Los nuevos justicieros de la superioridad moral se esfuerzan en enmendarnos la plana y darnos lecciones de transparencia.
Soy el animal más cotilla que conozco, y conozco a unos
cuantos dentro y fuera de este oficio que consiste en preguntar para
contar la vida de los otros.
Lejos de mí, pues, el aire beatífico, el izado de cejas y el rictus de estreñimiento agudo de quienes juran no tener en ti más interés que el profesional y luego te desuellan en cuanto te das la vuelta.
Muy a mi pesar, se me ve venir de lejos: me gusta un pollo, un chisme y un lío más que un pingo al 80% en las rebajas de último minuto.
Es más, no solo miro y escucho al prójimo como placer supremo en los ratos muertos, sino que me lo imagino haciendo sus cosas. Durmiendo. Comiendo. Copulando. Viviendo, que es gerundio, y no representando el papel que elegimos o nos ha tocado en el reparto.
Digamos, pues, que de estrecha tengo poco.
Últimamente, no obstante, me sorprendo sonrojándome de vergüenza propia y ajena leyendo según qué noticias sobre medios. El último grito en periodismo de denuncia consiste en pregonar las miserias de la competencia, como si el pregonero estuviera libre de polvo y paja.
Paren teclados, señores.
En los medios hay discrepancias, pollos, chismes, líos, ¡cuernos! y los nuevos justicieros de la superioridad moral y de la otra se están dejando los ídem en enmendarnos la plana y darnos lecciones de transparencia.
Luego, nos echamos todos a Twitter y desde el presidente de los USA al último trol de la pradera se cree con derecho a exigir que te pronuncies al respecto o clama que has defraudado sus expectativas.
Estaré mayor para tal revolución ciudadana, pero, mientras no sean delito ni repugnen tanto a tu conciencia como para pedir la cuenta, opino que los trapos sucios se lavan en casa.
Y os dejo, que sale Belén Esteban a darse de tortas con Toño Sanchís en Sálvame Deluxe y ellos no engañan a nadie vendiendo el cotilleo como información de servicio público.
Para según qué cosas prefiero el original a la copia.
Lejos de mí, pues, el aire beatífico, el izado de cejas y el rictus de estreñimiento agudo de quienes juran no tener en ti más interés que el profesional y luego te desuellan en cuanto te das la vuelta.
Muy a mi pesar, se me ve venir de lejos: me gusta un pollo, un chisme y un lío más que un pingo al 80% en las rebajas de último minuto.
Es más, no solo miro y escucho al prójimo como placer supremo en los ratos muertos, sino que me lo imagino haciendo sus cosas. Durmiendo. Comiendo. Copulando. Viviendo, que es gerundio, y no representando el papel que elegimos o nos ha tocado en el reparto.
Digamos, pues, que de estrecha tengo poco.
Últimamente, no obstante, me sorprendo sonrojándome de vergüenza propia y ajena leyendo según qué noticias sobre medios. El último grito en periodismo de denuncia consiste en pregonar las miserias de la competencia, como si el pregonero estuviera libre de polvo y paja.
Paren teclados, señores.
En los medios hay discrepancias, pollos, chismes, líos, ¡cuernos! y los nuevos justicieros de la superioridad moral y de la otra se están dejando los ídem en enmendarnos la plana y darnos lecciones de transparencia.
Luego, nos echamos todos a Twitter y desde el presidente de los USA al último trol de la pradera se cree con derecho a exigir que te pronuncies al respecto o clama que has defraudado sus expectativas.
Estaré mayor para tal revolución ciudadana, pero, mientras no sean delito ni repugnen tanto a tu conciencia como para pedir la cuenta, opino que los trapos sucios se lavan en casa.
Y os dejo, que sale Belén Esteban a darse de tortas con Toño Sanchís en Sálvame Deluxe y ellos no engañan a nadie vendiendo el cotilleo como información de servicio público.
Para según qué cosas prefiero el original a la copia.
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