Se está utilizando la red para amedrentar a periodistas, a políticos, a profesores o a gente que se toma en serio la existencia de estas redes.
Ahora soy mirón en Twitter, no actúo.
Ni interactúo, que es como se llama ahora a hablar entre personas. Hace unas semanas Twitter me avisó de que podía aminorar la presión que ejercían sobre mi cuenta personas de procedencia insegura, anónimos, supuestos nombres propios, etcétera, y que dependía de mí que esas cuentas pudieran ser silenciadas o abortadas de modo que no fueran nunca parte de mi mesa redonda.
Dije que sí, que me parecía bien.
Aquello sucedió después de haber publicado en EL PAÍS un reportaje sobre asuntos relacionados con Venezuela.
Trataba de saber por qué algunos venezolanos, de todas las procedencias posibles, ideologías o profesiones, se habían ido de su país.
La avalancha contra mí pero sobre todo contra esas personas entrevistadas fue formidable, a favor y en contra; con insultos o vejaciones o, simplemente, con comentarios que ponían en valor lo que esas personas tenían que decir acerca de sus respectivas aventuras.
Me pareció interesante que Twitter expresara su iniciativa de racionar la avalancha y desde entonces noté, con satisfacción, que el número de trolls o anónimos o supuestos nombres propios y, sin duda, los insultos que emanaban antes de esta fuente contradictoria que es la popular red social, habían aminorado su potencia.
Más recientemente volvieron a ser temas de mi trabajo Venezuela y otros asuntos especialmente sensibles para las personas que asisten en Twitter a esta hoguera de comentarios que sitúan a la gente a la izquierda y a la derecha del cosmos en función de que hables en un sentido u otro de lo que no está permitido.
Como ocurría en la época de entreguerras, en Europa, en España, en el mundo, ahora suelen valer, tan solo, las verdades como puños, dichas habitualmente por aquellos que están encantados de conocer sus ideas propias y están de acuerdo en perseguir las ideas, las informaciones, los puntos de vista de aquellos que merecen el infierno porque además deben ser borrados de la tierra.
Ese ruido infernal, esa falta de respeto, está creciendo hasta el contagio, y ya salta a los informativos, a los periódicos digitales y de papel; todo lo que es susceptible de debate se comprime en un número mínimo de caracteres en los que siempre cabe, sobre todo, la descalificación, el insulto o el irrespeto.
Ahora he abierto Twitter, a ver cómo iba la cosa.
Y como si me estuviera esperando un ejemplo leí el siguiente intercambio: “Javi @nolescreas ¿Qué hacéis, Tuiters? ¿Poscensurar? ¿Poscensurar nazis? El mejillón suicida @mejillonsuicida Pospuede Santi @sanset81 yo censuro haciendo el molinillo, lástima que no sea en su jeta”.
Los fumadores de opio eran pacíficos ciudadanos que se reunían, como Beckett y Joyce hacían jugando al billar, a compartir sus silencios.
Ahora el ruido de la red contiene esos intercambios y nosotros, estemos activos o seamos pasivos fumadores de Twitter, nos tragamos todo ese humo como si eso nunca vaya a afectar a nuestra cabeza o a nuestros pulmones .
Hasta que un día decidí lo que seguro que hace mucha gente también: quedarme a ver. Y lo que he visto es que, lejos del bullicio en el que también he participado, se está formando un formidable ruido que incluye no sólo la falta de respeto a lo que el otro piensa, sino que se está utilizando la red para amedrentar a periodistas, a políticos, a profesores o a gente que se toma en serio la existencia de estas redes como vehículo en el que es posible intercambiar puntos de vista. Ya no son aceptables los puntos de vista.
Ni interactúo, que es como se llama ahora a hablar entre personas. Hace unas semanas Twitter me avisó de que podía aminorar la presión que ejercían sobre mi cuenta personas de procedencia insegura, anónimos, supuestos nombres propios, etcétera, y que dependía de mí que esas cuentas pudieran ser silenciadas o abortadas de modo que no fueran nunca parte de mi mesa redonda.
Dije que sí, que me parecía bien.
Aquello sucedió después de haber publicado en EL PAÍS un reportaje sobre asuntos relacionados con Venezuela.
Trataba de saber por qué algunos venezolanos, de todas las procedencias posibles, ideologías o profesiones, se habían ido de su país.
La avalancha contra mí pero sobre todo contra esas personas entrevistadas fue formidable, a favor y en contra; con insultos o vejaciones o, simplemente, con comentarios que ponían en valor lo que esas personas tenían que decir acerca de sus respectivas aventuras.
Me pareció interesante que Twitter expresara su iniciativa de racionar la avalancha y desde entonces noté, con satisfacción, que el número de trolls o anónimos o supuestos nombres propios y, sin duda, los insultos que emanaban antes de esta fuente contradictoria que es la popular red social, habían aminorado su potencia.
Más recientemente volvieron a ser temas de mi trabajo Venezuela y otros asuntos especialmente sensibles para las personas que asisten en Twitter a esta hoguera de comentarios que sitúan a la gente a la izquierda y a la derecha del cosmos en función de que hables en un sentido u otro de lo que no está permitido.
Como ocurría en la época de entreguerras, en Europa, en España, en el mundo, ahora suelen valer, tan solo, las verdades como puños, dichas habitualmente por aquellos que están encantados de conocer sus ideas propias y están de acuerdo en perseguir las ideas, las informaciones, los puntos de vista de aquellos que merecen el infierno porque además deben ser borrados de la tierra.
Ese ruido infernal, esa falta de respeto, está creciendo hasta el contagio, y ya salta a los informativos, a los periódicos digitales y de papel; todo lo que es susceptible de debate se comprime en un número mínimo de caracteres en los que siempre cabe, sobre todo, la descalificación, el insulto o el irrespeto.
Ahora he abierto Twitter, a ver cómo iba la cosa.
Y como si me estuviera esperando un ejemplo leí el siguiente intercambio: “Javi @nolescreas ¿Qué hacéis, Tuiters? ¿Poscensurar? ¿Poscensurar nazis? El mejillón suicida @mejillonsuicida Pospuede Santi @sanset81 yo censuro haciendo el molinillo, lástima que no sea en su jeta”.
Los fumadores de opio eran pacíficos ciudadanos que se reunían, como Beckett y Joyce hacían jugando al billar, a compartir sus silencios.
Ahora el ruido de la red contiene esos intercambios y nosotros, estemos activos o seamos pasivos fumadores de Twitter, nos tragamos todo ese humo como si eso nunca vaya a afectar a nuestra cabeza o a nuestros pulmones .
Hasta que un día decidí lo que seguro que hace mucha gente también: quedarme a ver. Y lo que he visto es que, lejos del bullicio en el que también he participado, se está formando un formidable ruido que incluye no sólo la falta de respeto a lo que el otro piensa, sino que se está utilizando la red para amedrentar a periodistas, a políticos, a profesores o a gente que se toma en serio la existencia de estas redes como vehículo en el que es posible intercambiar puntos de vista. Ya no son aceptables los puntos de vista.
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