Llega a las librerías españolas, avalado por una prestigiosa editorial de Estados Unidos, el relato del infierno al que un padre sometió a su hija durante 18 años.
En un pasaje de Diario de un incesto (Malpaso Ediciones),
su anónima autora reconoce —sin decirlo— su pertenencia al reino de los
animales y no al de las personas.
Para ello cita al antropólogo Claude Lévi-Strauss: “Escribió que la principal diferencia entre animales y seres humanos radica en la prohibición del incesto.
¿En qué me convierte esta afirmación?". Esa es la primera constatación: la admisión de un incesto que duró 18 años, a caballo entre la violación, el consentimiento e incluso el placer.
La segunda es la decisión de contarlo con todo lujo de detalles al mundo en forma de libro.
La autora, supuestamente una poeta y periodista en activo, relata en apenas 120 páginas el infierno seriado de agresiones sexuales, heridas físicas y psíquicas y —repítase una vez más— esporádico goce sexual que experimentó a manos de su padre desde que tenía tres años hasta que cumplió los 21.
Lo hace en lo que podría denominarse, si no se quedara tan corto el término, un lenguaje seco y directo.
Tanto, que es imposible reproducir en un artículo de prensa la mayoría de sus pasajes, muchos de ellos odiosos y cercanos a un mal porno, otros de buen fuste literario.
Pero quédese el eventual lector con este: "Tengo, y siempre he tenido, la impresión de que en realidad mi padre quería matarme, y que yo le seduje para impedir que lo hiciera.
Recurrí a la sensualidad para seguir con vida. Salvé mi vida dándole placer sexual.
Y él se hizo adicto a nuestras relaciones sexuales, y a mí me ocurrió lo mismo".
Desde Nueva York, Lorin Stein, editor del libro para el sello Farrar, Straus and Giroux además de jefe de redacción del prestigioso trimestral literario The Paris Review, explica: “Estamos absolutamente seguros de la autenticidad del libro.
Cuando lo vendimos en el extranjero, algunos editores pidieron que aportásemos las razones por las que creíamos en la autenticidad de la historia.
En una carta abierta expliqué que habíamos corroborado la veracidad del asunto través de personas concretas que conocían a la autora desde hacía mucho tiempo y que conocían su historia.
En Inglaterra, algunos periódicos de la derecha preguntaron qué pruebas había de que una cosa así pudiera haber pasado, ¡como si todos nosotros no supiéramos de casos de niños que han sufrido abusos sexuales!”.
El incesto como tema narrativo se remonta a hace más de 4.000 años y viaja desde el Edipo Rey de Sófocles hasta Juego de tronos, pasando por autores como Apollinaire, Vargas Llosa, García Márquez, Anaïs Nin, Marguerite Duras, Moravia o el incesto como fantasía de la Lolita de Nabokov, por mencionar solo algunas referencias.
Recientemente, novelas como El beso, de Kathryn Harrison o Una semana de vacaciones, de Christine Angot reeditaron el género y suscitaron todo tipo de controversias.
Sin embargo, ni el estilo ni el asunto ni el trasfondo de Diario de un incesto tiene que ver con ninguna de ellas.
“Creo que Diario de un incesto es una obra de arte,
pero tengo además la esperanza de que este libro ayude a otros
supervivientes del incesto a sentirse menos solos”, explica Stein, quien
se excusa por no poder contar detalles acerca de cómo contactó con la
autora ni de cómo la autora propuso el libro a la editorial.
Esta es la opinión del editor de Malpaso, el sello que ha llevado a las librerías la versión en español de The Incest Diary: “Soy consciente de que la gente lee la palabra incesto y se retrae.
El libro va directo a los hechos, sin escatimar ni un detalle, pero no es morboso.
No hay eufemismos en la descripción de las relaciones sexuales, y eso me parece muy interesante literariamente.
Yo no había leído nada parecido a esto, es un libro nuevo, único, que permite al lector entrar en la intimidad profunda de alguien que sufre y comprobar qué mecanismos tiene el personaje para sobrevivir”.
Ante la posibilidad de que cierto tipo de lector busque y encuentre en estos diarios motivos para el placer que no tengan nada que ver con lo literario, el editor estadounidense admite el riesgo, pero está convencido de la pertinencia de publicar algo así:
“Mire, si la oscuridad está ahí. La oscuridad está ahí. Lo que está claro es que nadie aportará luz suprimiendo un libro…”.
Puede que lo más desequilibrante y violento para quien decida entrar en estas páginas no sean —siéndolo terriblemente— ni las violaciones repetidas de padre a hija ni el silencio cómplice de la madre, la tía o la amiga mayor y admirada de la autora ni el hecho de que en la familia de la autora los abusos sexuales sean “un legado que viene de lejos”
(su padre le contó que el abuelo Paul abusó de él y de su hermana cuando eran pequeños).
Puede que lo peor sea esa sensación irremediable de un progresivo síndrome de Estocolmo que, en muchos pasajes, acaba convirtiendo a la víctima en partenaire sexual, en un extraño/terrible viaje desde el pavor hasta el goce.
Se llama masoquismo, y su aparición no es escatimada en este libro de portada negra.
Están, primero, los miedos de la infancia: “Sus pasos acercándose por el pasillo hasta mi cuarto, el crujido de la puerta al abrirse, su respiración, el nítido sonido que producía la hoja de metal al desenfundarla”.
Y están, más adelante, las confesiones de la adolescencia, primero, y la edad adulta después: “Mi padre también se había convertido a sí mismo en un objeto sexual para mí.
Lo cosificaba como me cosificaba a mí misma para él.
Jamás en mis doce años de casada experimenté un orgasmo semejante”.
Y una frase final para resumir los dos lados del abismo: “Le deseo y le mataría, echaría su cuerpo a los perros”.
No creo que todo sea publicable, pero sí creo que una mujer debe tener el derecho de escribir de forma verdadera acerca de lo que le pasó y de cómo le afectó psíquicamente.
Y no creo que por ello esté obligada a pagar el precio de una exposición pública”, argumenta Stein sobre la oportunidad de editar este libro.
“No todo es publicable. Hay límites. Ante todo está el sentido común: hay cosas no publicables porque ofenderían a cualquiera. Además, hay un límite ético: no todo vale con tal de vender. Evidentemente, yo nunca publicaría una apología del incesto, o de la violación, o del abuso.
Este es un debate eterno”, añade el editor de Malpaso.
Para ello cita al antropólogo Claude Lévi-Strauss: “Escribió que la principal diferencia entre animales y seres humanos radica en la prohibición del incesto.
¿En qué me convierte esta afirmación?". Esa es la primera constatación: la admisión de un incesto que duró 18 años, a caballo entre la violación, el consentimiento e incluso el placer.
La segunda es la decisión de contarlo con todo lujo de detalles al mundo en forma de libro.
La autora, supuestamente una poeta y periodista en activo, relata en apenas 120 páginas el infierno seriado de agresiones sexuales, heridas físicas y psíquicas y —repítase una vez más— esporádico goce sexual que experimentó a manos de su padre desde que tenía tres años hasta que cumplió los 21.
Lo hace en lo que podría denominarse, si no se quedara tan corto el término, un lenguaje seco y directo.
Tanto, que es imposible reproducir en un artículo de prensa la mayoría de sus pasajes, muchos de ellos odiosos y cercanos a un mal porno, otros de buen fuste literario.
Pero quédese el eventual lector con este: "Tengo, y siempre he tenido, la impresión de que en realidad mi padre quería matarme, y que yo le seduje para impedir que lo hiciera.
Recurrí a la sensualidad para seguir con vida. Salvé mi vida dándole placer sexual.
Y él se hizo adicto a nuestras relaciones sexuales, y a mí me ocurrió lo mismo".
Desde Nueva York, Lorin Stein, editor del libro para el sello Farrar, Straus and Giroux además de jefe de redacción del prestigioso trimestral literario The Paris Review, explica: “Estamos absolutamente seguros de la autenticidad del libro.
Cuando lo vendimos en el extranjero, algunos editores pidieron que aportásemos las razones por las que creíamos en la autenticidad de la historia.
En una carta abierta expliqué que habíamos corroborado la veracidad del asunto través de personas concretas que conocían a la autora desde hacía mucho tiempo y que conocían su historia.
En Inglaterra, algunos periódicos de la derecha preguntaron qué pruebas había de que una cosa así pudiera haber pasado, ¡como si todos nosotros no supiéramos de casos de niños que han sufrido abusos sexuales!”.
El incesto como tema narrativo se remonta a hace más de 4.000 años y viaja desde el Edipo Rey de Sófocles hasta Juego de tronos, pasando por autores como Apollinaire, Vargas Llosa, García Márquez, Anaïs Nin, Marguerite Duras, Moravia o el incesto como fantasía de la Lolita de Nabokov, por mencionar solo algunas referencias.
Recientemente, novelas como El beso, de Kathryn Harrison o Una semana de vacaciones, de Christine Angot reeditaron el género y suscitaron todo tipo de controversias.
Sin embargo, ni el estilo ni el asunto ni el trasfondo de Diario de un incesto tiene que ver con ninguna de ellas.
Sostienen tanto el editor
estadounidense, Lorin Stein, como el español, Malcolm Otero Barral, que
la justificación de editar un libro así se atiene a razones
primordialmente de valor literario. “
Esta es la opinión del editor de Malpaso, el sello que ha llevado a las librerías la versión en español de The Incest Diary: “Soy consciente de que la gente lee la palabra incesto y se retrae.
El libro va directo a los hechos, sin escatimar ni un detalle, pero no es morboso.
No hay eufemismos en la descripción de las relaciones sexuales, y eso me parece muy interesante literariamente.
Yo no había leído nada parecido a esto, es un libro nuevo, único, que permite al lector entrar en la intimidad profunda de alguien que sufre y comprobar qué mecanismos tiene el personaje para sobrevivir”.
Ante la posibilidad de que cierto tipo de lector busque y encuentre en estos diarios motivos para el placer que no tengan nada que ver con lo literario, el editor estadounidense admite el riesgo, pero está convencido de la pertinencia de publicar algo así:
“Mire, si la oscuridad está ahí. La oscuridad está ahí. Lo que está claro es que nadie aportará luz suprimiendo un libro…”.
Puede que lo más desequilibrante y violento para quien decida entrar en estas páginas no sean —siéndolo terriblemente— ni las violaciones repetidas de padre a hija ni el silencio cómplice de la madre, la tía o la amiga mayor y admirada de la autora ni el hecho de que en la familia de la autora los abusos sexuales sean “un legado que viene de lejos”
(su padre le contó que el abuelo Paul abusó de él y de su hermana cuando eran pequeños).
Puede que lo peor sea esa sensación irremediable de un progresivo síndrome de Estocolmo que, en muchos pasajes, acaba convirtiendo a la víctima en partenaire sexual, en un extraño/terrible viaje desde el pavor hasta el goce.
Se llama masoquismo, y su aparición no es escatimada en este libro de portada negra.
Están, primero, los miedos de la infancia: “Sus pasos acercándose por el pasillo hasta mi cuarto, el crujido de la puerta al abrirse, su respiración, el nítido sonido que producía la hoja de metal al desenfundarla”.
Y están, más adelante, las confesiones de la adolescencia, primero, y la edad adulta después: “Mi padre también se había convertido a sí mismo en un objeto sexual para mí.
Lo cosificaba como me cosificaba a mí misma para él.
Jamás en mis doce años de casada experimenté un orgasmo semejante”.
Y una frase final para resumir los dos lados del abismo: “Le deseo y le mataría, echaría su cuerpo a los perros”.
No creo que todo sea publicable, pero sí creo que una mujer debe tener el derecho de escribir de forma verdadera acerca de lo que le pasó y de cómo le afectó psíquicamente.
Y no creo que por ello esté obligada a pagar el precio de una exposición pública”, argumenta Stein sobre la oportunidad de editar este libro.
“No todo es publicable. Hay límites. Ante todo está el sentido común: hay cosas no publicables porque ofenderían a cualquiera. Además, hay un límite ético: no todo vale con tal de vender. Evidentemente, yo nunca publicaría una apología del incesto, o de la violación, o del abuso.
Este es un debate eterno”, añade el editor de Malpaso.
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