Con Studio 54, Ian Schrager inventó la mejor forma de pasar una noche sin dormir.
Y con el hotel ‘boutique’, la mejor manera de pasarla durmiendo.
Ahora, con Public aúna lo mejor de las dos opciones.
Nueva York
Tras un paso por la cárcel por evasión de impuestos –no ayudó mucho que su socio, Steve Rubell, presumiera de ganar más dinero que la mafia– salió y descubrió que tampoco le gustaban los hoteles.
Así que en los ochenta creó el concepto de hotel boutique y empezó a abrirlos, primero en Nueva York y después en todo el mundo, de la mano de Julian Schnabel o Philippe Starck.
Ahora, con casi 70 establecimientos, se dispone a darle otra vuelta a la industria de la buena vida con Public, un macrohotel en el Lower East Side neoyorquino diseñado por Herzog & De Meuron, con clubes, restaurantes y espacio de coworking, pero todo a precios bastante asequibles.
Ya no tiene ficha criminal, por cierto: Barack Obama le concedió el perdón en uno de sus últimos actos como presidente de Estados Unidos.
Hablamos con él en sus impolutas oficinas del Greenwich Village y queda claro que para ganarse la vida tan espectacularmente con el hedonismo hace falta ser el tipo que se va primero de las fiestas.
Ahora, todo lo que no es o una pensión o un Hilton se llama hotel boutique. Usted patentó ese concepto.
Creo que fue la última gran idea del mundo de la hospitalidad. Pero ahora los tiempos han cambiado.
La gente cambia, los coches cambian, las neveras cambian… y los hoteles siguen anclados en la misma idea de los ochenta.
Ahora lo importante no es el coste de algo, sino cómo haces sentir a la gente.
Creo que todo el mundo debería tener acceso al lujo.
Por eso quiero hacer un hotel que tenga gran estilo, que sea muy sofisticado, que albergue clubes y bares excitantes, pero que a la vez sea muy accesible y tenga un precio muy razonable.
En Public las habitaciones costarán a partir de 150 dólares.
¿Y cómo le salen los números? Librándonos de todas esas cosas que la hostelería se ha inventado en los últimos 100 años y que ya no le importan a nadie.
¿Quién quiere que le sirvan café en su habitación en una taza de porcelana?
Tampoco tenemos botones, porque la mayoría de la gente viene con maletas de ruedas. ¿Qué es lo que quiere todo el mundo?
Una buena cama, unas buenas sábanas y que te hagan sentir como en tu casa, pero mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario