, su clase y su personalidad, meciéndose en la batuta de Tullio Serafin en el foso magmático de la Scala.
"Lucia de Lammermoor", de Donizzeti (EMI Classics)
Más bien sucedía que cada personaje encontraba un punto de encuentro con su personalidad, su alma.
Y ese extraño vínculo, parecido al de Marlon Brando en el cine o al de Gould en el piano, contribuía a la sensación de que la Callas estaba experimentando realmente lo que cantaba.
No es una excepción el aria de la locura con que finaliza esta grabación de “Lucia di Lammermoor”.
Y sí es una locura, una cosa de locos, el disco mismo, entro otros motivos por el ménage à trois que se concede con el fabuloso Di Stefano y el prodigioso Gobbi.
" La Traviata" (II), de Verdi (Warner Classics)
No ya porque traslada 60 años después la tensión, la pasión acumuladas durante la función, y la consecuente ceremonia de comunión con el público, sino además porque el papel de Alfredo correspondía a un homónimo y joven tenor canario de apellido germano y de prometedoras expectativas. Se llamaba... Alfredo Kraus.
La Vestale", de Puccini (Warner Classics)
Una buena demostración de semejante compromiso consiste en su apabullante “trabajo” como vestal de la “La Vestale”. Franco Corelli resiste, otra vez, las embestidas de la “monstrua”.
"Medea", de Cherubini (Warner Classics)
Cantar, canta.
Y lo hace con todo su poder seductor, magnético y telúrico, pero la soprano griega es aquí particularmente griega, como si estuviera no cantando la opera de Cherubino, sino recitando la obra teatral de Eurípides. Pesan las palabras.
Y se percibe una impresionante hondura dramatúrgica, más o menos como si la Callas fuera a hacérsenos corpórea. Qué barbaridad.
"Carmen", de Bizet (Warner Classics)
Fue la divina diva una cantante bastante promiscua con los tenores en sentido artístico, pese a la debilidad hacia Di Stefano.
Aquí lo demuestra rivalizando con el sueco Nicolai Gedda y ateniéndose a la tensión teatral y al esmero cromático que proporciona la memorable versión de Georges Prêtre.
"Macbeth", de Verdi (EMI Classics)
Y que la personalidad de la “metasoprano” alcanzara a romper las distinciones al uso entre los papeles líricos y los dramáticos.
De estos últimos proviene Lady Macbeth, cima de la ejecutoria de Maria Callas en cuanto el papel predispone otra vez un viaje al abismo. Conmueve la cantante. Duele.
Y lo hace inmejorablemente arropada por Victor de Sabata.
“El Barbero de Sevilla”, de Rossini (Warner Classics)
Un buen ejemplo es el “Barbero” que grabó a las órdenes del maestro Galliera en 1957. Ágil, virtuosa, sensual, entrañable, la Rosina de Maria Callas es su mejor imagen feliz y la que rebasa los tópicos fatalistas.
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