Javier Marias en la presentación de su última novela, 'Berta Isla'.Andrea Comas
Lo que empezó como una novela corta ha acabado en un libro
de 550 páginas, que ha consumido 631 días reales de escritura y que ha
dejado exhausto a su autor. Javier Marías (Madrid, 1951) ha presentado hoy en el Espacio Bertelsmann Berta Isla
(Alfaguara), su decimoquinta novela, instalado de nuevo en la sensación
de hasta aquí hemos llegado. La íntima convicción de que es la última. “Me parece milagroso haberla terminado. Tengo una manera de trabajar
lenta, hago una página, la corrijo, la reviso, la vuelvo a teclear así
hasta tres, cuatro o cinco veces y no sigo hasta que no está terminada. Siempre tengo la sensación de que no podrá leerse con fluidez”. Un fenómeno que se repite. “Siempre atravieso un periodo en el que
pienso que es imposible que vuelva a escribir hasta que luego ocurre
algo. Es un periodo transitorio en el que me pregunto cómo voy a hacer
otra cosa así. Me sorprende la gente que saca novelas con gran
desparpajo”. El proceso creativo de Marías tiene mucho que ver con las
maneras de un artesano, en la antítesis de la celeridad contemporánea. Escribe a máquina y corrige compulsivamente hasta dar por buena la
cuartilla. A cada una de las páginas de Berta Isla le ha dedicado más de
un día. “Algunos presentadores de televisión sacan novelas. No tengo
nada en contra de eso. En literatura todos hemos sido intrusos. Como
todo el mundo sabe leer y escribir, todo el mundo cree que puede
escribir una novela, mientras que no todo el mundo piensa que puede
dirigir una película o hacer una sinfonía. Las mías llevan muchísimo
trabajo y las encuentro difíciles”.
Marías acudió a la presentación arropado por el entusiasmo
de las críticas más madrugadoras, aunque sin ocultar su disconformidad
con el hecho de que se hayan publicado antes de la salida de la novela,
que ha llegado hoy a las librerías . Lo cierto es que José-Carlos Mainer la describe en Babelia como “una de las más complejas y atrevidas” del autor y José María Pozuelo Yvancos en Abc como “una obra maestra”. El título, según la directora de Alfaguara,
Pilar Reyes, ya ha sido vendido a 13 países. De sus obras anteriores,
que se han traducido a 44 lenguas, ha vendido más de ocho millones de
ejemplares, según la editorial.
En Berta Isla están temas recurrentes del escritor,
como el secretismo, el dilema moral, la espera incierta. “Trata también
sobre cómo el hecho de haber nacido es en parte una bendición, pero
también puede ser una maldición desde que uno es avistado por otros. Es
la historia de alguien, que tiene dotes para las lenguas y para los
acentos, que es divisado y reclutado para los servicios secretos”,
explicó. Para la operación de captación de Tomás Nevinson, su
coprotagonista, ha rescatado a Bertram Tupra, el agente creado para la
trilogía Tu rostro mañana (2002-2007), que reaparece como un
secundario catalizador en este retorno de Marías a las tinieblas
entrevistas de los servicios secretos británicos.
En la gestación de este libro pesaron varias lecturas (La mujer de Martin Guerre, de Janet Lewis, o El coronel Chabert, de Balzac,
entre otros) y el deseo de Javier Marías de indagar en “un tipo de
personas que se van, desaparecen, a veces reaparecen y a veces hay dudas
sobre su identidad”. Se adentra en ello de la mano de Berta Isla,
esposa de Nevinson, que se convierte en la voz de la reflexión, la duda,
una penélope forzosa que no sabe lo que es mejor no saber. Obligada a
convivir con la ocultación, el misterio y el temor que acecha su mundo
doméstico de la mano de quien había elegido como amorosa compañía, Berta
Isla ve cómo se desmorona la vida convencional para la que se había
preparado. “Hay en ella una gran evolución. Empieza a preguntarse sobre
la moralidad de aquello a lo que se dedica su marido”, apuntó Marías,
que opina que, pese a las actuales reivindicaciones de transparencia de
la sociedad actual, “se acepta que haya una zona oscura que ignoramos”. “En estos tiempos en que se protesta por todo, ha habido pocas protestas
porque a los terroristas de Cambrils se los hayan cargado sin más”,
agregó. El autor ubica su ficción en las décadas finales del siglo XX, entre
1969 y 1995, anteriores a la banalización que él observa en la sociedad
actual, sin distinción generacional. “El tipo de conflictos,
ambigüedades e intensidades que a mí me interesan son anteriores. La
gente ya no es tan así. En los noventa todavía tenía esa densidad, esa
sustancia, esa complejidad. Se ha producido un extraño fenómeno de
superficialidad. Tiene que ver con la prisa y la impaciencia. Como no
estoy dispuesto a escribir novelas bobas sobre tontunas de la vida
diaria, me sigo interesando por cosas que le interesaba a la gente en el
siglo XVII o XIX o en 1995”.
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