El 28 de junio de 1981 Neus Soldevilla hizo el amor con su abusivo marido y luego orquestó su asesinato a manos de una de sus hijas, mientras sus hermanos miraban.
Neus, Barcelona, febrero del 96
¿Sabes? Yo aborrezco eso de la dulce Neus.
Es
un mote horroroso con el que no me identifico lo más mínimo.
A decir
verdad, a veces me siento como una extraterrestre. Soy una mujer de 50
años, de carne y hueso, como las demás.
Que sufre. que ríe, que llora.
que quiere ser feliz.
Pero noto siempre un batallón de ojos que se
clavan en mi espalda.
Tengo la extraña sensación de que soy dos personas
en una: la Neus auténtica, que lucha por vivir y por sus hijos, y la
perversa Neus del sistema, la de las películas, la de los libros, la de
la televisión.
Palpo esa malicia cuando voy por la calle.
No, no sólo en
Barcelona. Eso me pasa en Huelva, en cualquier punto de España y hasta
en América.
Lo sé: mi figura y mi historia invitan al morbo.
Eso hace
daño. La dulce Neus... Me bautizó así un periodista.
Bueno, quizá tengas razón, tal vez no lo hiciera con mala leche.
Es verdad que era peor el de Mantis religiosa.
La verdad es que en mi casa siempre decían que yo era la más dolça
[dulce en catalán] de las primas por ser la más cariñosa de todas.
Quizá también influyó en algo el timbre de mi voz.
Pero, para ser
francos, todo es muy desafortunado.
Los Soldevila, siempre ha sido y
siempre será así, somos gente de bien.
Me
sobra el tiempo.
La convivencia flirteaba siempre con la
tragedia. Jamás impulsé a mis hijos a que apretaran el gatillo. Fue al
final Marisol, una de mis hijas pequeñas, la que mató a Joan. Ella
tenía entonces 14 años y era muy decidida, muy espabilada. Pero yo no
les convencí. Eran sólo unos niños.
No es fácil encarar esta vida a la que no ves
fin.
No he podido volver a sentar a mis seis hijos en torno a mí.
Estuve a punto de hacerla la última Navidad. Neus, la mayor, vive en
Canarias y tiene ya un niño; los gemelos están en Huesca; Marisol, en
Andalucía, con tres preciosos hijos; Ana se fue a Florida tras casarse
con un militar en Estados Unidos.
Conmigo queda Dolors, otra de las
pequeñas, a la que veo más.
Sólo conozco a mis nietos por fotografía.
Pero no desespero: supongo que algún día saldré en libertad.
Rezo para
que un cáncer no me visite en la recta final de mi existencia.
No tengo demasiada relación con mis
compañeras de cárcel.
Muchas son chicas que han caído en la droga.
Les
tengo respeto y mucho cariño, pero ya no quiero más líos, intento
mantenerme al margen.
Mi única obsesión es procurar no dar la menor
excusa que pueda prolongar innecesariamente este horror.
Ahora mismo
tengo el tiempo justo.
A las 17.00 horas debo estar en la cárcel de
mujeres, en Wad-Ras.
Me esmero en no llegar tarde, salgo de casa con
mucha antelación para evitar que una inoportuna avería o un atasco
imprevisto se transformen en más días de encierro.
España es mi país y España será mi cárcel.
Cuando sea definitivamente libre, haré las maletas y me instalaré en el
extranjero.
Volveré sólo de visita. No sé dónde residiré. Quizá me
quede cerca, en Europa, pero lo más seguro es que regrese a Sudamérica.
Allí los españoles somos los reyes del mambo,
gozamos de buen crédito.
Ahora, cuando puedo, me dedico a la
bisutería.
Quiero abrir el mercado a otros artículos complementarios,
como sombreros, cinturones, qué sé yo.
Tengo un pequeño negocio con una
clientela fija.
Pero realmente es muy difícil gestionado con esta vida
que llevo, tan partida en dos.
Jesús J., Zaragoza, febrero del 96
Yo iba para médico, pero no aprobaba demasiadas asignaturas.
Así que mi padre me dijo un día: «Jesús, hijo
mío, es hora de que despiertes».
Yo tenía entonces 23 años y él tenía
razón. Decidí hacer oposiciones.
Se convocaban dos: o para Hacienda o
para policía. Los números no eran lo mío y me metí en lo segundo.
He
estado casi 30 años en la investigación criminal. Nunca me gustó la
brigada político-social.
Un jefe me destinó a ella pese a que le
advertí que no me entusiasmaba, que no quería.
Ni caso. Acabé allí, pero
sin trabajar demasiado, sin rellenar los informes.
Me castigaron a la
guardia mañana, tarde y noche, hasta que, desesperados, me devolvieron a
homicidios.
No he salido casi nunca de la pringue
[término de la jerga policial que define a la policía judicial] hasta
hace dos años, cuando me retiraron. Soy ahora, con 58 años, un jubilado.
Pronto nos retiran, ¿no? Doy clases y sigo estudiando. Ahora
grafología.
He llevado cientos de casos en mi carrera, y
no lo digo por defraudar, pero creo que el de La dulce Neus fue uno de
los más fáciles.
No sé por qué os interesa este caso. Sí, es cierto,
fue una historia morbosa.
Pero es que muchas veces no concuerda el
interés periodístico con el estrictamente criminal. Casi desde el primer
día, el caso de La dulce Neus estaba clarísimo: intuíamos que la
culpable era la familia.
Pasa en infinidad de ocasiones: sabes quién es
el asesino, pero te faltan las pruebas.
He conocido a muchos acusados
que incluso tras quedar en libertad me han venido a ver.
Eso no pasó
jamás con Neus.
Creo, y siento decirlo, que es una de las peores
personas que he conocido en mi vida.
Neus, Barcelona, febrero del 96
No sé por qué me casé con Joan Vila.
Bueno,
sí lo sé: fue por una apuesta ... Sí, como lo oyes. Él tenía entonces 29
años y yo 18.
Tenía una novia y le dije a una allegada mía que la
dejaría. Quizá por mí. Fue así.
De muy niña me quedé huérfana y me fui a
vivir con unos tíos en Vic (Barcelona).
Me trataron muy bien: recibí
una buena educación en un colegio de monjas.
A ellos no les gustaba
Joan. Era un hombre trabajador, de una familia muy humilde, pero muy
violento.
Una de esas personas hechas a sí mismas. A mí entonces me
gustaban las personas mayores y luchadoras.
Si te digo la verdad, creo
que Joan me daba algo de lástima.
Mi marido entró en casa por primera vez el 5
de agosto de 1962 y nos casamos un mes después, el 17 de septiembre.
Fuimos de luna de miel a Valencia y allí surgieron los primeros
problemas.
Quería que asara un conejo en la playa y hacía mucho viento.
Yo me opuse, le dije que no se podía, que la arena volaría. Empezó a
gritar y me pegó: me hizo daño en una oreja. Menos mal que apareció una
patrulla de la Guardia Civil y se calmó.
Tardé justo nueve meses en tener a mi hija Neus.
Joan era un payés,
pero pusimos un bar en Vic y un día entró como loco, muy excitado.
Me
dio miedo. No sé con quién se había peleado, pero amenazó con poner un
letrero que rezara: «Prohibida la entrada a los castellanos». y eso en
plena dictadura. «j Virgen Santa!», pensé, «vamos a acabar todos en el
calabozo».
Fui a pedir auxilio a mis padres y me advirtieron: «O te
quedas con nosotros o te quedas con él».
El ultimátum estaba ahí, encima
de la mesa.
Ellos estaban dispuestos a hacerse cargo de la niña. Eran
gente muy abierta, pues era complicado acoger a una mujer separada y con
una cría en aquella época.
No sé ... Pensé en la pequeña. Y me fui con
él a Granollers, donde dejó el arado para meterse en la construcción.
J. J., Zaragoza, febrero del 96
El marido encarnaba, con todos mis respetos,
la sabiduría del ignorante.
Procedía de una familia muy numerosa, que
trabajaba la tierra de sol a sol.
Gente dura, muy curtida.
Era de esas
personas que piensan que los demás tienen que seguir el mismo camino que
ellos.
Un hombre de 47 años que se forjó a sí mismo, duro, inflexible.
No le gustaba que sus hijos estudiaran.
Él apenas sabía leer y
escribir, pero amasó una pequeña fortuna construyendo bloques de pisos
gracias a los permisos que logró en los ayuntamientos franquistas.
Quería que los chicos fueran como él.
Cuando se cometió el crimen, su
patrimonio se calculaba en unos 17 pisos y en unos 150 millones de
pesetas.
Era una familia burguesa, bien situada.
Tenían criada y se la llevaban los fines de semana a la casa de Esplús,
en Huesca, donde precisamente se cometió el crimen.
La casa era
fantástica: dos plantas, un buen número de hectáreas de regadío.
Hoy
esa finca vale muchos millones. Puede que no menos de 70.
Sin embargo,
él daba a Neus muy poco dinero para pasar la semana. Algo así como unas
10.000 pesetas.
El ambiente debía de ser muy duro. Prueba de ello es que
obligaba a los hijos a comer solos en la cocina.
Pero también es cierta
una cosa: jamás les puso la mano encima.
Era el típico macho
hispánico: presumía de su mujer, pero jamás la engañó.
Y eso que tuvo
muchas oportunidades: cuando llegó la democracia, tuvo problemas con el
Ayuntamiento por razones de permisos de obras.
Se radicalizó y se fue a
la extrema derecha.
Tuvo muchos amigos de Fuerza Nueva que iban a menudo
de putas a Barcelona.
Joan jamás fue con ellos. En cambio, interrogamos a
varios de los que fueron amantes de Neus.
Neus, Barcelona, febrero del 96
Nadie sabe lo que yo pasé.
Yo era una mujer
agradable, bien vestida, bien situada, educada, pero jamás salió de mi
boca ni una sola palabra sobre el infierno de mi hogar.
¿O sabe la gente
que Joan una vez me puso la pistola en la boca?
¿Y que dormía con un
arma bajo la almohada? ¿O sabe cómo se puso una vez cuando le pedí 1.000
pesetas para una canastilla?
¿ O que obligaba a los gemelos, con sólo
ocho años, a hacer pasta de cemento?
¿O que impedía a los niños
presentarse a los exámenes? Un horror. Al final, ya casi ni trabajaba.
Era un fanático: se pasaba el día leyendo
libros de política y de religión.
Creo que especialmente la Biblia.
¿Que si yo soy religiosa? Hombre, pues lo normal, pero sin pasarme.
He
perdido el hilo ... Sí, eso: Joan iba sólo los viernes a la empresa;
subía a la oficina y ni siquiera paraba el motor del coche
. ¡Imagina lo
que trabajaba! Me gustaría, aunque fuera sólo por un instante, que
alguien intentara colocarse en mi lugar. ¿Separarme? ¡Pero qué dices!
¡Imposible! ¡Me hubiera matado!
J. J., Zaragoza, febrero del 96
Es cierto que el ambiente debía de ser muy
férreo.
Tenía a la familia muy oprimida económicamente.
Ella siempre
iba muy justa.
Trabajaba vendiendo pisos y sintió la necesidad de
independencia económica.
Asumió la representación de una firma de
cosméticos y empezó a tocar dinero. Las cosas le fueron mejor y quiso
tener más.
Creo que se compró dos pisos. Empezó a llevar una doble vida.
Se le ocurrió poner en práctica la típica rueda de talones. Consiste en
pedir un préstamo de 500.000 pesetas a un amigo con el compromiso de
que a los seis meses se lo reintegrará más el 30% de intereses.
Llegó a
mover 17 millones de pesetas, pero en realidad se quedó con poco
porque siempre tenía que devolverlo.
El agujero final era de los
intereses que debía, no sé si seis o siete millones de pesetas.
El gran
problema que tuvo Neus fue que el círculo de amigos se le agotó y ya no
tuvo a quien pedir más.
Ella no planeó el asesinato para cobrar el
seguro que había firmado su marido.Neus, Barcelona, febrero del 96
Ese fin de semana fuimos a Esplús, a la finca
de Huesca.
Era verano. ¿Sabes? Neus, la mayor, de 18 años, tenía un
examen, pero su padre no la dejó presentarse, en su línea.
Pero, de
todas formas, en esa época se ensañaba especialmente con Marisol.
Ella
lloraba mucho, tenía miedo de que yo me fuera.
Joan siempre tenía que
meterse con alguien, hacerle la puñeta a uno de los chicos.
Yo incluso
me puse un poco dura. Recuerdo que repetía: «Sólo las prostitutas van a
la universidad!».
Un asco. Él, por la tarde, se fue a hacer la siesta al
dormitorio.
Dormía siempre con una pistola bajo la almohada. Mi casa,
por entonces, era un arsenal.
Había tres escopetas y cuatro pistolas,
por esos rollos que tenía con Fuerza Nueva.
Yo le di una de las armas a
Marisol para que hiciera prácticas de tiro contra una bala de paja del
jardín.
Estaba con los gemelos. Preparé las maletas para volver a
Barcelona ese mismo domingo.
Siempre regresábamos en dos coches: el Ford
Granada y el Chrysler.
Recuerdo que yo estaba en la cocina cogiendo
carne del congelador para llevármela a casa. Oí un disparo.
Pensé que
procedía de la tele, de aquella serie que hacían que se llamaba La casa de la pradera.
Cuando él dormía había que bajar el volumen, y fui a pulsar el mando.
Entonces vi a los niños bajar corriendo por las escaleras. Por sus
caras, imaginé qué había ocurrido. Todos nos metimos corriendo en el
coche.
¿Que por qué? Es que yo creí inicialmente que era Joan quien
había disparado y por eso huimos muertos de miedo. ¡Si era como un ogro!
Cuando ya habíamos avanzado bastantes kilómetros, le dije a la niña:
«Marisol, pero cariño, ¿le has dado?».
Ella me dijo que creía que sí porque el flequillo de Joan había hecho una especie de brrfffff
hacia arriba despejando la frente.
Detuvimos el coche y lanzamos la
pistola por la autopista. Luego me explicaron que Marisol subió a la
habitación y les dijo a los gemelos, mayores que ella, con 17 años ya:
«Si no tenéis cojones, yo sí».
Cuando llegamos a casa, llamé al puesto de la
Guardia Civil de Binéfar.
Dije que pensaba que le había ocurrido algo a
Joan, que había pasado algo malo con unos hombres que querían algo.
No
sé ni qué se me ocurrió para salir del paso. Me dijeron que irían a la
finca.
Yo cogí una bolsa con ropa por si Joan la necesitaba para ir al
hospital.
Me acompañó en el viaje el alcalde de Montmeló. ¿Por qué cogí
la ropa? Es que yo no sabía si estaba vivo o muerto. Bien es verdad que
durante el viaje el alcalde detuvo el automóvil y llamó por teléfono.
Me parece que entonces ya le comunicaron que no había nada que hacer,
aunque él a mí no me lo dijo.
J. J., Zaragoza, febrero del 96
Pues entonces aún vivía.
La agresión se
cometió sobre las 16.00 horas y ella llamó cuatro horas después.
Joan
Vila falleció sobre las 23.00. Estuvo agonizando no menos de siete
horas.
Sí, fue una muerte muy cruel. Ella llamó diciendo que dos
hombres encapuchados habían secuestrado a su marido y que mientras
subían las escaleras hacia el segundo piso la familia aprovechó para
escapar.
No tenía el menor sentido. Ciertamente, la historia era
rocambolesca.
Neus, Barcelona, febrero del 96
Cuando llegamos a Esplús, Joan ya había
muerto.
La casa estaba llena de guardias civiles y uno de ellos me
dijo: «Señora Neus, esto es obra de profesionales y necesitaremos toda
su ayuda para esclarecer el caso».
En aquel momento el cerebro me empezó
a hervir y tomé una determinación.
Descubrí que no lo sabían, que no
sospechaban de la niña. Decidí que jamás delataría a Marisol.
No quise
ni pude. Normal, claro. ¿Cómo iba a acusar a mi propia hija? [La
noticia no trascendió hasta 10 días después. Fue un pequeño breve de 15
líneas en El País titulado «Industrial asesinado por dos encapuchados» . ]
J. J. Zaragoza, febrero del 96
Yo asumí el caso un mes después de ocurrido
el crimen.
Al principio, la investigación corrió a cargo de la Guardia
Civil.
Las diligencias apuntaban ya que los principales sospechosos
eran los familiares. La juez, acompañada de la Guardia Civil, hizo una
reconstrucción de cómo ocurrió el asesinato.
Relataron que habían visto
cómo los encapuchados irrumpían en la casa. Dijeron que los vieron
entrar, pero tal y como estaban sentados era imposible.
Los cristales
eran ahumados. No había duda. Luego hubo otra cosa más: cuatro días
después de la muerte de Joan, se registró una llamada en un periódico de
Aragón para reivindicar el atentado en nombre de los GRAPO.
La voz que
habló tenía un marcado acento sudamericano. Neus se veía entonces con un
hombre de allí. Empezamos a atar cabos.
Neus, Barcelona, febrero del 96
No es verdad.
Jamás sospecharon de la
familia. Estuvieron a punto de dar carpetazo al caso. Joan tenía muchos
enemigos: dijeron que habían encontrado a más de 200 personas con
móviles suficientes para matarle.
Sólo mi marido sabía las turbias
relaciones que tenía con la extrema derecha.
J. J. Zaragoza, febrero del 96
Eso de las 200 personas es un cuento, aunque
es cierto que él estaba muy obsesionado por su seguridad y por eso
tenía tantas armas en casa.
Las cosas no le iban demasiado bien y me da
la impresión de que quería enfocar su vida hacia la casa de Esplús.
Pero la criminología está para algo.
Es una
ciencia que sigue una regla de oro: siempre hay un antes del crimen, un
durante y un después.
Tú puedes pactar con los afectados qué has hecho
en los dos primeros tiempos, pero no lo que ocurre tras el asesinato.
¿Por qué? Pues porque es imposible obviar su existencia. No ignoras que
has matado a alguien, sabes lo que ha ocurrido.
El comportamiento del
ser humano cambia indefectiblemente.
Siempre pasa igual.
La mente
difícilmente logra actuar con la misma naturalidad. El asesinato sigue
ahí presente y lo condiciona todo.
Y eso es lo que ocurrió con uno de
los gemelos. Dijo que el domingo, tras regresar de Huesca, se fue a ver a
un amigo, con quien charló de motos, chicas y cosas de su edad.
Buscamos a ese joven y, efectivamente, la conversación era cierta. Pero,
curiosamente, el gemelo no le contó nada de lo del secuestro de su
padre.
Eso es imposible ocultarlo. ¿Cómo un chico de 16 años esconde a
su mejor amigo que su madre está denunciando ante la Guardia Civil algo
atroz que le ha ocurrido a su marido? Nada.
No había duda: la versión
de los encapuchados era falsa.
Investigamos durante dos meses, en los que
ella fue pagando caprichos a sus hijos.
Ella se compró un coche y les
regaló nuevas motos. Nosotros fuimos estrechando el círculo, conocimos
la doble vida de Neus y dimos con su problema de dinero. Ésa fue la
pista definitiva.
Curiosamente, Inés Carazo, la criada, había
participado en la rueda del talón y Neus le debía una cantidad.
Inés
montó un cirio en el banco: quería recuperar su dinero. Vimos que
teníamos el hilo, pero necesitábamos pruebas y no las encontrábamos.
Sabíamos que Inés Carazo estaba al corriente.
Tenía en Barcelona un
único hijo, estudiante de Medicina, por el que habría dado la vida.
Fuimos a ver al chico a la universidad y le sugerimos que su madre debía
hablar.
Por la cara que puso el muchacho, estoy convencido de que sabía
qué había pasado en la finca.
La criada no tardó en confesar. Dijo que
Neus había embrujado a toda la familia, explicó lo de los planes, lo de
la instigación al asesinato.
Los detuvimos a mediados de octubre, menos de
cuatro meses después del crimen.
Es horroroso arrestar a niños.
Eso
sólo lo sabe quien ha tenido hijos. Fuimos a buscarlos. Neus estaba cada
día peor: más delgada, más pálida. Cuando la arrestamos estaba
poniéndose unas inyecciones. Nos los llevamos a todos: a la madre, a
Neus, a los gemelos, a Marisol y a la criada.
Las dos niñas pequeñas,
Ana y Dolors, se quedaron a cargo de una vecina.
En las declaraciones,
salió que una de ellas, mientras se estaban deshaciendo del padre, llegó
a decir: «¡Pero cuánto tardan en matar a papá!».
Neus, Barcelona, febrero del 96
Lo peor fue cuando me separaron de mis hijos.
Fue como si me arrancaran el corazón.
Pero te diré algo: para mí,
entrar en el calabozo me supuso una profunda liberación.
Qué cosas:
entre rejas me sentí libre por primera vez en mucho tiempo. La familia
de mi marido se portó fatal.
Uno de sus hermanos, el mismo día del
arresto, vino a mi casa a pedirme la mitad del dinero que teníamos. Sin
comentarios...
J. J., Zaragoza, febrero del 96
Neus lo negó todo en Jefatura.
Ella no sabía que Inés Carazo había cantado
y yo tampoco quería decírselo.
Un interrogatorio es un poco eso: tirar
de la cuerda, tensarla, medir las palabras que dices hasta que la otra
parte cae.
Neus no cayó.
Fría, calculadora, se contuvo. Pero los niños
no dejan de comportarse como tales.
Pensaron que su madre ya había
confesado. Primero interrogamos a Marisol y lo explicó todo con pelos y
señales, sin el menor remordimiento.
La niña contó que sus padres se
acostaron –hicieron el amor – y luego a él le dieron un valium que le
provocó un profundo sueño.
Los cinco presenciaron el crimen.
La madre
tomó la pistola.
Neus, la hija mayor, quiso mantenerse al margen; los
gemelos tampoco tuvieron valor. Marisol sí.
Fue cuando dijo la frase
famosa de los cojones... Ahora pienso que debía de estar algo
trastornada por todo lo ocurrido.
Era una niña poco responsable. Hubo
algo que me removió el estómago.
Tras uno de los interrogatorios, dijo,
refiriéndose a un policía: «Mamá, ¿verdad que este señor se parece a
papá?». Todo quedó atado.
Los gemelos, unos chicos educadísimos y muy
agradables, nos acompañaron a la autopista, al lugar donde habían
enterrado la pistola.
La encontramos gracias a un detector de metales
de un aficionado a monedas antiguas en un descampado paralelo a la
autopista entre Zaragoza y Barcelona. Poco más.
El juicio contra Neus Soldevila, la criada y sus cuatro hijos se
celebró en mayo de 1982, en la Audiencia Provincial de Huesca, en medio
de una enorme expectación.
La familia no tuvo excesiva suerte con el
fiscal del caso. Tiene fama de ser uno de los más duros de la carrera.
El fiscal pidió más de 100 años para la familia. Marisol negó haber
matado a su padre y dijo que su madre le pidió que confesara el
asesinato para que, al ser menor de edad, el castigo quedara impune.
El
tribunal fue implacable: Neus Soldevila fue condenada a 28 años de
prisión como coautora de un delito de parricidio;
Neus, la hija mayor,
fue castigada por un delito de complicidad en el parricidio a 26 años de
cárcel, y a 10 y 11 años de prisión los dos gemelos por el mismo
motivo. «El fallo me pareció durísimo para los hijos», subraya Jesús J.,
el hombre que dirigió la investigación.
El Tribunal Supremo, un año
después, confirmó el veredicto de la Audiencia de Huesca, excepto en el
caso de la hija mayor, a la que se consideró sólo cómplice.
Sus 26 años
de prisión se redujeron a 12.
La actuación de Neus la califica de
«prolongada y refinada labor de instigación o inducción sobre sus hijos
que queda demostrada por ser ella la que sugirió la idea de deshacerse
del jefe de la familia pretextando que así estaría más libre y más
unida».
Neus, Barcelona, febrero del 96
No fue así: lo acato, pero no es real.
Jamás
hubo ningún plan, no se programó nada.
Cuando te tienen aterrorizado)
hay días que puedes decir «cortaremos los frenos del coche» o «lo
haremos con éter». Eso se explicó en el juicio.
Eran comentarios reales,
hechos en momentos de extremo nerviosismo, pero sin la menor intención
de ejecutados. Si los unes y les das una línea de continuidad, puede
parecer que esté todo estudiado.
Neus [la hija mayor], en la vista,
llegó a decir que prefería vivir un montón de años en el calabozo antes
que seguir conviviendo con su padre. ¿O es que de eso nadie se acuerda?
Sigo teniendo una excelente relación con
todos mis hijos. También con Marisol. Ella, tras el asesinato, estuvo
viviendo con familiares de mi marido y la pusieron en contra mía.
Una
vez vino a verme y me pidió una cantidad para independizarse; no la
dejé. Le advertí que tendría todo el dinero que quisiera para estudiar,
para comida y para ropa, pero no para vivir sola.
También me visitó en
la cárcel una monja del colegio que me amenazó reclamándome dinero.
Marisol ha sufrido mucho en su vida.

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