Me gustan los libros gordos, con muchas páginas, porque si es bueno no quiero que se acabe y si es malo, hace ya tiempo que aprendí a abandonarlos.
Mi hermana mayor aplicaba en nuestros juegos la férrea disciplina escolar de los últimos años del franquismo.
Jugábamos a maestras y yo, la pequeña, era la víctima de la rigidez de mi hermana-maestra.
Así que tenía que obedecer y empecé a juntar letras antes de lo previsto.
Así, juntando letras, me aficioné a la lectura.
Leía todo cuanto caía en mis manos: el TBO, el Cavall Fort, las historias de Los Cinco… Hasta disfruté de las lecturas obligatorias de la escuela: La Regenta, La colmena, La metamorfosis de Kafka, La ciudad y los perros.
Títulos que a muchos de mis compañeros les parecían un horror y con los que yo disfrutaba.
Me aficioné también a la poesía, me aprendí de memoria versos de Ángel González y llegué a Luis García Montero que, a su vez, me llevó hasta Joan Margarit.
Me gustan los libros gordos, con muchas páginas, porque si es bueno no quiero que se acabe y si es malo, hace ya tiempo que aprendí a abandonarlos.
Por eso me desesperé cuando se me acabaron las mil del Yo confieso, de Jaume Cabré.
Dejé de contar, también, las veces que tenía que dejar de leer por la emoción con Inés y la alegría, de Almudena Grandes.
Y espero mis vacaciones para abrir esa magnífica novela que dicen que es
La historia, de Martín Caparrós.
Sé que me hará feliz, tiene 1.024 páginas.
Recuerdo episodios de mi vida por los libros que estaba leyendo en ese momento, por los libros con los que cargo arriba y abajo en todos mis viajes, siempre más de dos, no vaya a ser que se me acaben, aunque en esto la tecnología está ayudando mucho a mi ansiedad.
Los que he leído junto a la cama de mi madre o de mi padre en el hospital, en aviones, en aeropuertos, en trenes, las ediciones que leí tal o cual verano, los que presté y nunca me devolvieron, los que me dejaron y cuidé como si fueran míos.
Los libros que recomiendo y me recomiendan los amigos de los que me fío y de los que no.
Los libros que me hacen reír, los que me hacen llorar, los que me dan medio, los que me emocionan.
Tengo ejemplares en todos los rincones de casa, he llenado estanterías y cajas en las mudanzas. Y se amontonan en mi mesa de trabajo, a la espera de encontrar el momento para leerlos, uno de mis sueños es un año sabático solo para poder leer.
Es verano y en España cerca de un 40 por ciento de personas reconoció no haber leído un libro en el último año.
La combinación perfecta, tiempoy curiosidad.
Hay un libro para cada uno de nosotros y, les aseguro, que cuando lo prueben no podrán dejarlo, pero esta adicción es mejor no tratarla. Solo da satisfacciones.
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